Todos estamos llamados a orar por las almas del purgatorio

November 1, 2024 at 9:17 a.m.
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Por Obispo David M. O'Connell, C.M.

Desde la solemne fiesta de Todos los Santos (Viernes 1 de Noviembre) —día de precepto— y la Conmemoración de los Fieles Difuntos (Sábado 2 de 2 Noviembre), todo el mes de Noviembre ha estado dedicado a los fieles difuntos, “aquellos que nos han precedido con el signo de la fe y descansan en el sueño de la paz” (Plegaria Eucarística 1). El “signo de la fe” es esa “marca indeleble” que la Iglesia Católica enseña que viene con el Bautismo. Santa Teresa de Calcuta una vez reflexionó: “Durante todo este mes les damos un amor y un cuidado extra al orar por ellos y para ellos”.

En la Iglesia Católica, esta tradición litúrgica tiene su origen en las oraciones y conmemoraciones de las comunidades católicas de la Edad Media (siglos VI-X). Sin embargo, la idea es más antigua y se encuentra en el Antiguo Testamento: “Es, pues, un pensamiento santo y saludable orar por los difuntos, para que sean liberados de sus pecados” (2 Macabeos 12:46).

La Iglesia celebra a los “santos” que, según cree, son la “Iglesia Triunfante”, que mora con Dios en la eternidad. La “Iglesia Penitente” son las almas de los bautizados que han muerto, esperando su paso a la vida eterna en el cielo, en el purgatorio. La “Iglesia Militante” son aquellos dentro de la Iglesia Católica que esperan su muerte en la tierra, su juicio ante Dios y su transición a la eternidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que:


“La muerte pone fin a la vida humana como tiempo abierto a la aceptación o al rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en su aspecto del encuentro final con Cristo en su segunda venida, pero también afirma repetidamente que cada uno será recompensado inmediatamente después de la muerte según sus obras y su fe. La parábola del pobre Lázaro y las palabras de Cristo en la cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento, hablan de un destino final del alma, un destino que puede ser diferente para unos y para otros” (CIC, 1021).

“Cada persona recibe su retribución eterna en su alma inmortal en el momento mismo de su muerte, en un juicio particular que relaciona su vida con Cristo: o bien la entrada en la bienaventuranza del cielo –mediante una purificación– o bien inmediatamente…” (CIC, 1022).**


“Todos los que mueren en la gracia y amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, tienen ciertamente asegurada su salvación eterna; sin embargo, después de la muerte sufren una purificación, de modo que alcanzan la santidad necesaria para entrar en el gozo del cielo” (CIC, 1030).

Esta “experiencia” es llamada “purgatorio” por la Iglesia, y las “almas del purgatorio” son ayudadas por las oraciones de los vivos. El Papa San Juan Pablo II nos recordó que orar por las almas del purgatorio es el acto más alto de caridad sobrenatural.

Celebrar la Fiesta de Todos los Santos es un reconocimiento de la “comunión de los santos” en la presencia eterna de Dios, con quien disfrutamos de una relación continua en virtud de nuestro bautismo común. Los católicos creen que los santos pueden interceder por nosotros ante Dios y lo hacen. Orar por las almas del purgatorio también expresa nuestra relación continua con ellas a causa del bautismo que compartimos “con quienes nos han precedido con el signo de la fe”, para que “queden libres de sus pecados”. Aunque Noviembre está designado como el “mes de las almas del purgatorio”, orar por ellas durante todo el año es “un pensamiento santo y saludable”, de hecho, una responsabilidad para todos los católicos.

El venerable arzobispo Fulton J. Sheen nos anima: “Cuando entremos en el cielo, los veremos, a tantos, que vienen hacia nosotros y nos dan las gracias. Les preguntaremos quiénes son, y dirán: ‘Una pobre alma por la que rezaste en el purgatorio’.”

Pidamos al Señor que nos dé la gracia de no perder nunca el recuerdo, de no suprimir nunca el recuerdo —el recuerdo de la persona, el recuerdo de la familia, el recuerdo de las personas— y que nos dé la gracia de comprender cuáles son las luces que nos acompañarán en el camino para no equivocarnos y así llegar allí donde nos esperan con tanto amor (Papa Francisco, “Homilía en el cementerio Laurentino de Roma”, 2 de Noviembre de 2018).

Santos de Dios, venid en su ayuda. Venid a su encuentro, ángeles del Señor.
Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.



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En la Iglesia Católica, esta tradición litúrgica tiene su origen en las oraciones y conmemoraciones de las comunidades católicas de la Edad Media (siglos VI-X). Sin embargo, la idea es más antigua y se encuentra en el Antiguo Testamento: “Es, pues, un pensamiento santo y saludable orar por los difuntos, para que sean liberados de sus pecados” (2 Macabeos 12:46).

La Iglesia celebra a los “santos” que, según cree, son la “Iglesia Triunfante”, que mora con Dios en la eternidad. La “Iglesia Penitente” son las almas de los bautizados que han muerto, esperando su paso a la vida eterna en el cielo, en el purgatorio. La “Iglesia Militante” son aquellos dentro de la Iglesia Católica que esperan su muerte en la tierra, su juicio ante Dios y su transición a la eternidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que:


“La muerte pone fin a la vida humana como tiempo abierto a la aceptación o al rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en su aspecto del encuentro final con Cristo en su segunda venida, pero también afirma repetidamente que cada uno será recompensado inmediatamente después de la muerte según sus obras y su fe. La parábola del pobre Lázaro y las palabras de Cristo en la cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento, hablan de un destino final del alma, un destino que puede ser diferente para unos y para otros” (CIC, 1021).

“Cada persona recibe su retribución eterna en su alma inmortal en el momento mismo de su muerte, en un juicio particular que relaciona su vida con Cristo: o bien la entrada en la bienaventuranza del cielo –mediante una purificación– o bien inmediatamente…” (CIC, 1022).**


“Todos los que mueren en la gracia y amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, tienen ciertamente asegurada su salvación eterna; sin embargo, después de la muerte sufren una purificación, de modo que alcanzan la santidad necesaria para entrar en el gozo del cielo” (CIC, 1030).

Esta “experiencia” es llamada “purgatorio” por la Iglesia, y las “almas del purgatorio” son ayudadas por las oraciones de los vivos. El Papa San Juan Pablo II nos recordó que orar por las almas del purgatorio es el acto más alto de caridad sobrenatural.

Celebrar la Fiesta de Todos los Santos es un reconocimiento de la “comunión de los santos” en la presencia eterna de Dios, con quien disfrutamos de una relación continua en virtud de nuestro bautismo común. Los católicos creen que los santos pueden interceder por nosotros ante Dios y lo hacen. Orar por las almas del purgatorio también expresa nuestra relación continua con ellas a causa del bautismo que compartimos “con quienes nos han precedido con el signo de la fe”, para que “queden libres de sus pecados”. Aunque Noviembre está designado como el “mes de las almas del purgatorio”, orar por ellas durante todo el año es “un pensamiento santo y saludable”, de hecho, una responsabilidad para todos los católicos.

El venerable arzobispo Fulton J. Sheen nos anima: “Cuando entremos en el cielo, los veremos, a tantos, que vienen hacia nosotros y nos dan las gracias. Les preguntaremos quiénes son, y dirán: ‘Una pobre alma por la que rezaste en el purgatorio’.”

Pidamos al Señor que nos dé la gracia de no perder nunca el recuerdo, de no suprimir nunca el recuerdo —el recuerdo de la persona, el recuerdo de la familia, el recuerdo de las personas— y que nos dé la gracia de comprender cuáles son las luces que nos acompañarán en el camino para no equivocarnos y así llegar allí donde nos esperan con tanto amor (Papa Francisco, “Homilía en el cementerio Laurentino de Roma”, 2 de Noviembre de 2018).

Santos de Dios, venid en su ayuda. Venid a su encuentro, ángeles del Señor.
Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.


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