Mandaré a Otro, al Espíritu Santo, el Paráclito – La solemnidad de Pentecostés

May 21, 2021 at 2:11 p.m.
Mandaré a Otro, al Espíritu Santo, el Paráclito – La solemnidad de Pentecostés
Mandaré a Otro, al Espíritu Santo, el Paráclito – La solemnidad de Pentecostés

Bishop David M. O'Connell, C.M.

“Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía” (Hechos 4:31).

El tiempo de Pascua para este año, 2021, es semejante al año anterior, 2020, debido a las consecuencias de la pandemia global. Llegará a su fin el 23 de mayo cuando la Iglesia celebra la Fiesta Solemne de Pentecostés, tradicionalmente llamada “el nacimiento de la Iglesia.” Antes de regresar a su Padre, Jesús, en el Evangelio según San Juan, prometió que “mandaría al Espíritu Santo a los que creyeran en Él” (Juan 7:39) y que “pediría al Padre para que nos diera otro Paráclito que estaría con nosotros para siempre – el Espíritu de la verdad” (Juan 14:16-17). Jesús también prometió que no nos dejaría huérfanos, “Volveré a ustedes” (Juan 14:18) y que cuando viniera el Espíritu, Él los guiará a la verdad completa” (Juan 16:13). Mientras Jesús ascendía al cielo, como se describe en el Evangelio según San Mateo, Él proclamó, "Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

El nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, anunciado por Pedro en los Hechos de los Apóstoles (2:14-36) y celebrado litúrgicamente 50 días después de la Pascua, es el cumplimiento de las promesas de Jesús, y nosotros somos los eternos beneficiarios de esas promesas. El Espíritu Santo, procedente de y uno con el Padre y el Hijo, como profesamos cada domingo en el Credo, nos ofrece dones espirituales para vivir la vida de fe católica cristiana.

Durante todo el año, el Obispo y sus Vicarios Episcopales visitan las parroquias de la Diócesis para administrar la Confirmación. El Sacramento de la Confirmación es verdaderamente nuestro propio Pentecostés, la ocasión en la cual los católicos bautizados celebran nuestra propiedad de estos dones y poderes del Espíritu Santo. El Sacramento sólo se puede recibir una vez, pero sus efectos, sus dones, y su gracia, están destinados a durar toda la vida.
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Los siete dones que ofrece el Espíritu son:  la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad, y el temor de Dios. Además, en el quinto capítulo de la Carta de San Pablo a los Gálatas leemos, “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (22-23). Éstos son los poderes que el Espíritu nos da para vivir la vida de fe católica y cristiana.

Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2:1-4). ¡Qué escena tan increíble tuvo que haber sido!

El Espíritu Santo nos hace sentir la presencia de Dios en la Iglesia en todos los momentos de nuestra vida, dándonos sus dones, empoderando a la comunidad de fe. “El Espíritu Santo verdaderamente nos transforma. Con nuestra cooperación, también quiere transformar el mundo en que vivimos” (Papa Francisco). Pentecostés es una “experiencia para siempre” que nos toca profundamente, guiándonos a “toda la Verdad” mientras que avanzamos en la vida. Todavía oramos y cantamos “Ven Espíritu Santo” porque el Espíritu nos invita una y otra vez, todos los días, a abrir nuestras mentes y corazones para discernir los movimientos de Dios en lo que pensamos y sentimos, en lo que deseamos y buscamos, en lo que esperamos lograr y en cómo vivimos y amamos en este mundo. “Quien tiene esperanza vive de otra manera” (Papa Benedicto XVI). Reflexionando sobre Pentecostés, nosotros, que somos un pueblo de esperanza, “nacidos del Espíritu,” nos damos cuenta, como los Apóstoles en el Cenáculo, que “el viento sopla donde quiere” (Juan 3:8). Entonces, nos inclinamos humildemente ante el poder del Espíritu Santo de Dios.

En este “nacimiento de la Iglesia,” Pentecostés, debemos estar agradecidos por los dones del Espíritu Santo y debemos esforzarnos por mostrar de nuevo y siempre, a través de la manera en que vivimos nuestra vida cristiana católica, el “amor de Dios derramado en nuestros corazones” (Romanos 5:5). 


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El nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, anunciado por Pedro en los Hechos de los Apóstoles (2:14-36) y celebrado litúrgicamente 50 días después de la Pascua, es el cumplimiento de las promesas de Jesús, y nosotros somos los eternos beneficiarios de esas promesas. El Espíritu Santo, procedente de y uno con el Padre y el Hijo, como profesamos cada domingo en el Credo, nos ofrece dones espirituales para vivir la vida de fe católica cristiana.

Durante todo el año, el Obispo y sus Vicarios Episcopales visitan las parroquias de la Diócesis para administrar la Confirmación. El Sacramento de la Confirmación es verdaderamente nuestro propio Pentecostés, la ocasión en la cual los católicos bautizados celebran nuestra propiedad de estos dones y poderes del Espíritu Santo. El Sacramento sólo se puede recibir una vez, pero sus efectos, sus dones, y su gracia, están destinados a durar toda la vida.
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Los siete dones que ofrece el Espíritu son:  la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad, y el temor de Dios. Además, en el quinto capítulo de la Carta de San Pablo a los Gálatas leemos, “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (22-23). Éstos son los poderes que el Espíritu nos da para vivir la vida de fe católica y cristiana.

Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2:1-4). ¡Qué escena tan increíble tuvo que haber sido!

El Espíritu Santo nos hace sentir la presencia de Dios en la Iglesia en todos los momentos de nuestra vida, dándonos sus dones, empoderando a la comunidad de fe. “El Espíritu Santo verdaderamente nos transforma. Con nuestra cooperación, también quiere transformar el mundo en que vivimos” (Papa Francisco). Pentecostés es una “experiencia para siempre” que nos toca profundamente, guiándonos a “toda la Verdad” mientras que avanzamos en la vida. Todavía oramos y cantamos “Ven Espíritu Santo” porque el Espíritu nos invita una y otra vez, todos los días, a abrir nuestras mentes y corazones para discernir los movimientos de Dios en lo que pensamos y sentimos, en lo que deseamos y buscamos, en lo que esperamos lograr y en cómo vivimos y amamos en este mundo. “Quien tiene esperanza vive de otra manera” (Papa Benedicto XVI). Reflexionando sobre Pentecostés, nosotros, que somos un pueblo de esperanza, “nacidos del Espíritu,” nos damos cuenta, como los Apóstoles en el Cenáculo, que “el viento sopla donde quiere” (Juan 3:8). Entonces, nos inclinamos humildemente ante el poder del Espíritu Santo de Dios.

En este “nacimiento de la Iglesia,” Pentecostés, debemos estar agradecidos por los dones del Espíritu Santo y debemos esforzarnos por mostrar de nuevo y siempre, a través de la manera en que vivimos nuestra vida cristiana católica, el “amor de Dios derramado en nuestros corazones” (Romanos 5:5). 

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