Con el signo de la fe

Mensaje del obispo David M. O'Connell, C.M., para la Temporada del Recuerdo
October 30, 2020 at 5:54 p.m.
Con el signo de la fe
Con el signo de la fe

El reverendísimo David M. O'Connell, C.M.

Con el comienzo de la Fiesta Todos los Santos (1 de noviembre) y la Conmemoración Todos los Almas (2 de noviembre), el mes entero de noviembre ha sido dedicado a los fieles difuntos, “que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz” (Plegaria Eucarística 1). El “signo de la fe” es la “marca indeleble” que acompaña el Bautismo según lo que enseña la Iglesia Católica. La santa Teresa de Kolkata una vez reflexionó que “durante este mes entero, les damos amor y ternura extra a través de orar a ellos y por ellos”.

En la Iglesia Católica, esta tradición litúrgica tiene origen en las oraciones y recuerdos de las comunidades católicas del Tiempo Medio (siglos 6-10). Sin embargo, la idea es mucho más antigua, encontrada en el Antiguo Testamento; “Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado” (2 Macabeos 12:46).

La Iglesia celebra a los “santos” porque cree que sean “los triunfantes de la Iglesia”, habitando con Dios en la eternidad. Los “penitentes de la Iglesia” son las almas de los bautizados fallecidos quienes esperan en el purgatorio para pasar a la vida eterna en el cielo. Los “militantes de la Iglesia” son personas dentro de la Iglesia Católica que esperan su muerte aquí en la tierra, su juicio ante Dios y su transición a la eternidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que:

La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento hablan de un último destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros (CIC, 1021).

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (CIC, 1022).

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (CIC, 1030).

Este “estado” se conoce como el “purgatorio” y las oraciones de los vivos ayudan las “almas en el purgatorio”. El papa san Juan Pablo II nos recordó que orar por las almas en purgatorio “es el acto supremo de la caridad supernatural”.

Celebrar la Fiesta Todos los Santos es un reconocimiento de la “comunión de los santos” que viven en la presencia eterna de Dios con quien gozamos una relación seguida en la virtud de nuestro Bautismo común. Los católicos creemos que los santos interceden por nosotros ante Dios. Orar por las almas santas en el purgatorio también expresa nuestra relación duradera con ellas por el Bautismo que compartimos con quienes “nos han precedido con el signo de la fe”, para que “Dios les perdonara su pecado”. Aunque el mes de noviembre está designado como el “mes de las santas almas en el purgatorio”, orar por ellas de por todo el año es “una idea santa y buena”. En realidad, es una responsabilidad para todos los católicos.

El venerable arzobispo Fulton J. Sheen nos animó, “al entrar al cielo, los veremos, tantos, que se acercarán para darnos las gracias. Nosotros los preguntaremos quienes son y nos dirán ‘un alma humilde en el purgatorio por quien Usted oró’”.

Santos de Dios, ayúdenlos. Vayan Ángeles del Señor, a encontrarlos.

Concédeles, Señor, el descanso eterno. Brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Que las almas de todos los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

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En la Iglesia Católica, esta tradición litúrgica tiene origen en las oraciones y recuerdos de las comunidades católicas del Tiempo Medio (siglos 6-10). Sin embargo, la idea es mucho más antigua, encontrada en el Antiguo Testamento; “Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado” (2 Macabeos 12:46).

La Iglesia celebra a los “santos” porque cree que sean “los triunfantes de la Iglesia”, habitando con Dios en la eternidad. Los “penitentes de la Iglesia” son las almas de los bautizados fallecidos quienes esperan en el purgatorio para pasar a la vida eterna en el cielo. Los “militantes de la Iglesia” son personas dentro de la Iglesia Católica que esperan su muerte aquí en la tierra, su juicio ante Dios y su transición a la eternidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que:

La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento hablan de un último destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros (CIC, 1021).

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (CIC, 1022).

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (CIC, 1030).

Este “estado” se conoce como el “purgatorio” y las oraciones de los vivos ayudan las “almas en el purgatorio”. El papa san Juan Pablo II nos recordó que orar por las almas en purgatorio “es el acto supremo de la caridad supernatural”.

Celebrar la Fiesta Todos los Santos es un reconocimiento de la “comunión de los santos” que viven en la presencia eterna de Dios con quien gozamos una relación seguida en la virtud de nuestro Bautismo común. Los católicos creemos que los santos interceden por nosotros ante Dios. Orar por las almas santas en el purgatorio también expresa nuestra relación duradera con ellas por el Bautismo que compartimos con quienes “nos han precedido con el signo de la fe”, para que “Dios les perdonara su pecado”. Aunque el mes de noviembre está designado como el “mes de las santas almas en el purgatorio”, orar por ellas de por todo el año es “una idea santa y buena”. En realidad, es una responsabilidad para todos los católicos.

El venerable arzobispo Fulton J. Sheen nos animó, “al entrar al cielo, los veremos, tantos, que se acercarán para darnos las gracias. Nosotros los preguntaremos quienes son y nos dirán ‘un alma humilde en el purgatorio por quien Usted oró’”.

Santos de Dios, ayúdenlos. Vayan Ángeles del Señor, a encontrarlos.

Concédeles, Señor, el descanso eterno. Brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Que las almas de todos los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
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