La civilidad ahora; la civilidad siempre
November 9, 2020 at 2:06 a.m.
Como las virtudes de mansedumbre, humildad y amabilidad en las interacciones humanas, la civilidad – cuando se la observa o detecta – a menudo se equivoca por la debilidad o cobardía. Tristemente, es una virtud de que se burla más que valora.
Como un obispo de la Iglesia Católica, atestiguo frecuentemente la falta de civilidad. En lugar de lanzar preguntas o compartir preocupaciones o nombrar los asuntos, no se puede satisfacer a algunas personas hasta que fuertemente imponen su perspectiva de la realidad, dejando los sentimientos tambaleados.
¿Por qué sea tan fácil olvidar de que otro ser humano está del otro lado recibiendo esos comentarios agresivos o cartas o correos electrónicos o textos o llamadas telefónicas? ¿Qué ha pasado con el respecto básico, la buena educación y la civilidad? ¿Quién haya decidido de que se debe comportarse de manera cruel o duro para expresarse? ¿Quién habrá decidido que ya no hace falta observar fronteras, seguir normas, mostrar la cortesía para articular un punto de vista?
¿Habremos llegado a un punto en la existencia humana en que se haya reemplazado el “nosotros” con el “yo” tanto de que se haya borrado el bien común como una fundación fundamental para vivir juntos en este mundo y como meta que debemos perseguir?
Los temas que surgen de la gente oscilan entre lo sublime y lo ridículo, pero se las reciban todas por igual, sin distinguir, sin evaluar la importancia, sin reconocer lo que tiene valor, sin pensar en el “prójimo”, ni mencionar un sentido de humor – esa calidad preciosa que, además que el intelecto y libre albedrío, distingue a los seres humanos de los animales.
La civilidad no es solamente una virtud que revela la buena ciudadanía. Es también una virtud que revela la buena cristiandad y humanidad. A lo mejor, la gente se haya cansado de “dar la otra mejilla”; quizás se hayan hartado de perdonar “setenta por siete veces”’ y tal vez, puede ser que piense que el mandato de Jesús de “amar al prójimo como yo los he amado” tenga otro significado.
Nadie ha dicho que sería fácil. Ciertamente, nuestro Señor no lo dijo cuando nos advirtió, “Entren por la puerta estrecha”. Un poco de civilidad en la vida e interacciones humanas harían mucho, aunque sea solo un primer paso. Ya es hora de que todos tomemos ese paso para variar.
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Como un obispo de la Iglesia Católica, atestiguo frecuentemente la falta de civilidad. En lugar de lanzar preguntas o compartir preocupaciones o nombrar los asuntos, no se puede satisfacer a algunas personas hasta que fuertemente imponen su perspectiva de la realidad, dejando los sentimientos tambaleados.
¿Por qué sea tan fácil olvidar de que otro ser humano está del otro lado recibiendo esos comentarios agresivos o cartas o correos electrónicos o textos o llamadas telefónicas? ¿Qué ha pasado con el respecto básico, la buena educación y la civilidad? ¿Quién haya decidido de que se debe comportarse de manera cruel o duro para expresarse? ¿Quién habrá decidido que ya no hace falta observar fronteras, seguir normas, mostrar la cortesía para articular un punto de vista?
¿Habremos llegado a un punto en la existencia humana en que se haya reemplazado el “nosotros” con el “yo” tanto de que se haya borrado el bien común como una fundación fundamental para vivir juntos en este mundo y como meta que debemos perseguir?
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La civilidad no es solamente una virtud que revela la buena ciudadanía. Es también una virtud que revela la buena cristiandad y humanidad. A lo mejor, la gente se haya cansado de “dar la otra mejilla”; quizás se hayan hartado de perdonar “setenta por siete veces”’ y tal vez, puede ser que piense que el mandato de Jesús de “amar al prójimo como yo los he amado” tenga otro significado.
Nadie ha dicho que sería fácil. Ciertamente, nuestro Señor no lo dijo cuando nos advirtió, “Entren por la puerta estrecha”. Un poco de civilidad en la vida e interacciones humanas harían mucho, aunque sea solo un primer paso. Ya es hora de que todos tomemos ese paso para variar.