Domingo de la Palabra de Dios

Una reflexión sobre la nueva fiesta eclesial
January 15, 2020 at 7:48 p.m.
Domingo de la Palabra de Dios
Domingo de la Palabra de Dios

Por Obispo David M. O'Connell, C.M.

Desde el Segundo Concilio Vaticano (1962-65) y la reestructuración de la Liturgia de la Palabra dentro de la Misa, los lectores han concluido las lecturas de las Escrituras en la Misa con la frase, “Palabra de Dios”. Al escuchar esa frase, la congregación responde “Te alabamos, Señor”. En el caso del Evangelio, el diácono o el sacerdote proclama “Palabra del Señor” y la congregación responde “Gloria a Ti, Señor Jesús”.

Como muchas de las cosas que decimos y que repetimos con frecuencia, este intercambio litúrgico se ha convertido en rutina, tal vez al punto en que ya ni pensamos sobre lo que decimos. Pero este dialogo es bastante profundo e importante. ¿Qué es lo que expresamos con estas palabras? Pues, creemos que las Sagradas Escrituras – ambos Antiguo y Nuevo Testamentos – son la Palabra de Dios, formuladas por los varios autores santos, pero verdaderamente inspiradas por Dios como su mensaje divino para nosotros. Lo que la Iglesia ofrece a los fieles en cada lectura seleccionada para cada Misa es una exposición a la Palabra escrita de Dios, proclamada por los lectores designados por la Iglesia para esa razón sagrada.

Aunque la Biblia siga como el libro más ampliamente publicado de la historia humana, para algunos cristianos católicos, las lecturas del domingo o de la Misa cotidiana son los únicos momentos en que escuchan o se encuentran con la Palabra de Dios. ¿Cuál/cuáles palabra/palabras podrían ser más importantes escuchar o leer?

A veces parece que los pasajes de las escrituras proclamadas en la Misa entran por un oído y salen por el otro sin ningún impacto. Estoy seguro de que esto no sea a propósito. Estamos distraídos fácilmente. Estamos preocupados con las otras circunstancias de nuestras vidas. Tal vez estemos cansados o simplemente no prestamos la atención u olvidamos. Después de ir a la Misa, unas horas después, debemos preguntarnos ¿de qué trató la primera lectura de hoy? ¿Quién fue el autor del Evangelio; de qué habló?

El 30 de septiembre del año pasado, nuestro Santo Padre el papa Francisco publicó una carta apostólica, “Aperuit illis” (latín para expresar “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”). Es una referencia a la enseñanza del Señor Resucitado a sus discípulos sobre las Escrituras antes de su Ascensión. El papa escribió:

Ahora se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana… En las diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con coherencia… Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. (Este año el tercer domingo del Tiempo Ordinario cae en el 26 de enero).

Cuando lo anunciaron, algunos católicos respondieron a su declaración diciendo que el papa Francisco estaba “publicando algo ya muy obvio”. La mayoría de los hogares católicos tienen una copia de la Biblia. ¿Pero las familias la leerán? Aparte de las referencias escriturales que hayamos memorizado en la escuela católica o en las clases de educación religiosa o alguna “historia bíblica”, ¿cuánto conocemos, como católicos, los textos de las Escrituras? A lo mejor el Santo Padre tiene toda la razón con esta designación especial y es algo que debemos considerar y, más todavía, prestar atención y hacer caso. Después de todo, ¡estamos hablando de “La Palabra del Señor”!

Creciendo como católico, siempre me sorprendía cuantas personas de otras fes cristianas o judíos podían citar la Biblia con capitulo y versículo.  Eso era parte de sus tradiciones y herencias religiosas, pero francamente, no tanto de la nuestra. Desde el Segundo Concilio Vaticano, se ha despertado una importancia de parte de católicos de leer las Sagradas Escrituras y reflexionar sobre ellas “por el bien de la Iglesia” (Constitución dogmática Dei Verbum, VI). No solamente como un bien espiritual en sí sino también, como anota el papa Francisco, “a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos”. Él explica:

Es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo (cf. Rm 10,17), la invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal.

Ambos el Antiguo y el Nuevo Testamento están integralmente interrelacionados, componiendo la historia completa de la salvación. Como el Pueblo de Dios, “salvados por él”, es esencial conocer tan bien como podamos la historia para profundizar nuestra fe.

Los diáconos y los sacerdotes estamos especialmente bendecidos con la santa obligación, asumida en su ordenación, de santificar su día a través de orar la “Liturgia de las Horas”, también conocida como el “Oficio Divino” o el “Deber”. Estas oraciones se basan mayormente en las Escrituras y, al leerla fielmente durante un ciclo de cuatro semanas, el lector se sumerge en la Palabra de Dios. Los miembros de órdenes religiosas también siguen este ciclo de oraciones basadas en las Escrituras, pero no se restringe al clero o religioso. De hecho, los laicos en algunas parroquias han empezado a orar partes de la Liturgia de las Horas juntos por su propia alimentación espiritual, “para crecer en el amor y el testimonio fiel”.

Sí, el papa Francisco está alumbrando algo muy importante y de mucho beneficio espiritual con esto. Nuestra fe solamente puede ser fortalecida si está basada en la Palabra de Dios. La Misa está compuesta de dos partes realmente inseparables: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. “Comulgar” la Palabra de Dios es la mejor manera de prepararnos para “comulgar” su Cuerpo y Sangre precioso. En la Liturgia de la Palabra, el Señor es ambos el “Mensajero” y el “Mensaje”. Él habla de la Palabra y el mismo es la Palabra de que habla. En la Liturgia de la Eucaristía, Él es ambos “Él quien sacrifica” y “el mero Sacrificio”. Él es “Él que regala” y también el “Regalo”. ¡Te alabamos, Señor!

Como las fiestas que celebramos individualmente por el año litúrgico, el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – ahora conocido como “Domingo de la Palabra de Dios” – es solo un día. Sin embargo, su motivo es invitar e inspirar en cada día del año. Un lugar prominente, visible de las Escrituras en nuestras parroquias; un esfuerzo intencional de prestar mayor atención a las lectoras en la Misa; una homilía pensativa y bien preparada – y también bien predicada; quizás más celebraciones parroquiales planeadas o “Servicios de la Palabra” fuera de la Misa; ofrecer programas parroquiales para el estudio bíblico; más énfasis en las Sagradas Escrituras en nuestras escuelas católicas y programas de la educación religiosa; y, por supuesto, tiempo personal para leer la Biblia en la casa o combinado con momentos con el Santísimo en la Iglesia – estas son unas maneras que la Palabra de Dios puede ser un apoyo más significante para una vida de fe, como el papa Francisco busca establecer.

El papa Francisco concluye su carta con esta oración:

Que el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra “está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas” (Dt 30,14).

“¡La Palabra del Señor”! Como católicos, que respondemos todos dispuestos de mente y corazón a ese gran don, “¡Te alabamos, Señor”!


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Como muchas de las cosas que decimos y que repetimos con frecuencia, este intercambio litúrgico se ha convertido en rutina, tal vez al punto en que ya ni pensamos sobre lo que decimos. Pero este dialogo es bastante profundo e importante. ¿Qué es lo que expresamos con estas palabras? Pues, creemos que las Sagradas Escrituras – ambos Antiguo y Nuevo Testamentos – son la Palabra de Dios, formuladas por los varios autores santos, pero verdaderamente inspiradas por Dios como su mensaje divino para nosotros. Lo que la Iglesia ofrece a los fieles en cada lectura seleccionada para cada Misa es una exposición a la Palabra escrita de Dios, proclamada por los lectores designados por la Iglesia para esa razón sagrada.

Aunque la Biblia siga como el libro más ampliamente publicado de la historia humana, para algunos cristianos católicos, las lecturas del domingo o de la Misa cotidiana son los únicos momentos en que escuchan o se encuentran con la Palabra de Dios. ¿Cuál/cuáles palabra/palabras podrían ser más importantes escuchar o leer?

A veces parece que los pasajes de las escrituras proclamadas en la Misa entran por un oído y salen por el otro sin ningún impacto. Estoy seguro de que esto no sea a propósito. Estamos distraídos fácilmente. Estamos preocupados con las otras circunstancias de nuestras vidas. Tal vez estemos cansados o simplemente no prestamos la atención u olvidamos. Después de ir a la Misa, unas horas después, debemos preguntarnos ¿de qué trató la primera lectura de hoy? ¿Quién fue el autor del Evangelio; de qué habló?

El 30 de septiembre del año pasado, nuestro Santo Padre el papa Francisco publicó una carta apostólica, “Aperuit illis” (latín para expresar “Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”). Es una referencia a la enseñanza del Señor Resucitado a sus discípulos sobre las Escrituras antes de su Ascensión. El papa escribió:

Ahora se ha convertido en una práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana… En las diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la responsabilidad de testimoniarlo con coherencia… Así pues, establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. (Este año el tercer domingo del Tiempo Ordinario cae en el 26 de enero).

Cuando lo anunciaron, algunos católicos respondieron a su declaración diciendo que el papa Francisco estaba “publicando algo ya muy obvio”. La mayoría de los hogares católicos tienen una copia de la Biblia. ¿Pero las familias la leerán? Aparte de las referencias escriturales que hayamos memorizado en la escuela católica o en las clases de educación religiosa o alguna “historia bíblica”, ¿cuánto conocemos, como católicos, los textos de las Escrituras? A lo mejor el Santo Padre tiene toda la razón con esta designación especial y es algo que debemos considerar y, más todavía, prestar atención y hacer caso. Después de todo, ¡estamos hablando de “La Palabra del Señor”!

Creciendo como católico, siempre me sorprendía cuantas personas de otras fes cristianas o judíos podían citar la Biblia con capitulo y versículo.  Eso era parte de sus tradiciones y herencias religiosas, pero francamente, no tanto de la nuestra. Desde el Segundo Concilio Vaticano, se ha despertado una importancia de parte de católicos de leer las Sagradas Escrituras y reflexionar sobre ellas “por el bien de la Iglesia” (Constitución dogmática Dei Verbum, VI). No solamente como un bien espiritual en sí sino también, como anota el papa Francisco, “a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos”. Él explica:

Es profundo el vínculo entre la Sagrada Escritura y la fe de los creyentes. Porque la fe proviene de la escucha y la escucha está centrada en la palabra de Cristo (cf. Rm 10,17), la invitación que surge es la urgencia y la importancia que los creyentes tienen que dar a la escucha de la Palabra del Señor tanto en la acción litúrgica como en la oración y la reflexión personal.

Ambos el Antiguo y el Nuevo Testamento están integralmente interrelacionados, componiendo la historia completa de la salvación. Como el Pueblo de Dios, “salvados por él”, es esencial conocer tan bien como podamos la historia para profundizar nuestra fe.

Los diáconos y los sacerdotes estamos especialmente bendecidos con la santa obligación, asumida en su ordenación, de santificar su día a través de orar la “Liturgia de las Horas”, también conocida como el “Oficio Divino” o el “Deber”. Estas oraciones se basan mayormente en las Escrituras y, al leerla fielmente durante un ciclo de cuatro semanas, el lector se sumerge en la Palabra de Dios. Los miembros de órdenes religiosas también siguen este ciclo de oraciones basadas en las Escrituras, pero no se restringe al clero o religioso. De hecho, los laicos en algunas parroquias han empezado a orar partes de la Liturgia de las Horas juntos por su propia alimentación espiritual, “para crecer en el amor y el testimonio fiel”.

Sí, el papa Francisco está alumbrando algo muy importante y de mucho beneficio espiritual con esto. Nuestra fe solamente puede ser fortalecida si está basada en la Palabra de Dios. La Misa está compuesta de dos partes realmente inseparables: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. “Comulgar” la Palabra de Dios es la mejor manera de prepararnos para “comulgar” su Cuerpo y Sangre precioso. En la Liturgia de la Palabra, el Señor es ambos el “Mensajero” y el “Mensaje”. Él habla de la Palabra y el mismo es la Palabra de que habla. En la Liturgia de la Eucaristía, Él es ambos “Él quien sacrifica” y “el mero Sacrificio”. Él es “Él que regala” y también el “Regalo”. ¡Te alabamos, Señor!

Como las fiestas que celebramos individualmente por el año litúrgico, el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – ahora conocido como “Domingo de la Palabra de Dios” – es solo un día. Sin embargo, su motivo es invitar e inspirar en cada día del año. Un lugar prominente, visible de las Escrituras en nuestras parroquias; un esfuerzo intencional de prestar mayor atención a las lectoras en la Misa; una homilía pensativa y bien preparada – y también bien predicada; quizás más celebraciones parroquiales planeadas o “Servicios de la Palabra” fuera de la Misa; ofrecer programas parroquiales para el estudio bíblico; más énfasis en las Sagradas Escrituras en nuestras escuelas católicas y programas de la educación religiosa; y, por supuesto, tiempo personal para leer la Biblia en la casa o combinado con momentos con el Santísimo en la Iglesia – estas son unas maneras que la Palabra de Dios puede ser un apoyo más significante para una vida de fe, como el papa Francisco busca establecer.

El papa Francisco concluye su carta con esta oración:

Que el domingo dedicado a la Palabra haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura, como el autor sagrado lo enseñaba ya en tiempos antiguos: esta Palabra “está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que la cumplas” (Dt 30,14).

“¡La Palabra del Señor”! Como católicos, que respondemos todos dispuestos de mente y corazón a ese gran don, “¡Te alabamos, Señor”!

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