Obispo O'Connell reflexiona sobre la fiesta de la Epifanía
January 3, 2020 at 5:38 p.m.
La mayoría de nosotros conocemos la presencia legendaria de los “tres reyes” de las escenas del pesebre en nuestras iglesias y hogares. Podemos cantar a memoria la letra del himno popular, “Nosotros los Tres Reyes”. Conocemos los regalos que llevaron mientras siguieron la estrella navideña al lugar de la Natividad: oro, incienso y mirra.
La historia de los “tres sabios” o los “magos” se derive del Evangelio según San Mateo, capitulo 2, en donde el santo autor describe su visita al rey Herodes en Jerusalén en su búsqueda por el “recién nacido rey de los judíos”. Ellos le dijeron que “vieron su estrella subir” y – recordando las palabras del profeta Miqueas que “uno que liderará a Israel” vendría de Belén (Miqueas 5:2) – ellos querían rendirlo homenaje.
“Preocupado” por las noticias de competición, el rey Herodes los envió a Belén y los pidió volver a él después de haberlo encontrado. Y entonces, siguiendo la estrella, ellos entraron “la casa y vieron al niño con su madre, María” y le presentaron sus regalos. Luego, soñaron no volver a ver al rey Herodes y, entonces, volvieron a casa por otra ruta.
Esa es la historia. La encontramos solo en el Evangelio según San Mateo y en ningún otro lugar en las escrituras. En los tempranos siglos cuando la tradición de la Iglesia estaba desarrollándose, la visita de los tres magos tenía un gran impacto en su imaginación y se hizo parte de la re-presentación del nacimiento de Cristo, su vida temprana, su bautismo por Juan en el Jordán y su primer milagro público en la boda de Caná. Eventualmente, la Epifanía fue convertida en una celebración litúrgica al igual que la conmemoración del Bautismo del Señor.
Así que, vamos a enfocarnos en la celebración de la Epifanía como nosotros católicos la entendemos.
Primero, los “magos”. Están conocidos también como los “sabios”, los “reyes” y los “astrólogos”. Esta última identificación explicaría su interés en y su atracción a la “estrella”. El término mismo se dirige de expresiones antiguas de griego y árabe usadas de varias maneras pero, básicamente, para describir a personas de mucho aprendizaje – por eso los “sabios”. A pesar de no ser judíos, habrán sido familiares con las tradiciones y costumbres antiguos de esa religión. Eso explicaría su conocimiento de las profecías de Miqueas que citaron al rey Herodes. Mateo nota que ellos eran “del oriente”.
Las Escrituras no dicen que fueron tres ni los identifica como “Gaspar, Melchor y Baltasar” como las tradiciones harán luego. Se presume que fueron “tres” porque se menciona los tres regalos ofrecidos al niño y su madre: el oro que representa la nobleza – Miqueas predice que “liderará a Israel”; el incienso que se usaba en los ritos antiguos de alabanza – los magos “se prostraron y le rindieron homenaje”; y la mirra que era perfume usado en la coronación de reyes o para ungir a los muertos – tal vez una predicción de la muerte eventual del rey.
Próximo, la estrella. Que la estrella fuera un milagro o alguna aparición no común no queda muy claro en la historia misma. Es totalmente posible que la estrella estuviera más clara en el cielo en el momento de la jornada de los “magos” del oriente.
No se puede descartar ni menospreciar pero ciertamente fue interpretada en aquel tiempo como algo prominente o significante. Añade algo más especial a una historia ya increíble.
En su libro, “Jesús de Nazaret: las narrativas de infancia”, el papa Benedicto XVI observa que no fuera la estrella que determinó el destino del niño sino el niño que guiaba la estrella.
Finalmente, la historia misma. La palabra “Epifanía” se dirige de una expresión lingüística griega que se traduce como “demuestra” o “manifestación”. En la historia según Mateo, la visita de los magos pretende demostrar o “manifestar” que Jesús, el hijo de María nacido en Belén, es el Mesías esperado de Israel, predicho de los antiguos profetas. Ellos visitaron a Herodes como cortesía porque habrán pensado que él, también, compartiera su entusiasmo por el nacimiento anticipado de un “líder que es el pastor de mi pueblo Israel”.
El Catequismo de la Iglesia Católica observa que “La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo” y que “La llegada de los magos a Jerusalén para ‘rendir homenaje al rey de los Judíos’ muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David al que será el rey de las naciones” (Catequismo, 528).
Para católicos y cristianos, la Navidad no termina con las celebraciones del 25 de diciembre ni el 1 de enero ni el 6 de enero. No, la Navidad empieza con la gran fiesta del nacimiento de Cristo y sigue con la visita de los magos a Belén, con el bautismo de Jesús en el Río Jordán y con la boda de Caná cuando, por primera vez, él revela su poder milagroso.
El Señor Jesucristo, nacido por María, adorado por los magos, es el Mesías, el Hijo de Dios y el Salvador del Mundo. ¡Que siga la celebración! Con los magos este domingo de la Epifanía, “¡Vengan a adorarlo, Cristo el Señor”!
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La mayoría de nosotros conocemos la presencia legendaria de los “tres reyes” de las escenas del pesebre en nuestras iglesias y hogares. Podemos cantar a memoria la letra del himno popular, “Nosotros los Tres Reyes”. Conocemos los regalos que llevaron mientras siguieron la estrella navideña al lugar de la Natividad: oro, incienso y mirra.
La historia de los “tres sabios” o los “magos” se derive del Evangelio según San Mateo, capitulo 2, en donde el santo autor describe su visita al rey Herodes en Jerusalén en su búsqueda por el “recién nacido rey de los judíos”. Ellos le dijeron que “vieron su estrella subir” y – recordando las palabras del profeta Miqueas que “uno que liderará a Israel” vendría de Belén (Miqueas 5:2) – ellos querían rendirlo homenaje.
“Preocupado” por las noticias de competición, el rey Herodes los envió a Belén y los pidió volver a él después de haberlo encontrado. Y entonces, siguiendo la estrella, ellos entraron “la casa y vieron al niño con su madre, María” y le presentaron sus regalos. Luego, soñaron no volver a ver al rey Herodes y, entonces, volvieron a casa por otra ruta.
Esa es la historia. La encontramos solo en el Evangelio según San Mateo y en ningún otro lugar en las escrituras. En los tempranos siglos cuando la tradición de la Iglesia estaba desarrollándose, la visita de los tres magos tenía un gran impacto en su imaginación y se hizo parte de la re-presentación del nacimiento de Cristo, su vida temprana, su bautismo por Juan en el Jordán y su primer milagro público en la boda de Caná. Eventualmente, la Epifanía fue convertida en una celebración litúrgica al igual que la conmemoración del Bautismo del Señor.
Así que, vamos a enfocarnos en la celebración de la Epifanía como nosotros católicos la entendemos.
Primero, los “magos”. Están conocidos también como los “sabios”, los “reyes” y los “astrólogos”. Esta última identificación explicaría su interés en y su atracción a la “estrella”. El término mismo se dirige de expresiones antiguas de griego y árabe usadas de varias maneras pero, básicamente, para describir a personas de mucho aprendizaje – por eso los “sabios”. A pesar de no ser judíos, habrán sido familiares con las tradiciones y costumbres antiguos de esa religión. Eso explicaría su conocimiento de las profecías de Miqueas que citaron al rey Herodes. Mateo nota que ellos eran “del oriente”.
Las Escrituras no dicen que fueron tres ni los identifica como “Gaspar, Melchor y Baltasar” como las tradiciones harán luego. Se presume que fueron “tres” porque se menciona los tres regalos ofrecidos al niño y su madre: el oro que representa la nobleza – Miqueas predice que “liderará a Israel”; el incienso que se usaba en los ritos antiguos de alabanza – los magos “se prostraron y le rindieron homenaje”; y la mirra que era perfume usado en la coronación de reyes o para ungir a los muertos – tal vez una predicción de la muerte eventual del rey.
Próximo, la estrella. Que la estrella fuera un milagro o alguna aparición no común no queda muy claro en la historia misma. Es totalmente posible que la estrella estuviera más clara en el cielo en el momento de la jornada de los “magos” del oriente.
No se puede descartar ni menospreciar pero ciertamente fue interpretada en aquel tiempo como algo prominente o significante. Añade algo más especial a una historia ya increíble.
En su libro, “Jesús de Nazaret: las narrativas de infancia”, el papa Benedicto XVI observa que no fuera la estrella que determinó el destino del niño sino el niño que guiaba la estrella.
Finalmente, la historia misma. La palabra “Epifanía” se dirige de una expresión lingüística griega que se traduce como “demuestra” o “manifestación”. En la historia según Mateo, la visita de los magos pretende demostrar o “manifestar” que Jesús, el hijo de María nacido en Belén, es el Mesías esperado de Israel, predicho de los antiguos profetas. Ellos visitaron a Herodes como cortesía porque habrán pensado que él, también, compartiera su entusiasmo por el nacimiento anticipado de un “líder que es el pastor de mi pueblo Israel”.
El Catequismo de la Iglesia Católica observa que “La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo” y que “La llegada de los magos a Jerusalén para ‘rendir homenaje al rey de los Judíos’ muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David al que será el rey de las naciones” (Catequismo, 528).
Para católicos y cristianos, la Navidad no termina con las celebraciones del 25 de diciembre ni el 1 de enero ni el 6 de enero. No, la Navidad empieza con la gran fiesta del nacimiento de Cristo y sigue con la visita de los magos a Belén, con el bautismo de Jesús en el Río Jordán y con la boda de Caná cuando, por primera vez, él revela su poder milagroso.
El Señor Jesucristo, nacido por María, adorado por los magos, es el Mesías, el Hijo de Dios y el Salvador del Mundo. ¡Que siga la celebración! Con los magos este domingo de la Epifanía, “¡Vengan a adorarlo, Cristo el Señor”!