Unas reflexionas personales sobre la oración
September 30, 2019 at 4:20 p.m.
Al observar al Señor Jesús utilizar la oración en su ministerio con tanta frecuencia, los discípulos le pidieron enseñarlos como rezar. Instantáneamente se les ofreció las palabras que repetimos tan a menudo por nuestras vidas y que se conoce como “La Oración del Señor” (Lucas 11:1-4; Mateo 6:5-15). Si reflexionamos sobre las frases de esa oración, descubrimos un modelo sencillo pero profundo para guiarnos en nuestra oración: primeramente, reconocer a Dios; segundo, reconocer que solamente Dios puede responder a nuestras necesidades. Eso fue lo que el Señor Jesús los enseñó hacer a sus discípulos. Bastante sencillo. Nos ofrece ese mismo modelo. Sin embargo, por alguna razón, muchas veces solemos buscar una respuesta mucho más compleja. Pero rezar no es ni difícil de hacer ni comprender.
Cuando yo era seminarista hace muchos años ya, encontré un libro titulado, “La Práctica de la Presencia de Dios”, escrito por el hermano Lorenzo quien era monje carmelito en el siglo 17 que trabajaba en la cocina de su monasterio. Desde encontrar ese libro, he leído muchos otros libros sobre la oración – libros teológicos, académicos, litúrgicos, espirituales, meditativos, etc. – pero siempre vuelvo a ese libro. Dentro de la colección de escrituras y reflexiones, el hermano Lorenzo comparte un descubrimiento que resulta apoyar el resto de su vida de oración: “Podemos acostumbrarnos a conversar continuamente con Él con libertad y simplicidad”. Parece ser bastante sencillo, ¿no es cierto?
Pues es lo que es la oración verdadera, ¿no?, conversar con Dios constantemente. En medio de todas las ollas y sartenes ocupados de la cocina, Hermano Lorenzo observa, “Elevar un poco corazón es suficiente, un pequeño recuerdo de Dios, un acto de adoración interior, son oraciones que, aunque sean cortas, son sin embargo muy aceptables para Dios. Y son excelentes para fortalecerlo. Déjalo que piense en Dios lo más que pueda, que se acostumbre gradualmente a realizar este pequeño pero santo ejercicio; nadie lo nota, y nada es más fácil que repetir frecuentemente durante el día estas pequeñas adoraciones interiores”.
Esa es la clave de rezar: reconocer que la presencia de Dios “más cerca de nosotros de lo que nos damos cuenta”, siempre y en todo lugar, donde estemos, a donde vayamos, en lo que hacemos, estemos aburridos o no, estemos en una multitud de gente o a solas; en la mañana al levantarnos, durante el día mientras trabajamos, en la noche cuando nos dormimos. Hay que reconocer la presencia de Dios en cada momento. Es algo tan sencillo, tan simple, tan obvio, tan verdadero que ni lo valoramos y dejamos que se escape de nuestra conciencia. Reconocer a Dios. Reconocer que solamente Dios tiene la respuesta a nuestras necesidades.
La lección de La Oración del Señor, convertir nuestra vida entera que sea nuestra oración porque Dios siempre está presente a nosotros, en nosotros, con nosotros, para nosotros. Hermano Lorenzo nos lo recuerda suavemente: “dirigirnos a Él en todo momento sólo necesitamos: Reconocer que Dios está íntimamente presente con nosotros; que podemos pedir su ayuda para conocer su voluntad en cosas dudosas, y para realizar correctamente aquellas que vemos claramente que Él requiere de nosotros, ofreciéndoselas antes de realizarlas, y agradeciéndole cuando hemos terminado”, (reconociendo que solo Dios es la respuesta a nuestras necesidades).
[[In-content Ad]]
Related Stories
Sunday, November 24, 2024
E-Editions
Events
Al observar al Señor Jesús utilizar la oración en su ministerio con tanta frecuencia, los discípulos le pidieron enseñarlos como rezar. Instantáneamente se les ofreció las palabras que repetimos tan a menudo por nuestras vidas y que se conoce como “La Oración del Señor” (Lucas 11:1-4; Mateo 6:5-15). Si reflexionamos sobre las frases de esa oración, descubrimos un modelo sencillo pero profundo para guiarnos en nuestra oración: primeramente, reconocer a Dios; segundo, reconocer que solamente Dios puede responder a nuestras necesidades. Eso fue lo que el Señor Jesús los enseñó hacer a sus discípulos. Bastante sencillo. Nos ofrece ese mismo modelo. Sin embargo, por alguna razón, muchas veces solemos buscar una respuesta mucho más compleja. Pero rezar no es ni difícil de hacer ni comprender.
Cuando yo era seminarista hace muchos años ya, encontré un libro titulado, “La Práctica de la Presencia de Dios”, escrito por el hermano Lorenzo quien era monje carmelito en el siglo 17 que trabajaba en la cocina de su monasterio. Desde encontrar ese libro, he leído muchos otros libros sobre la oración – libros teológicos, académicos, litúrgicos, espirituales, meditativos, etc. – pero siempre vuelvo a ese libro. Dentro de la colección de escrituras y reflexiones, el hermano Lorenzo comparte un descubrimiento que resulta apoyar el resto de su vida de oración: “Podemos acostumbrarnos a conversar continuamente con Él con libertad y simplicidad”. Parece ser bastante sencillo, ¿no es cierto?
Pues es lo que es la oración verdadera, ¿no?, conversar con Dios constantemente. En medio de todas las ollas y sartenes ocupados de la cocina, Hermano Lorenzo observa, “Elevar un poco corazón es suficiente, un pequeño recuerdo de Dios, un acto de adoración interior, son oraciones que, aunque sean cortas, son sin embargo muy aceptables para Dios. Y son excelentes para fortalecerlo. Déjalo que piense en Dios lo más que pueda, que se acostumbre gradualmente a realizar este pequeño pero santo ejercicio; nadie lo nota, y nada es más fácil que repetir frecuentemente durante el día estas pequeñas adoraciones interiores”.
Esa es la clave de rezar: reconocer que la presencia de Dios “más cerca de nosotros de lo que nos damos cuenta”, siempre y en todo lugar, donde estemos, a donde vayamos, en lo que hacemos, estemos aburridos o no, estemos en una multitud de gente o a solas; en la mañana al levantarnos, durante el día mientras trabajamos, en la noche cuando nos dormimos. Hay que reconocer la presencia de Dios en cada momento. Es algo tan sencillo, tan simple, tan obvio, tan verdadero que ni lo valoramos y dejamos que se escape de nuestra conciencia. Reconocer a Dios. Reconocer que solamente Dios tiene la respuesta a nuestras necesidades.
La lección de La Oración del Señor, convertir nuestra vida entera que sea nuestra oración porque Dios siempre está presente a nosotros, en nosotros, con nosotros, para nosotros. Hermano Lorenzo nos lo recuerda suavemente: “dirigirnos a Él en todo momento sólo necesitamos: Reconocer que Dios está íntimamente presente con nosotros; que podemos pedir su ayuda para conocer su voluntad en cosas dudosas, y para realizar correctamente aquellas que vemos claramente que Él requiere de nosotros, ofreciéndoselas antes de realizarlas, y agradeciéndole cuando hemos terminado”, (reconociendo que solo Dios es la respuesta a nuestras necesidades).
[[In-content Ad]]