En discurso pastoral, el Obispo O'Connell se enfoca en como el ser buen testigo es la mejor manera de enseñar nuestra fe
July 29, 2019 at 12:37 p.m.
La misión de la Iglesia Católica no ha cambiado desde que nuestro Señor Jesucristo se puso de pie en la sinagoga en Nazaret y leyó del Libro del Profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor. ” (Lucas 4: 18-19)
Después de entregar el pergamino al ayudante, Jesús se sentó y empezó a enseñar, diciendo esa frase criptica, “Hoy se ha cumplido ante ustedes esta profecía.” (Lucas 4:21)
No, la misión de la Iglesia Católica no ha cambiado desde ese día, algunos 2,000 años después, porque es la misión del nuestro Señor Jesucristo, “ayer y hoy, en el principio y el fin, alfa y omega. Suyos son los tiempos y edades. A Él toda la gloria y dominio, ahora y siempre. Amén” (Misal Romano, “Bendición de la Vela Pascual” en la Vigilia de Pascua). Todavía se está cumpliendo.
Sin embargo, el mundo ha cambiado. Y cosas dentro de la Iglesia Católica han cambiado. El desafío para nosotros como católicos hoy en un mundo afrontando cambios dentro de nuestra propia iglesia es: ¿cómo mantenemos esta misión de Cristo inmutable, la misión de la Iglesia Católica inmutable, vital y viva? ¿Cómo podemos asegurar que el Evangelio es reconocido, predicado y conocido? ¿Cómo aseguramos que el mensaje y la misión de nuestro Señor Jesucristo se sigan “cumpliendo a nuestros oídos”?
¿No es esa la razón verdadera de la Iglesia Católica? ¿No ha sido esa la responsabilidad y la razón por su existencia desde aquel día en la sinagoga en Nazaret?
Nuestro Señor Jesucristo identificó su misión como la predica del Evangelio a los pobres. Por estos muchos siglos católicos y cristianos han conocido que este objeto de nuestra predica- el pobre- no es solo el pobre al que falta recursos materiales. El “pobre” que necesita oír el Evangelio también incluye a ellos quienes les falta una relación con nuestro Señor Jesucristo. Ellos también son pobres. Ellos también son la misión de la Iglesia Católica. Y eso les hace parte de la “nueva Evangelización” que es una parte grande de la conversación de la Iglesia y nuestros esfuerzos hoy.
En su discurso a los participantes de una reunión con la Diócesis de Roma, nuestro santo padre el Papa Francisco comentó que
La proclamación del Evangelio es destinada primeramente a los pobres, para todos quienes les falta lo que necesitan para vivir una vida digna. A ellos primeramente son proclamadas las Buenas Nuevas que Dios les ama con un amor preferencial y que les visita por las obras caritativas que los discípulos de Cristo hacen en su nombre. Váyanse a los pobres primero: ellos son la prioridad. …¡El Evangelio es para todos! ¡Extendernos a los pobres no significa que tenemos que hacernos campeones de la pobreza o “vagabundos espirituales”! ¡No, no es lo que significa! Lo que significa es que debemos extendernos a la carne de Jesús que sufre, pero también sufre la carne de Jesús de ellos que no lo conocen por sus estudios, su inteligencia, con su cultura. ¡Tenemos que ir allá! A mí me gusta usar la frase “ir a los márgenes,” las márgenes de la existencia. A todas las márgenes: de la pobreza física y real a la pobreza intelectual que también es real. A todas las periferias, las encrucijadas en el camino: ¡vayan allá! Y siembren allá las semillas del Evangelio con sus palabras y su testimonio. Esto es lo que significa tener coraje (“Discurso a los Participantes en la Convención Eclesial de la Diócesis de Roma”, el 17 de junio del 2013).
Estos comentarios no son nuevos realmente, porque el Beato Papa Juan Pablo II hablaba así a menudo, pero en la persona del nuevamente elegido, Papa Francisco, tienen una nueva vitalidad, frescura y urgencia. Describen su sentido de la “nueva evangelización.” Se puede ver en esa pobreza, esa urgencia para una “nueva evangelización” en el día de hoy cuando tanta gente, especialmente nuestra propia gente católica ni sabe o entiende la misión de Cristo, su evangelio, el depósito de la fe, la tradición viviente, lo suficiente para poder articular su significado y afrontar a ellos que buscan debilitar o destruirlas. No se dejen engañar. Ellos existen dentro y fuera de nuestra Iglesia. Tanta pobreza, tanta urgencia para una “nueva evangelización” se puede ver hoy también cuando las personas, especialmente personas católicas, hablan con desenfreno despectivo e imprudente sobre la Iglesia y su misión inmutable y enseñanzas, o peor todavía, cuando las niegan como si fueran “cosas que pueden elegir o no” y no una verdad fundamental, “dependiendo solo de opiniones populares,” “cosas que no deben ofender a nadie sino hacer a todos ‘sentirse bien’.”
Pues, así no funciona nuestra fe católica. Así no es, ni debe ser nuestra forma de vivir en la Iglesia Católica. El Evangelio de Cristo no es “algo que se puede elegir.” Las verdades de nuestra fe católica no son “dependientes de opiniones populares” para nada. El Beato Juan Pablo II escribió que:
Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa trasparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita a veces en cuanto comienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Pero, a pesar de esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la que influencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad.. (El Papa Juan Pablo II, encíclica Fides et Ratio, el 14 de setiembre del 1998, párrafo 28).
La Cruz de Cristo es, ciertamente, ofensiva para muchos quienes no la entienden o no quieren entenderla. La Cruz nunca “se siente bien.” Ese nunca fue su propósito. Se trata del sacrificio. Es lo que dijo Jesús cuando nos pidió a “entregar nuestras vidas.” La Iglesia Católica se levanta por algo específico, concreto y no ambiguo frente a los asaltos implacables de lo que creemos y enseñamos y practicamos como católicos. Tenemos que recuperar un sentido verdadero de la Iglesia y su misión: lo que es; lo que significa; lo que requiere del creyente católico. Hay un precio a pagar, un costo por ser católico. Esa es la “nueva evangelización” y no podemos hacer lo que Cristo y la Iglesia piden de nosotros sin la convicción de fe que la misión de Cristo y la misión de la Iglesia son la misma cosa. El Venerado Papa Pablo VI lo dijo así:
“Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella, ni mucho menos contra ella. (El Papa VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, párrafo 16, el 8 de diciembre del 1975).”
En su primera carta encíclica, Lumen Fidei, el Papa Francisco escribió que
“La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo... nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza. (El Papa Francisco, Carta Encíclica Lumen Fidei, párrafo 51, el 29 de junio del 2013).”
La iglesia católica no existe para que la sociedad o cultura de algún tiempo pueda transformarla ni convertirla. No, la Iglesia Católica, siguiendo el ejemplo y misión de nuestro Señor Jesucristo, existe para transformar y convertir a la sociedad y cultura, para transformar y cambiar el mundo. Lo hace al proclamar a Cristo y su Evangelio sin miedo, ni reluctancia, ni duda. Lo hace al abrazar la verdad de sus enseñanzas, sociales y doctrinales, con un compromiso firme. Lo hace al compartir el depósito de la fe y la tradición verdadera y viviente de la iglesia católica, completa y entera, no alguna caricatura de aprendizaje a los extremos izquierdos ni derechos o como las opciones en una “cafetería” de una persona o grupo, a cada generación sucesiva. Lo hace al ofrecer a las personas de hoy “un lugar” y un hogar en donde encontrarse con el Dios viviente en Jesucristo.
Y más de la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, el Venerado Papa Pablo VI escribió:
“La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios. (El Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, párrafo 22, el 8 de diciembre del 1975).”
Recientemente, en una homilía a sus compañeros Jesuitas en la fiesta de su fundador, San Ignacio de Loyola, nuestro santo padre Papa Francisco escribió que:
“¡Cristo es nuestra vida! De la misma manera, la centralidad de Cristo corresponde a la centralidad de la Iglesia: son dos puntos céntricos que no pueden ser separados: no puedo seguir a Cristo excepto en la iglesia y con la iglesia (el Papa Francisco, “Homilía a la comunidad ignaciana en Roma,” el 31 de julio del 2013).”
Su antecesor, el Papa Benedicto XVI, en un discurso a los obispos de Japón, declaró que:
“La necesidad de proclamar a Cristo fuertemente y valientemente es una prioridad actual para la iglesia; ciertamente es un deber solemne dado a ella por Cristo quien comisionó a los apóstoles a ir por el mundo proclamando las Buenas Nuevas (el Papa Benedicto XVI, “Discurso en el Ad limina a los obispos de Japón” el 17 de diciembre 2007).
Él y el Papa Francisco comparten la convicción del Venerado Papa Pablo VI que es:
“…la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar (el Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, párrafo 14, el 8 de diciembre del 1975).”
En ese mismo texto, el Venerado Papa Pablo VI propuso tres preguntas profundas que aún requieren respuestas nuestras como católicos:
“En nuestro día, ¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? ¿Con qué métodos hay que proclamar el Evangelio para que su poder sea eficaz? (ibid, párrafo 4)?”
Creo yo que la respuesta a su primera pregunta--- ¿qué ha pasado?”---simplemente es “indiferencia.” Nos ha dejado de importar, echándole la culpa de nuestra indiferencia a desacuerdos con o desacuerdo con alguna enseñanza de la iglesia que hace que nuestra vida católica sea inconveniente o contraria a los valores seculares o de algún escándalo, tan difícil o desalentador que puede ser, o otra preocupación basada en el comportamiento de otros, especialmente aquellos con roles de liderazgo en la iglesia. Las escusas son demasiadamente fáciles y nos hemos hechos perezosos en nuestra fe. ¿Por qué molestarnos? Vive y dejar vivir. No debemos imponer nuestras creencias---la verdad---en otros. Triste pero cierto.
Creo que la respuesta a su segunda pregunta--- ¿somos capaces?--- es, que sí seremos capaces, pero al limite a que queremos alcanzar. Ante todo, nuestra misión como la iglesia católica es la de nuestro Señor Jesucristo y ha perseverado a través de los tiempos buenos y malos desde hace más que cualquier otra institución en la historia. Cuando enseñaba Historia Mundial a los alumnos de secundaria, a menuda les indiqué de las maneras de que la iglesia católica directamente influía al progreso de las historia hace dos mil años. Contemplemos eso. La historia mundial “DC” (después de Cristo) mayormente tiene que ver con la iglesia católica y su impacto durante los tiempos buenos y malos.
En cuanto los métodos, el Papa propuso una respuesta que nos lleva a más preguntas todavía:
“La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en una sociedad cristiana pero según principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores, provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial, en general al primero absolutamente en la evangelización...Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores. (ibid, párrafo 21).”
Y el Papa Pablo VI nos recuerda a menudo, igual a cada uno de sus sucesores, que para poder evangelizar efectivamente, la iglesia católica tiene que evangelizarse a sí misma continuamente. ¿Por qué?
“…Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. (ibid, párrafo 15).”
Fue el Beato Papa Pablo VI quien propuso este desafío a nuestra iglesia:
“Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización ---a re-evangelizar a las comunidades cristianas que han perdido su vitalidad original… (el Papa Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, párrafo 3, el 7 de diciembre del 1990)”.
Ese compromiso, esas energías, una “nueva evangelización” de nosotros quienes, ciertamente, hemos perdido nuestra “vitalidad original” y, entonces, a todos quienes no han oído el Evangelio son las maneras---las únicas maneras--- por la cual la Iglesia Católica puede renovarse y transformar cultura(s) que nos arrodean. Una “nueva evangelización” para nosotros pero la misma misión que nuestro Señor Jesucristo anunció en la sinagoga en Nazaret. Que comience el trabajo…de nuevo. Qué Su Palabra “sea cumplida al escucharla.”
El Más Reverendo David M. O’Connell, C.M.
El Obispo de Trenton
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La misión de la Iglesia Católica no ha cambiado desde que nuestro Señor Jesucristo se puso de pie en la sinagoga en Nazaret y leyó del Libro del Profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor. ” (Lucas 4: 18-19)
Después de entregar el pergamino al ayudante, Jesús se sentó y empezó a enseñar, diciendo esa frase criptica, “Hoy se ha cumplido ante ustedes esta profecía.” (Lucas 4:21)
No, la misión de la Iglesia Católica no ha cambiado desde ese día, algunos 2,000 años después, porque es la misión del nuestro Señor Jesucristo, “ayer y hoy, en el principio y el fin, alfa y omega. Suyos son los tiempos y edades. A Él toda la gloria y dominio, ahora y siempre. Amén” (Misal Romano, “Bendición de la Vela Pascual” en la Vigilia de Pascua). Todavía se está cumpliendo.
Sin embargo, el mundo ha cambiado. Y cosas dentro de la Iglesia Católica han cambiado. El desafío para nosotros como católicos hoy en un mundo afrontando cambios dentro de nuestra propia iglesia es: ¿cómo mantenemos esta misión de Cristo inmutable, la misión de la Iglesia Católica inmutable, vital y viva? ¿Cómo podemos asegurar que el Evangelio es reconocido, predicado y conocido? ¿Cómo aseguramos que el mensaje y la misión de nuestro Señor Jesucristo se sigan “cumpliendo a nuestros oídos”?
¿No es esa la razón verdadera de la Iglesia Católica? ¿No ha sido esa la responsabilidad y la razón por su existencia desde aquel día en la sinagoga en Nazaret?
Nuestro Señor Jesucristo identificó su misión como la predica del Evangelio a los pobres. Por estos muchos siglos católicos y cristianos han conocido que este objeto de nuestra predica- el pobre- no es solo el pobre al que falta recursos materiales. El “pobre” que necesita oír el Evangelio también incluye a ellos quienes les falta una relación con nuestro Señor Jesucristo. Ellos también son pobres. Ellos también son la misión de la Iglesia Católica. Y eso les hace parte de la “nueva Evangelización” que es una parte grande de la conversación de la Iglesia y nuestros esfuerzos hoy.
En su discurso a los participantes de una reunión con la Diócesis de Roma, nuestro santo padre el Papa Francisco comentó que
La proclamación del Evangelio es destinada primeramente a los pobres, para todos quienes les falta lo que necesitan para vivir una vida digna. A ellos primeramente son proclamadas las Buenas Nuevas que Dios les ama con un amor preferencial y que les visita por las obras caritativas que los discípulos de Cristo hacen en su nombre. Váyanse a los pobres primero: ellos son la prioridad. …¡El Evangelio es para todos! ¡Extendernos a los pobres no significa que tenemos que hacernos campeones de la pobreza o “vagabundos espirituales”! ¡No, no es lo que significa! Lo que significa es que debemos extendernos a la carne de Jesús que sufre, pero también sufre la carne de Jesús de ellos que no lo conocen por sus estudios, su inteligencia, con su cultura. ¡Tenemos que ir allá! A mí me gusta usar la frase “ir a los márgenes,” las márgenes de la existencia. A todas las márgenes: de la pobreza física y real a la pobreza intelectual que también es real. A todas las periferias, las encrucijadas en el camino: ¡vayan allá! Y siembren allá las semillas del Evangelio con sus palabras y su testimonio. Esto es lo que significa tener coraje (“Discurso a los Participantes en la Convención Eclesial de la Diócesis de Roma”, el 17 de junio del 2013).
Estos comentarios no son nuevos realmente, porque el Beato Papa Juan Pablo II hablaba así a menudo, pero en la persona del nuevamente elegido, Papa Francisco, tienen una nueva vitalidad, frescura y urgencia. Describen su sentido de la “nueva evangelización.” Se puede ver en esa pobreza, esa urgencia para una “nueva evangelización” en el día de hoy cuando tanta gente, especialmente nuestra propia gente católica ni sabe o entiende la misión de Cristo, su evangelio, el depósito de la fe, la tradición viviente, lo suficiente para poder articular su significado y afrontar a ellos que buscan debilitar o destruirlas. No se dejen engañar. Ellos existen dentro y fuera de nuestra Iglesia. Tanta pobreza, tanta urgencia para una “nueva evangelización” se puede ver hoy también cuando las personas, especialmente personas católicas, hablan con desenfreno despectivo e imprudente sobre la Iglesia y su misión inmutable y enseñanzas, o peor todavía, cuando las niegan como si fueran “cosas que pueden elegir o no” y no una verdad fundamental, “dependiendo solo de opiniones populares,” “cosas que no deben ofender a nadie sino hacer a todos ‘sentirse bien’.”
Pues, así no funciona nuestra fe católica. Así no es, ni debe ser nuestra forma de vivir en la Iglesia Católica. El Evangelio de Cristo no es “algo que se puede elegir.” Las verdades de nuestra fe católica no son “dependientes de opiniones populares” para nada. El Beato Juan Pablo II escribió que:
Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa trasparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita a veces en cuanto comienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Pero, a pesar de esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la que influencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad.. (El Papa Juan Pablo II, encíclica Fides et Ratio, el 14 de setiembre del 1998, párrafo 28).
La Cruz de Cristo es, ciertamente, ofensiva para muchos quienes no la entienden o no quieren entenderla. La Cruz nunca “se siente bien.” Ese nunca fue su propósito. Se trata del sacrificio. Es lo que dijo Jesús cuando nos pidió a “entregar nuestras vidas.” La Iglesia Católica se levanta por algo específico, concreto y no ambiguo frente a los asaltos implacables de lo que creemos y enseñamos y practicamos como católicos. Tenemos que recuperar un sentido verdadero de la Iglesia y su misión: lo que es; lo que significa; lo que requiere del creyente católico. Hay un precio a pagar, un costo por ser católico. Esa es la “nueva evangelización” y no podemos hacer lo que Cristo y la Iglesia piden de nosotros sin la convicción de fe que la misión de Cristo y la misión de la Iglesia son la misma cosa. El Venerado Papa Pablo VI lo dijo así:
“Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella, ni mucho menos contra ella. (El Papa VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, párrafo 16, el 8 de diciembre del 1975).”
En su primera carta encíclica, Lumen Fidei, el Papa Francisco escribió que
“La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo... nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza. (El Papa Francisco, Carta Encíclica Lumen Fidei, párrafo 51, el 29 de junio del 2013).”
La iglesia católica no existe para que la sociedad o cultura de algún tiempo pueda transformarla ni convertirla. No, la Iglesia Católica, siguiendo el ejemplo y misión de nuestro Señor Jesucristo, existe para transformar y convertir a la sociedad y cultura, para transformar y cambiar el mundo. Lo hace al proclamar a Cristo y su Evangelio sin miedo, ni reluctancia, ni duda. Lo hace al abrazar la verdad de sus enseñanzas, sociales y doctrinales, con un compromiso firme. Lo hace al compartir el depósito de la fe y la tradición verdadera y viviente de la iglesia católica, completa y entera, no alguna caricatura de aprendizaje a los extremos izquierdos ni derechos o como las opciones en una “cafetería” de una persona o grupo, a cada generación sucesiva. Lo hace al ofrecer a las personas de hoy “un lugar” y un hogar en donde encontrarse con el Dios viviente en Jesucristo.
Y más de la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, el Venerado Papa Pablo VI escribió:
“La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios. (El Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, párrafo 22, el 8 de diciembre del 1975).”
Recientemente, en una homilía a sus compañeros Jesuitas en la fiesta de su fundador, San Ignacio de Loyola, nuestro santo padre Papa Francisco escribió que:
“¡Cristo es nuestra vida! De la misma manera, la centralidad de Cristo corresponde a la centralidad de la Iglesia: son dos puntos céntricos que no pueden ser separados: no puedo seguir a Cristo excepto en la iglesia y con la iglesia (el Papa Francisco, “Homilía a la comunidad ignaciana en Roma,” el 31 de julio del 2013).”
Su antecesor, el Papa Benedicto XVI, en un discurso a los obispos de Japón, declaró que:
“La necesidad de proclamar a Cristo fuertemente y valientemente es una prioridad actual para la iglesia; ciertamente es un deber solemne dado a ella por Cristo quien comisionó a los apóstoles a ir por el mundo proclamando las Buenas Nuevas (el Papa Benedicto XVI, “Discurso en el Ad limina a los obispos de Japón” el 17 de diciembre 2007).
Él y el Papa Francisco comparten la convicción del Venerado Papa Pablo VI que es:
“…la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar (el Papa Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, párrafo 14, el 8 de diciembre del 1975).”
En ese mismo texto, el Venerado Papa Pablo VI propuso tres preguntas profundas que aún requieren respuestas nuestras como católicos:
“En nuestro día, ¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? ¿Con qué métodos hay que proclamar el Evangelio para que su poder sea eficaz? (ibid, párrafo 4)?”
Creo yo que la respuesta a su primera pregunta--- ¿qué ha pasado?”---simplemente es “indiferencia.” Nos ha dejado de importar, echándole la culpa de nuestra indiferencia a desacuerdos con o desacuerdo con alguna enseñanza de la iglesia que hace que nuestra vida católica sea inconveniente o contraria a los valores seculares o de algún escándalo, tan difícil o desalentador que puede ser, o otra preocupación basada en el comportamiento de otros, especialmente aquellos con roles de liderazgo en la iglesia. Las escusas son demasiadamente fáciles y nos hemos hechos perezosos en nuestra fe. ¿Por qué molestarnos? Vive y dejar vivir. No debemos imponer nuestras creencias---la verdad---en otros. Triste pero cierto.
Creo que la respuesta a su segunda pregunta--- ¿somos capaces?--- es, que sí seremos capaces, pero al limite a que queremos alcanzar. Ante todo, nuestra misión como la iglesia católica es la de nuestro Señor Jesucristo y ha perseverado a través de los tiempos buenos y malos desde hace más que cualquier otra institución en la historia. Cuando enseñaba Historia Mundial a los alumnos de secundaria, a menuda les indiqué de las maneras de que la iglesia católica directamente influía al progreso de las historia hace dos mil años. Contemplemos eso. La historia mundial “DC” (después de Cristo) mayormente tiene que ver con la iglesia católica y su impacto durante los tiempos buenos y malos.
En cuanto los métodos, el Papa propuso una respuesta que nos lleva a más preguntas todavía:
“La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en una sociedad cristiana pero según principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores, provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial, en general al primero absolutamente en la evangelización...Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores. (ibid, párrafo 21).”
Y el Papa Pablo VI nos recuerda a menudo, igual a cada uno de sus sucesores, que para poder evangelizar efectivamente, la iglesia católica tiene que evangelizarse a sí misma continuamente. ¿Por qué?
“…Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. (ibid, párrafo 15).”
Fue el Beato Papa Pablo VI quien propuso este desafío a nuestra iglesia:
“Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización ---a re-evangelizar a las comunidades cristianas que han perdido su vitalidad original… (el Papa Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, párrafo 3, el 7 de diciembre del 1990)”.
Ese compromiso, esas energías, una “nueva evangelización” de nosotros quienes, ciertamente, hemos perdido nuestra “vitalidad original” y, entonces, a todos quienes no han oído el Evangelio son las maneras---las únicas maneras--- por la cual la Iglesia Católica puede renovarse y transformar cultura(s) que nos arrodean. Una “nueva evangelización” para nosotros pero la misma misión que nuestro Señor Jesucristo anunció en la sinagoga en Nazaret. Que comience el trabajo…de nuevo. Qué Su Palabra “sea cumplida al escucharla.”
El Más Reverendo David M. O’Connell, C.M.
El Obispo de Trenton
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