Atrévete a compartir el pan con otros, arriésgate ver el rostro de Jesús
July 29, 2019 at 12:37 p.m.
Durante el tiempo de Pascua, la liturgia dominical nos provee unas escrituras verdaderamente fascinantes. Regularmente encontramos a los primeros discípulos intentando entender la Resurrección. ¡Por lo menos sabemos que no somos los únicos!
Mientras los discípulos disciernen la realidad del Señor resucitado, leemos historias de alegría, miedo, coraje, duda, claridad, confusión, etc. Es como una montaña rusa de emociones. No podemos esperar menos.
De muchas de estas historias, este año yo reflexiono más atentamente en ellas en que Jesús resucitado aparece como un extraño, rompe el pan, y mientras hace esto, los otros le reconocen.
Esto ocurre cuando Jesús aparece a sus amigos más cercanos en la orilla del Mar Galileo cuando les prepara el desayuno. También pasa en la historia bien conocida de los discípulos en camino a Emaús.
Compartir una comida revela algo. En estas escrituras, las personas que comparten el pan con algún extraño de repente descubren que están en la presencia del Señor resucitado, literalmente. Ellos reconocen a Jesús. También se reconocen a ellos mismos como creyentes.
Cuando nosotros compartimos el pan con las personas a que queremos, familias y amigos, nos disponemos al poder revelador y transformador de su presencia.
Escuchamos sus historias; queremos conocerlos más hasta en cuando no estamos de acuerdo con ellos. Lo más que comemos con otros, lo más fácil se hace amarlos y afirmar quienes son como seres humanos. Cuando comemos con otros, se hace más fácil reconocer el rostro de Cristo en ellos.
Algo semejante ocurre al comer con personas a quienes llamamos “extraños”. En el proceso de partir el pan, descubrimos algo. Como cristianos, nos arriesgamos ver el rostro de Jesucristo en ellos.
Una perdida grande de nuestra sociedad contemporánea en su búsqueda a la productividad, alcanzar las demandas de un mundo veloz o simplemente trabajar más horas para alcanzar necesidades es la reducción dramática de momentos de comer juntos.
¿Cuántas veces comes a solas? Y hay que reconocer la presencia intrusiva de los teléfonos móviles y la tecnología que muchas veces nos previene de verdaderamente estar presentes para los demás.
¿Cómo podemos reconocer el rostro de Jesús en el prójimo si comemos solos o cuando estamos constantemente bombardeados por distracciones de tal tweet, foto o poste que nos ha llegado?
Desde una perspectiva médica o social, los beneficios de partir el pan juntos son muchos: comer comida más saludable, menos atracción al uso de drogas o comportamientos peligrosos, más eficiencia en la escuela y en el trabajo, un sentido más fuerte de pertenencia, compasión hacia los demás, etc. Desde una perspectiva de la fe, de nuevo, ¡nos arriesgamos encontrarnos con Jesucristo en el prójimo!
Mi parroquia, San Patricio en Lawrence, Massachusetts, tiene una cafetería comunitaria, Cor Unum, que sirve unas 500 comidas cada día. El hambre es real en la ciudad de la parroquia. Las personas que llegan a Cor Unum para comer se sientan alrededor de mesas redondas y voluntarios les sirven.
En Cor Unum, muchas veces veo a los voluntarios sentarse para comer con las personas que llegan: inmigrantes, personas con dificultades económicas, personas que han perdido sus trabajos, quienes se recuperan de alguna adicción, personas viviendo la soledad, familias con niños pequeños, etc.
Casi todas las personas que han hecho esto, yo incluso, ha conocido lo que es ver el rostro de Cristo. ¿Cómo? No lo puedo explicar exactamente, pero yo sé que comer juntos revela y transforma algo. Al comer juntos, compartir una comida, partir el pan, nosotros nos descubrimos como creyentes.
Sea con familiares, amigos o extraños, arriésgate a romper el pan, compartida una comida, con otros y arriésgate a ver el rostro de Jesús.
Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.
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Durante el tiempo de Pascua, la liturgia dominical nos provee unas escrituras verdaderamente fascinantes. Regularmente encontramos a los primeros discípulos intentando entender la Resurrección. ¡Por lo menos sabemos que no somos los únicos!
Mientras los discípulos disciernen la realidad del Señor resucitado, leemos historias de alegría, miedo, coraje, duda, claridad, confusión, etc. Es como una montaña rusa de emociones. No podemos esperar menos.
De muchas de estas historias, este año yo reflexiono más atentamente en ellas en que Jesús resucitado aparece como un extraño, rompe el pan, y mientras hace esto, los otros le reconocen.
Esto ocurre cuando Jesús aparece a sus amigos más cercanos en la orilla del Mar Galileo cuando les prepara el desayuno. También pasa en la historia bien conocida de los discípulos en camino a Emaús.
Compartir una comida revela algo. En estas escrituras, las personas que comparten el pan con algún extraño de repente descubren que están en la presencia del Señor resucitado, literalmente. Ellos reconocen a Jesús. También se reconocen a ellos mismos como creyentes.
Cuando nosotros compartimos el pan con las personas a que queremos, familias y amigos, nos disponemos al poder revelador y transformador de su presencia.
Escuchamos sus historias; queremos conocerlos más hasta en cuando no estamos de acuerdo con ellos. Lo más que comemos con otros, lo más fácil se hace amarlos y afirmar quienes son como seres humanos. Cuando comemos con otros, se hace más fácil reconocer el rostro de Cristo en ellos.
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Una perdida grande de nuestra sociedad contemporánea en su búsqueda a la productividad, alcanzar las demandas de un mundo veloz o simplemente trabajar más horas para alcanzar necesidades es la reducción dramática de momentos de comer juntos.
¿Cuántas veces comes a solas? Y hay que reconocer la presencia intrusiva de los teléfonos móviles y la tecnología que muchas veces nos previene de verdaderamente estar presentes para los demás.
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Mi parroquia, San Patricio en Lawrence, Massachusetts, tiene una cafetería comunitaria, Cor Unum, que sirve unas 500 comidas cada día. El hambre es real en la ciudad de la parroquia. Las personas que llegan a Cor Unum para comer se sientan alrededor de mesas redondas y voluntarios les sirven.
En Cor Unum, muchas veces veo a los voluntarios sentarse para comer con las personas que llegan: inmigrantes, personas con dificultades económicas, personas que han perdido sus trabajos, quienes se recuperan de alguna adicción, personas viviendo la soledad, familias con niños pequeños, etc.
Casi todas las personas que han hecho esto, yo incluso, ha conocido lo que es ver el rostro de Cristo. ¿Cómo? No lo puedo explicar exactamente, pero yo sé que comer juntos revela y transforma algo. Al comer juntos, compartir una comida, partir el pan, nosotros nos descubrimos como creyentes.
Sea con familiares, amigos o extraños, arriésgate a romper el pan, compartida una comida, con otros y arriésgate a ver el rostro de Jesús.
Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.
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