La Inmaculada Concepción: “Has hallado favor ante Dios”

December 5, 2023 at 10:40 a.m.

Por Obispo David M. O'Connell, C.M.

Hemos escuchado con mucha frecuencia la narración de San Lucas sobre la Anunciación en las celebraciones de la Iglesia de María, la Madre de Dios. Hoy esa Palabra se proclama una vez más mientras la Iglesia en todo el mundo celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, un día santo de obligación para todos los Católicos.

La Santísima Virgen María, como menciona nuestra oración inicial, "sin pecado desde el primer momento de su concepción", acepta la Palabra de Dios hablada por Gabriel – y la salvación que Cristo traería con su muerte fue entonces concebida en ella. “El Verbo se hizo carne (Juan 1:14)”.

Qué hermosa relación entre su destino en el momento de su propia “inmaculada” concepción en el vientre de su madre Santa Ana y el destino de la Iglesia en el momento de su propia concepción.

Mientras leemos, mientras escuchamos el Evangelio, sólo podemos imaginar lo que debe haber sido para esta joven (apenas una mujer, en realidad) escuchar las palabras "has hallado favor ante Dios... concebirás un hijo, Jesús... para ser llamado Hijo del Altísimo." Asombrada, sorprendida, "profundamente preocupada", como nos dice Lucas, María "se preguntaba" de qué se trataba todo esto. "¿Cómo puede ser esto?" fue su sencilla respuesta. Sin duda, no es una protesta sino una expresión de asombro. María "se preguntó" qué significaba su saludo.

En su propia mente y experiencia, su vida era normal. Vivió su vida sin mucha diferencia con sus compañeros de la época. Y, sin embargo, nuestra fe nos dice que desde el momento de su concepción, la suya fue una "vida de amor que nunca conoció el pecado", lejos de lo común y muy diferente a la de cualquier otro ser humano que jamás haya existido. "¿Cómo puede ser esto?" La gracia de Dios, la presencia del Espíritu Santo, el poder del Altísimo. Y en la experiencia de "maravilla", la pregunta de María fue seguida por su maravillosa declaración de fe: "Yo soy la sierva del Señor. Hágase en mí".

Lo que había ocurrido en su propia concepción, ahora sería testigo de lo que sería como ella misma concebía. Y como ella concibió a Cristo en su seno, así fue concebida la Iglesia, fuimos concebidos nosotros.

En pocas palabras, la fiesta solemne de hoy se reserva como un día santo: una oportunidad para que reflexionemos sobre nuestra propia fe. A diferencia de María, a nosotros nos ha tocado el pecado. Y, sin embargo, como María, también hemos experimentado la gracia y el poder de Dios en nuestras vidas, llevándonos más allá de la debilidad y acercándonos a él. Cuando somos tentados, muchas veces prevalece nuestra debilidad. Cuando pecamos, disminuimos nuestro propio destino. En esos momentos –en cualquier momento en el que nos encontremos con la fragilidad humana– debemos escuchar el anuncio de salvación del ángel Gabriel. ¿Cómo podemos permanecer fuertes? ¿Cómo podemos superar? ¿Cómo puede ser esto? La respuesta para nosotros es siempre la misma: la gracia y el poder de Dios. Y en nuestra fe, como María, nos entregamos a Dios, a Cristo recordando que "nada es imposible para Dios", que en él y sólo en él lo imposible es posible. Se concibe lo inconcebible. "Yo soy el siervo del Señor, hágase en mí".

Hoy, la fe de María una vez más nos toca profundamente. Las palabras de la oración inicial de la Misa deben ser, en efecto, la oración de nuestra vida: "María tuvo una fe que tu Espíritu preparó... traza en nuestras acciones las líneas de su amor y en nuestros corazones, su disponibilidad de fe".

“Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”.



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La Santísima Virgen María, como menciona nuestra oración inicial, "sin pecado desde el primer momento de su concepción", acepta la Palabra de Dios hablada por Gabriel – y la salvación que Cristo traería con su muerte fue entonces concebida en ella. “El Verbo se hizo carne (Juan 1:14)”.

Qué hermosa relación entre su destino en el momento de su propia “inmaculada” concepción en el vientre de su madre Santa Ana y el destino de la Iglesia en el momento de su propia concepción.

Mientras leemos, mientras escuchamos el Evangelio, sólo podemos imaginar lo que debe haber sido para esta joven (apenas una mujer, en realidad) escuchar las palabras "has hallado favor ante Dios... concebirás un hijo, Jesús... para ser llamado Hijo del Altísimo." Asombrada, sorprendida, "profundamente preocupada", como nos dice Lucas, María "se preguntaba" de qué se trataba todo esto. "¿Cómo puede ser esto?" fue su sencilla respuesta. Sin duda, no es una protesta sino una expresión de asombro. María "se preguntó" qué significaba su saludo.

En su propia mente y experiencia, su vida era normal. Vivió su vida sin mucha diferencia con sus compañeros de la época. Y, sin embargo, nuestra fe nos dice que desde el momento de su concepción, la suya fue una "vida de amor que nunca conoció el pecado", lejos de lo común y muy diferente a la de cualquier otro ser humano que jamás haya existido. "¿Cómo puede ser esto?" La gracia de Dios, la presencia del Espíritu Santo, el poder del Altísimo. Y en la experiencia de "maravilla", la pregunta de María fue seguida por su maravillosa declaración de fe: "Yo soy la sierva del Señor. Hágase en mí".

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En pocas palabras, la fiesta solemne de hoy se reserva como un día santo: una oportunidad para que reflexionemos sobre nuestra propia fe. A diferencia de María, a nosotros nos ha tocado el pecado. Y, sin embargo, como María, también hemos experimentado la gracia y el poder de Dios en nuestras vidas, llevándonos más allá de la debilidad y acercándonos a él. Cuando somos tentados, muchas veces prevalece nuestra debilidad. Cuando pecamos, disminuimos nuestro propio destino. En esos momentos –en cualquier momento en el que nos encontremos con la fragilidad humana– debemos escuchar el anuncio de salvación del ángel Gabriel. ¿Cómo podemos permanecer fuertes? ¿Cómo podemos superar? ¿Cómo puede ser esto? La respuesta para nosotros es siempre la misma: la gracia y el poder de Dios. Y en nuestra fe, como María, nos entregamos a Dios, a Cristo recordando que "nada es imposible para Dios", que en él y sólo en él lo imposible es posible. Se concibe lo inconcebible. "Yo soy el siervo del Señor, hágase en mí".

Hoy, la fe de María una vez más nos toca profundamente. Las palabras de la oración inicial de la Misa deben ser, en efecto, la oración de nuestra vida: "María tuvo una fe que tu Espíritu preparó... traza en nuestras acciones las líneas de su amor y en nuestros corazones, su disponibilidad de fe".

“Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”.


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