San José: Guardián del Redentor y su Iglesia

Mensaje para la Fiesta de San José
March 18, 2021 at 12:52 p.m.
San José: Guardián del Redentor y su Iglesia
San José: Guardián del Redentor y su Iglesia

Por Obispo David M. O'Connell, C.M.

Si no fuera por la Santa Virgen María, la Madre del Señor Jesucristo, y su “Sí” a Dios, el mundo nunca habrá oído de José, el “carpintero de Nazareth”. Aun así, este hombre de que las Santas Escrituras dicen tan poco es el patrón universal de la Iglesia Católica.

Este título, entregado a San José hace 150 años (el 8 de diciembre, 1870) por el beato papa Pio IX, impulsó al nuestro Santo Padre el papa Francisco a declarar el 8 de diciembre, este año pasado, un año entero dedicado a su memoria.

¿Pero qué sabemos del san José? En los principios del Evangelio según San Mateo, las “narrativas de la infancia” presentan a José, hijo de Jacob, como “el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1:16). La siguiente historia cuenta que María estuvo comprometida a casarse con José, pero, “antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo” (Mateo 1:18). Pues, José era “un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto” (Mateo 1:19). Dios intercedió a través de un sueño de un ángel, revelando su intención divina, y José “hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa” (Mateo 1:20-24). Este pasaje bíblico demuestra dos características claves de San José: el honor y compromiso.

Mateo entonces presenta a José, de nuevo respondiendo a un ángel en un sueño, llevando a María e hijo “al distrito de Galilea, y fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret. Con esto se cumplió lo dicho por los profetas: ‘Lo llamarán nazareno’” (Mateo 2:13-15; 23). En este ejemplo, José demuestra cómo le importaba la Familia Sagrada a través de su obediencia. Luego, Jesús está identificado como “el hijo del carpintero” (Mateo 13:55).

La versión de las “narrativas de la infancia” del Evangelio de San Lucas retrata a “José, descendiente de David” comprometido a María quien estaba encinta (Lucas 1:27), “subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David” porque era su linaje y porque César Augusto ordenó llevar a cabo el censo del mundo (Lucas 2:1; 4-5). Durante ese viaje, mientras estaban en Belén, nació el Niño Jesús (Lucas 2:6-7). Este pasaje bíblico revela la fortitud y perseverancia de José.

Fiel a la ley de Moisés, José llevó a María y Jesús a Jerusalén para el rito prescrito de consagrar el Niño. Fue entonces que se encontraron con el hombre santo Simeón en el templo. El sabio alabó a Dios y exclamó, “Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:25-32). Lucas escribe que “El padre y la madre del niño se quedaron maravillados por lo que se decía de él” (Lucas 2:33). José era un hombre religioso fiel dispuesto a la voluntad de Dios.

Cuando Jesús cumplió 12 años, después de cumplir con la costumbre de volver a Jerusalén para la Pascua judía, José y María empezaron el camino a casa. El niño Jesús, sin embargo, “se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta” (Lucas 2:43). Después de un día de camino, al no encontrarlo en la caravana, volvieron a Jerusalén donde encontraron al niño “en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: (Lucas 2:44-47). Se quedaron asombrados y expresaron su inquietud por haberlo perdido a Jesús, pero el niño les explicó, “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Lucas 2:49).  Entonces, el niño Jesús volvió a Nazareth y “vivió sujeto a ellos” mientras “siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente” (Lucas 2:51-52). José se mostró como “padre” cariñoso y protector.

José está mencionado de nuevo en la “genealogía de Jesús” (Lucas 3:30) en el principio del ministerio público de Jesús cuando tenía 30 años tal como se le menciona en la “genealogía” del primer capitulo del Evangelio según Mateo. Los dos evangelistas tuvieron cuidado en identificar la conexión de José a David en la herencia larga de hombres judíos y su rol en la historia de la salvación.

Aunque el Evangelio según San Marcos comience con el bautismo de Jesús en el Río Jordán por Juan el Bautista sin ninguna “narrativa de la infancia”, se refiere a Jesús como “el carpintero” – reflejando la carrera de José – y como el “hijo de María” (Marcos 6:3).

El Evangelio según San Juan no enfoca mucho en los origines humanos de Jesús, pero hace una referencia a su familia y José: “¿Acaso no es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?” (Juan 6:42). Juan también nota que los habitantes de Jerusalén cuestionan al papel mesiánico de Jesús, diciendo, “Nosotros sabemos de dónde viene este hombre, pero cuando venga el Cristo nadie sabrá su procedencia” (Juan 7:27).

José era un hombre obrero, un “carpintero” aunque la palabra griega “tekton” usada en la escritura para hablar de él tenga varias traducciones. Era el esposo de María. Era parte de la Sagrada Familia. Vivía con ellos en Nazareth. Era un judío fiel y obediente. Era, como el papa san Juan Pablo II escribió, “el guardián del Redentor” (Juan Pablo II, exhortación apostólica Redemptoris Custos, 15 de agosto, 1989).

Es claro que José lleva un papel significante en la vida de Jesús y, entonces, en la historia de la salvación, pero es cierto que las escrituras no presentan mucha información específica “sobre” él. No sabemos nada sobre su propia familia ni su edad cuando Jesús nació. No tenemos muchos detalles sobre la vida y actividades de la Sagrada Familia. No sabemos cuándo murió ni dónde le enterraron. Quizás, sin embargo, el “silencio” relativo histórico y escritural sobre José el hombre, asimismo, nos dice algo instructivo espiritualmente sobre José el santo. “Dejémonos ‘contagiar’ por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios” (Benedicto XVI, “Ángelus”, 18 de diciembre, 2005).

Aunque aparezcan escritos históricos sobre José en los primeros siglos de la Iglesia Católica en las obras teológicas del san Gerónimo (342/347-420) y el san Agustín (354-430), la devoción a él como el “guardián” del Señor Jesús empezó en los Tiempos Medios, alrededor del año 800. El san Tomás Aquino (1225-1274) escribió sobre la importancia de San José en la encarnación de Cristo y la necesidad del cuidado y protección de un padre humano en la cultura de aquel tiempo. Extendió esa misma necesidad a la Iglesia. “Tenemos a muchos santos que Dios ha entregado poder para acompañarnos con las necesidades de la vida, pero el poder que Dios entregó a San José no tiene límite: extiende por todas nuestras necesidades y, a todos que lo invocan con confianza sin duda él las escucha” (Tomás Aquino, “Niñez de Cristo”, Summa Theologiae: volumen 52: 3ª. 31-37).

Los grandes santos, doctores de la Iglesia, teólogos, papas y escritores espirituales de los siglos subsecuentes han añadido grandemente al desarrollo de lo que se ha convertido en la “Joselogía” o el estudio sobre San José y su importancia dentro de y para la Iglesia Católica. Es asombroso considerar su impacto espiritual en la fe y devoción católica, en las oraciones e intercesiones innumerables, obras de arte, estatuas, música y su patronaje de catedrales, iglesias y escuelas de por todo el mundo, especialmente cuando uno reconoce lo poco testimonio histórico y espiritual sobre su papel privilegiado en la vida de Cristo y su declaración eventual por el beato papa Pio IX como el patrón universal de la Iglesia Católica hace 150 años.

En la encíclica que contiene aquella declaración que estableció el 19 de marzo como una fiesta solemne del “Esposo de María”, el papa Pio IX proclamó, “Él a quien los reyes y profetas anhelaban ver, José no solo le veía sino conversaba con él, y le abrazaba y acariciaba. Le criaba a quien los fieles comulgarían como el maná que bajaba del cielo para que ellos obtuvieran vida eterna. … El papa Pio IX, para entregarse a sí mismo y a todos los fieles al patronaje más poderoso del patriarca San José … le ha declarada solemnemente el Patrón de la Iglesia Católica” (Pio IX, encíclica, Quemadmodum Deus, el 8 de diciembre, 1870).

Unos diecinueve años después, el papa Leo XIII publicó una encíclica que afirmó los sentimientos de su predecesor, escribiendo que “si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella” (Leo XIII, encíclica, Quamquam pluries, el 15 de agosto, 1889).

En el 25 de julio del 1920, el papa Benedicto XV celebró el 50 aniversario de la declaración original proclamando “con el fervor de la devoción de los fieles a San José, se aumentará como consecuencia de su devoción a la Sagrada Familia de Nazareth de que era la cabeza augusta. … De hecho, a través de San José vamos directamente a María, y a través de María, a Jesús, el origen de toda santidad” (Benedicto XV, motu proprio Bonum sane, el 25 de julio, 1920). ¡Ite ad José, Váyanse a José!

Más recientemente, el papa san Juan Pablo II, en el centenario de la encíclica del papa Leo XIII a que se refirió antes, aprovechó de la ocasión para hablar de José como “el primer guardián del misterio divino” junto con María, y él que “comparte esta última fase de la autorrevelación de Dios en Cristo”. Por su parte, San José representa “la santificación de la vida diaria, una santificación que cada persona debe adquirir según su propio estado, y uno que se puede promover según un modelo accesible a todas personas” (Juan Pablo II, exhortación apostólica, Redemptoris Custos, el 15 de agosto, 1989).

¡Qué presencia tan maravillosa tiene San José en la vida e historia de la Iglesia Católica! Todos los títulos y patronajes atribuidos a él ciertamente son bien merecidos a pesar del “silencio” que rodea su breve apariencia en los días más tempranas de Cristo en los Evangelios. Entonces, es muy apropiado que nuestro Santo Padre el papa Francisco ha designado este año actual en su honor como el Patrón Universal de la Iglesia Católica.

En su carta apostólica Patris corde, “Con corazón de padre”, el papa Francisco nos recuerda de las tantas maneras en que San José silenciosamente pero indudablemente ha tocado a la Iglesia con el amor paternal desde el momento de la Encarnación. “Todos pueden encontrar en San José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta”, San José tiene algo que enseñar y ofrecernos a todos, pero especialmente pero no exclusivamente a los padres de familia y esposos. San José, como ejemplo de la oración silenciosa y cercanía a Jesús, también nos invita a pensar en el tiempo que dedicamos a la oración cada día. El papa Francisco expresa su esperanza de que su carta apostólica “crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución”.

Al mismo fin, de nuevo, se han escrito y recitado tantas oraciones, capillitas y novenas de por los tiempos; se han creado y admirado tantas pinturas, estatuas y ventanas pintadas; tantas personas y cosas han llevado su nombre. Y todo esto que no hubiera pasado ni hubiera sido posible si no fuera por la Mujer que amaba y el Dios en que ambos confiaban. Ella dijo “Sí” a Dios primero y le invitó a José formar parte de su “Sí”, una invitación que él humilde y fielmente aceptó. Y el mundo nunca será igual.

Al llevar a cabo su carta apostólica, el papa Francisco nos ha ofrecido una oración para orar con él en este “Año de San José”:

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate un padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.


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Si no fuera por la Santa Virgen María, la Madre del Señor Jesucristo, y su “Sí” a Dios, el mundo nunca habrá oído de José, el “carpintero de Nazareth”. Aun así, este hombre de que las Santas Escrituras dicen tan poco es el patrón universal de la Iglesia Católica.

Este título, entregado a San José hace 150 años (el 8 de diciembre, 1870) por el beato papa Pio IX, impulsó al nuestro Santo Padre el papa Francisco a declarar el 8 de diciembre, este año pasado, un año entero dedicado a su memoria.

¿Pero qué sabemos del san José? En los principios del Evangelio según San Mateo, las “narrativas de la infancia” presentan a José, hijo de Jacob, como “el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1:16). La siguiente historia cuenta que María estuvo comprometida a casarse con José, pero, “antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo” (Mateo 1:18). Pues, José era “un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto” (Mateo 1:19). Dios intercedió a través de un sueño de un ángel, revelando su intención divina, y José “hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a María por esposa” (Mateo 1:20-24). Este pasaje bíblico demuestra dos características claves de San José: el honor y compromiso.

Mateo entonces presenta a José, de nuevo respondiendo a un ángel en un sueño, llevando a María e hijo “al distrito de Galilea, y fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret. Con esto se cumplió lo dicho por los profetas: ‘Lo llamarán nazareno’” (Mateo 2:13-15; 23). En este ejemplo, José demuestra cómo le importaba la Familia Sagrada a través de su obediencia. Luego, Jesús está identificado como “el hijo del carpintero” (Mateo 13:55).

La versión de las “narrativas de la infancia” del Evangelio de San Lucas retrata a “José, descendiente de David” comprometido a María quien estaba encinta (Lucas 1:27), “subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David” porque era su linaje y porque César Augusto ordenó llevar a cabo el censo del mundo (Lucas 2:1; 4-5). Durante ese viaje, mientras estaban en Belén, nació el Niño Jesús (Lucas 2:6-7). Este pasaje bíblico revela la fortitud y perseverancia de José.

Fiel a la ley de Moisés, José llevó a María y Jesús a Jerusalén para el rito prescrito de consagrar el Niño. Fue entonces que se encontraron con el hombre santo Simeón en el templo. El sabio alabó a Dios y exclamó, “Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:25-32). Lucas escribe que “El padre y la madre del niño se quedaron maravillados por lo que se decía de él” (Lucas 2:33). José era un hombre religioso fiel dispuesto a la voluntad de Dios.

Cuando Jesús cumplió 12 años, después de cumplir con la costumbre de volver a Jerusalén para la Pascua judía, José y María empezaron el camino a casa. El niño Jesús, sin embargo, “se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta” (Lucas 2:43). Después de un día de camino, al no encontrarlo en la caravana, volvieron a Jerusalén donde encontraron al niño “en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: (Lucas 2:44-47). Se quedaron asombrados y expresaron su inquietud por haberlo perdido a Jesús, pero el niño les explicó, “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Lucas 2:49).  Entonces, el niño Jesús volvió a Nazareth y “vivió sujeto a ellos” mientras “siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente” (Lucas 2:51-52). José se mostró como “padre” cariñoso y protector.

José está mencionado de nuevo en la “genealogía de Jesús” (Lucas 3:30) en el principio del ministerio público de Jesús cuando tenía 30 años tal como se le menciona en la “genealogía” del primer capitulo del Evangelio según Mateo. Los dos evangelistas tuvieron cuidado en identificar la conexión de José a David en la herencia larga de hombres judíos y su rol en la historia de la salvación.

Aunque el Evangelio según San Marcos comience con el bautismo de Jesús en el Río Jordán por Juan el Bautista sin ninguna “narrativa de la infancia”, se refiere a Jesús como “el carpintero” – reflejando la carrera de José – y como el “hijo de María” (Marcos 6:3).

El Evangelio según San Juan no enfoca mucho en los origines humanos de Jesús, pero hace una referencia a su familia y José: “¿Acaso no es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?” (Juan 6:42). Juan también nota que los habitantes de Jerusalén cuestionan al papel mesiánico de Jesús, diciendo, “Nosotros sabemos de dónde viene este hombre, pero cuando venga el Cristo nadie sabrá su procedencia” (Juan 7:27).

José era un hombre obrero, un “carpintero” aunque la palabra griega “tekton” usada en la escritura para hablar de él tenga varias traducciones. Era el esposo de María. Era parte de la Sagrada Familia. Vivía con ellos en Nazareth. Era un judío fiel y obediente. Era, como el papa san Juan Pablo II escribió, “el guardián del Redentor” (Juan Pablo II, exhortación apostólica Redemptoris Custos, 15 de agosto, 1989).

Es claro que José lleva un papel significante en la vida de Jesús y, entonces, en la historia de la salvación, pero es cierto que las escrituras no presentan mucha información específica “sobre” él. No sabemos nada sobre su propia familia ni su edad cuando Jesús nació. No tenemos muchos detalles sobre la vida y actividades de la Sagrada Familia. No sabemos cuándo murió ni dónde le enterraron. Quizás, sin embargo, el “silencio” relativo histórico y escritural sobre José el hombre, asimismo, nos dice algo instructivo espiritualmente sobre José el santo. “Dejémonos ‘contagiar’ por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios” (Benedicto XVI, “Ángelus”, 18 de diciembre, 2005).

Aunque aparezcan escritos históricos sobre José en los primeros siglos de la Iglesia Católica en las obras teológicas del san Gerónimo (342/347-420) y el san Agustín (354-430), la devoción a él como el “guardián” del Señor Jesús empezó en los Tiempos Medios, alrededor del año 800. El san Tomás Aquino (1225-1274) escribió sobre la importancia de San José en la encarnación de Cristo y la necesidad del cuidado y protección de un padre humano en la cultura de aquel tiempo. Extendió esa misma necesidad a la Iglesia. “Tenemos a muchos santos que Dios ha entregado poder para acompañarnos con las necesidades de la vida, pero el poder que Dios entregó a San José no tiene límite: extiende por todas nuestras necesidades y, a todos que lo invocan con confianza sin duda él las escucha” (Tomás Aquino, “Niñez de Cristo”, Summa Theologiae: volumen 52: 3ª. 31-37).

Los grandes santos, doctores de la Iglesia, teólogos, papas y escritores espirituales de los siglos subsecuentes han añadido grandemente al desarrollo de lo que se ha convertido en la “Joselogía” o el estudio sobre San José y su importancia dentro de y para la Iglesia Católica. Es asombroso considerar su impacto espiritual en la fe y devoción católica, en las oraciones e intercesiones innumerables, obras de arte, estatuas, música y su patronaje de catedrales, iglesias y escuelas de por todo el mundo, especialmente cuando uno reconoce lo poco testimonio histórico y espiritual sobre su papel privilegiado en la vida de Cristo y su declaración eventual por el beato papa Pio IX como el patrón universal de la Iglesia Católica hace 150 años.

En la encíclica que contiene aquella declaración que estableció el 19 de marzo como una fiesta solemne del “Esposo de María”, el papa Pio IX proclamó, “Él a quien los reyes y profetas anhelaban ver, José no solo le veía sino conversaba con él, y le abrazaba y acariciaba. Le criaba a quien los fieles comulgarían como el maná que bajaba del cielo para que ellos obtuvieran vida eterna. … El papa Pio IX, para entregarse a sí mismo y a todos los fieles al patronaje más poderoso del patriarca San José … le ha declarada solemnemente el Patrón de la Iglesia Católica” (Pio IX, encíclica, Quemadmodum Deus, el 8 de diciembre, 1870).

Unos diecinueve años después, el papa Leo XIII publicó una encíclica que afirmó los sentimientos de su predecesor, escribiendo que “si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella” (Leo XIII, encíclica, Quamquam pluries, el 15 de agosto, 1889).

En el 25 de julio del 1920, el papa Benedicto XV celebró el 50 aniversario de la declaración original proclamando “con el fervor de la devoción de los fieles a San José, se aumentará como consecuencia de su devoción a la Sagrada Familia de Nazareth de que era la cabeza augusta. … De hecho, a través de San José vamos directamente a María, y a través de María, a Jesús, el origen de toda santidad” (Benedicto XV, motu proprio Bonum sane, el 25 de julio, 1920). ¡Ite ad José, Váyanse a José!

Más recientemente, el papa san Juan Pablo II, en el centenario de la encíclica del papa Leo XIII a que se refirió antes, aprovechó de la ocasión para hablar de José como “el primer guardián del misterio divino” junto con María, y él que “comparte esta última fase de la autorrevelación de Dios en Cristo”. Por su parte, San José representa “la santificación de la vida diaria, una santificación que cada persona debe adquirir según su propio estado, y uno que se puede promover según un modelo accesible a todas personas” (Juan Pablo II, exhortación apostólica, Redemptoris Custos, el 15 de agosto, 1989).

¡Qué presencia tan maravillosa tiene San José en la vida e historia de la Iglesia Católica! Todos los títulos y patronajes atribuidos a él ciertamente son bien merecidos a pesar del “silencio” que rodea su breve apariencia en los días más tempranas de Cristo en los Evangelios. Entonces, es muy apropiado que nuestro Santo Padre el papa Francisco ha designado este año actual en su honor como el Patrón Universal de la Iglesia Católica.

En su carta apostólica Patris corde, “Con corazón de padre”, el papa Francisco nos recuerda de las tantas maneras en que San José silenciosamente pero indudablemente ha tocado a la Iglesia con el amor paternal desde el momento de la Encarnación. “Todos pueden encontrar en San José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta”, San José tiene algo que enseñar y ofrecernos a todos, pero especialmente pero no exclusivamente a los padres de familia y esposos. San José, como ejemplo de la oración silenciosa y cercanía a Jesús, también nos invita a pensar en el tiempo que dedicamos a la oración cada día. El papa Francisco expresa su esperanza de que su carta apostólica “crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución”.

Al mismo fin, de nuevo, se han escrito y recitado tantas oraciones, capillitas y novenas de por los tiempos; se han creado y admirado tantas pinturas, estatuas y ventanas pintadas; tantas personas y cosas han llevado su nombre. Y todo esto que no hubiera pasado ni hubiera sido posible si no fuera por la Mujer que amaba y el Dios en que ambos confiaban. Ella dijo “Sí” a Dios primero y le invitó a José formar parte de su “Sí”, una invitación que él humilde y fielmente aceptó. Y el mundo nunca será igual.

Al llevar a cabo su carta apostólica, el papa Francisco nos ha ofrecido una oración para orar con él en este “Año de San José”:

Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,
muéstrate un padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

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