Obispo O’Connell: ‘Nada más fundamental, precioso que el derecho a la vida’

January 28, 2020 at 2:35 p.m.
Obispo O’Connell: ‘Nada más fundamental, precioso que el derecho a la vida’
Obispo O’Connell: ‘Nada más fundamental, precioso que el derecho a la vida’

El reverendísimo David M. O'Connell, C.M.

Hay una cosa que todos tenemos en común. A pesar de nuestra raza o lugar de origen; a pesar de nuestra religión o la ausencia de ella; a pesar de nuestra edad o estatus o etapa de la vida: Dios nos dio el don de la vida, que nuestras madres llevaron hasta el día de nuestro nacimiento. ¡Nos permitieron vivir!

Cada ser humano que ha caminado sobre la faz de esta tierra comparte esa única cosa en común. Y desde el momento de la concepción hasta el día de nuestra muerte natural, celebramos con gratitud el don de la vida que Dios nos entregó. Nada es más fundamental y más precioso que ese único derecho humano.

Eso es lo que promovemos cada año en la Marcha por la Vida en Washington, D.C., conscientes de ese básico derecho humano, comprometidos a ese básico derecho humano, afrontados por aquellos que pretenden negar ese básico derecho humano a los más vulnerables de nuestra sociedad: el niño por nacer en el vientre.

Hay aquellos, nuestros seres humanos hermanos quienes poseen y gozan de ese derecho – gracias al Dios quien los dio la vida, gracias a las madres que decidieron que deben llevar a cabo el embarazo – a aquellos, nuestros seres humanos hermanos, que buscan negar ese derecho humano a la vida a niños en el vientre con todo el poder que poseen porque la Corte Suprema de los Estados Unidos lo hizo posible a través de su decisión infame “Roe v. Wade” hace 47 años, el principio de una “pesadilla nacional”.

Sin embargo, las pesadillas no son reales, aunque sean espantosos. “Roe v. Wade” es muy real. Desde su pronunciamiento en el 1973, se han llevado a cabo más de 61 millones abortos legales en los Estados Unidos. Para dar algo de perspectiva, ese número es más grande que la población que cualquier estado en nuestro país. “Roe v. Wade” era y seguirá por siempre como uno de los días más oscuros de la historia de nuestro país. Y otros países nos siguieron con rapidez.

Tomás Jefferson lo dijo muy bien: “El cuidado de la vida humana y la felicidad, y no su destrucción, es la primera y única meta del buen gobierno” (Discurso a los republicanos del condado de Washington, 31 de marzo, 1809).

El derecho humano a la vida no es simplemente un derecho religioso; ni es una creación del “derecho religioso” como algunos sugieren. No. Es un derecho humano y sin él ningún otro derecho humano puede existir ni puede prevalecer a pesar de lo engañoso y listo que intentamos disfrazar nuestra oposición.

Sin embargo, nosotros que somos religiosos, que somos personas de la fe, que creemos en Dios quien nos creó, aceptamos ese derecho humano a la vida en las partes más profundas de nuestro ser, primeramente, como humanos y, justo detrás de eso, como católicos y gente de fe.

Nuestro Santo Padre, semejante a sus predecesores, lo ha dicho claramente:

La vida humana es sagrada e inviolable. Todo derecho civil se basa en el reconocimiento del primer y fundamental derecho, el de la vida, que no está subordinado a alguna condición, ni cualitativa ni económica, ni mucho menos ideológica (Discurso al movimiento provida italiano, 11 de abril, 2014).

Siguió que es “necesario”,

…ratificar una firme oposición a todo atentado directo contra la vida, especialmente inocente e indefensa; y el nasciturus en el seno materno es el inocente por antonomasia. Recordemos las palabras del Concilio Vaticano II: “la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et spes, 51).

Hace un mes, cristianos por todo el mundo celebramos el nacimiento del Señor Jesucristo, anticipado desde hace muchísimo tiempo en las escrituras de los profetas antiguos. Creemos que Cristo era/es el plan de Dios para nosotros y entonces él entró y asumió nuestra humanidad. Y lo hizo para salvarnos de nuestros pecados, para salvarnos de nosotros mismos y de los juicios y decisiones humanos que hacemos en contra la vida humana, de los juicios y decisiones en contra a Cristo, juicios y decisiones humanos que optan por la muerte.

Como sus seguidores, tenemos que hacer nuestras las palabras de Jesús, “He venido para que tuvieran vida” (Juan 10:10) – la razón propia de Jesús por ser. Esas palabras son la pancarta que llevamos mientras nosotros “marchamos por la vida”. Son el lema que levantamos en esta Diócesis, en Washington, D.C., y de por todo el mundo.

“Y ahora lo ha revelado con la venida de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a la luz la vida incorruptible mediante el evangelio” (2 Timoteo 1:10). Tenemos que seguir a sacar “a la luz la vida” en cada decisión que tomamos, en cada cosa por la cual optamos, en cada derecho que ratificamos y afirmamos como seres humanos.

La luz penetra las tinieblas; la muerte se rinde a la vida. La luz de Cristo es el amor. Y el amor salva vidas.

En el nombre de Jesús, oremos mientras nos preparamos para nuestra Marcha por la Vida; oremos por los más vulnerables en el comienzo de la vida humana y por la protección legal de los por nacer. No podemos rendirnos a la “cultura de la muerte”. Juntos, ¡marchamos por la vida!


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Cada ser humano que ha caminado sobre la faz de esta tierra comparte esa única cosa en común. Y desde el momento de la concepción hasta el día de nuestra muerte natural, celebramos con gratitud el don de la vida que Dios nos entregó. Nada es más fundamental y más precioso que ese único derecho humano.

Eso es lo que promovemos cada año en la Marcha por la Vida en Washington, D.C., conscientes de ese básico derecho humano, comprometidos a ese básico derecho humano, afrontados por aquellos que pretenden negar ese básico derecho humano a los más vulnerables de nuestra sociedad: el niño por nacer en el vientre.

Hay aquellos, nuestros seres humanos hermanos quienes poseen y gozan de ese derecho – gracias al Dios quien los dio la vida, gracias a las madres que decidieron que deben llevar a cabo el embarazo – a aquellos, nuestros seres humanos hermanos, que buscan negar ese derecho humano a la vida a niños en el vientre con todo el poder que poseen porque la Corte Suprema de los Estados Unidos lo hizo posible a través de su decisión infame “Roe v. Wade” hace 47 años, el principio de una “pesadilla nacional”.

Sin embargo, las pesadillas no son reales, aunque sean espantosos. “Roe v. Wade” es muy real. Desde su pronunciamiento en el 1973, se han llevado a cabo más de 61 millones abortos legales en los Estados Unidos. Para dar algo de perspectiva, ese número es más grande que la población que cualquier estado en nuestro país. “Roe v. Wade” era y seguirá por siempre como uno de los días más oscuros de la historia de nuestro país. Y otros países nos siguieron con rapidez.

Tomás Jefferson lo dijo muy bien: “El cuidado de la vida humana y la felicidad, y no su destrucción, es la primera y única meta del buen gobierno” (Discurso a los republicanos del condado de Washington, 31 de marzo, 1809).

El derecho humano a la vida no es simplemente un derecho religioso; ni es una creación del “derecho religioso” como algunos sugieren. No. Es un derecho humano y sin él ningún otro derecho humano puede existir ni puede prevalecer a pesar de lo engañoso y listo que intentamos disfrazar nuestra oposición.

Sin embargo, nosotros que somos religiosos, que somos personas de la fe, que creemos en Dios quien nos creó, aceptamos ese derecho humano a la vida en las partes más profundas de nuestro ser, primeramente, como humanos y, justo detrás de eso, como católicos y gente de fe.

Nuestro Santo Padre, semejante a sus predecesores, lo ha dicho claramente:

La vida humana es sagrada e inviolable. Todo derecho civil se basa en el reconocimiento del primer y fundamental derecho, el de la vida, que no está subordinado a alguna condición, ni cualitativa ni económica, ni mucho menos ideológica (Discurso al movimiento provida italiano, 11 de abril, 2014).

Siguió que es “necesario”,

…ratificar una firme oposición a todo atentado directo contra la vida, especialmente inocente e indefensa; y el nasciturus en el seno materno es el inocente por antonomasia. Recordemos las palabras del Concilio Vaticano II: “la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et spes, 51).

Hace un mes, cristianos por todo el mundo celebramos el nacimiento del Señor Jesucristo, anticipado desde hace muchísimo tiempo en las escrituras de los profetas antiguos. Creemos que Cristo era/es el plan de Dios para nosotros y entonces él entró y asumió nuestra humanidad. Y lo hizo para salvarnos de nuestros pecados, para salvarnos de nosotros mismos y de los juicios y decisiones humanos que hacemos en contra la vida humana, de los juicios y decisiones en contra a Cristo, juicios y decisiones humanos que optan por la muerte.

Como sus seguidores, tenemos que hacer nuestras las palabras de Jesús, “He venido para que tuvieran vida” (Juan 10:10) – la razón propia de Jesús por ser. Esas palabras son la pancarta que llevamos mientras nosotros “marchamos por la vida”. Son el lema que levantamos en esta Diócesis, en Washington, D.C., y de por todo el mundo.

“Y ahora lo ha revelado con la venida de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a la luz la vida incorruptible mediante el evangelio” (2 Timoteo 1:10). Tenemos que seguir a sacar “a la luz la vida” en cada decisión que tomamos, en cada cosa por la cual optamos, en cada derecho que ratificamos y afirmamos como seres humanos.

La luz penetra las tinieblas; la muerte se rinde a la vida. La luz de Cristo es el amor. Y el amor salva vidas.

En el nombre de Jesús, oremos mientras nos preparamos para nuestra Marcha por la Vida; oremos por los más vulnerables en el comienzo de la vida humana y por la protección legal de los por nacer. No podemos rendirnos a la “cultura de la muerte”. Juntos, ¡marchamos por la vida!

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