Levantando al pueblo

Fundador de El Centro recuerda lecciones de la vida en la fe, caridad
December 21, 2020 at 3:04 p.m.
Levantando al pueblo
Levantando al pueblo

Por Rich Fisher

Inspirado por vivir la fe católica y ver el apuro de las familias inmigrantes como la suya, Roberto Hernández diariamente toma muy en serio su llamado de amar al prójimo como a si mismo.

Lo ha hecho de maneras numerosas, más notablemente como fundador y director de El Centro, una parte de Caridades Católicas de la Diócesis de Trenton – una agencia de alcance dedicada a servir al poblado español-hablante de Trenton. Hernández también ayudó incorporar el hogar Anchor House para jóvenes fugitivos; pertenece al concilio de directores para la YMCA de Hamilton, y, este año celebra 25 años como entrenador para los Olímpicos Especiales de New Jersey.

Fe ante la adversidad

Junto a su fe católica profunda, dos historias de su juventud han marcado su vida y llamado.

La primera ocurrió cuando sus padres, Catalino y Juanita, le llevaron a Hightstown donde su hermano, Catalino Jr., quien murió a los 2 años por neumonía antes de que Roberto naciera, estaba enterrado. Le desesperó lo que encontró en el cementerio.

“No hubo ninguna lápida ahí porque cuando murió, mi familia no tenía suficiente para comprar una”, dijo Hernández. “Cuando fuimos a preguntar donde estaba enterrado. Investigaron el año, pero no tenían su nombre porque no sabían como escribir el nombre y pusieron en inglés ‘bebé varón puertorriqueño’ para identificar el número del terreno.

“Les dije a los hombres que trabajaban en el cementerio, ‘Pues tiene nombre. Esta persona nació Catalino Hernández Jr.’ Les di el nombre y toda la familia contribuimos para comprar una piedra sepulcro. Mi mamá estuvo tan agradecida.

“No creo que fuera nada malicioso”, añadió Hernández. “Así eran las cosas. Todos desarrollamos y aprendemos”.

El joven Roberto aprendió otra lección desalentadora de lo difícil que la vida era para inmigrantes latinos en los principios de los 1970.

Después de recibir $20 de su padre para pagar la cuenta del servicio público, Hernández perdió el dinero en camino a la oficina de utilidades. El niño joven intentó explicar la situación al empleado, pero negó escucharlo. Volvió luego con su padre, pero esta vez el empleado usó groserías y un insulto étnico mientras les botó de la oficina.[[In-content Ad]]“Nos dijo, ‘Vuelvan cuando ya aprenden hablar en inglés’”, dijo Hernández. “De un lado está mi padre, veterano combativo de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Coreana y él se disculpó por despreciar el tiempo de este tipo. Yo sabía que no era necesario tratar a personas de esa forma”.

Los dos incidentes ardían fuertemente en la mente de Hernández – pero él equilibraba el enojo y desilusión con la fe.

“Criarme católico era todo para mí”, dijo. “Básicamente influyó mi vida entera. Desde el momento cuando me di cuenta de que yo era católico y lo que significaba eso a mí y mi familia, entendí cómo teníamos que comportarnos. Teníamos la responsabilidad de servir y apoyar a los demás, y todos somos hermanos y hermanas en Cristo. Eso realmente resonaba conmigo”.

Área de oportunidad

Los padres de Roberto se mudaron a Hightstown de Puerto Rico, pero volvieron a la isla después de la muerte de su infante. Orando a la Santa Madre para que todo saliera bien en una segunda vuelta a América, volvieron en el 1968 cuando Roberto tenía 10 años. La familia vivía en Hightstown y Newark antes de hacer su hogar en Trenton cuando su hijo estaba en la secundaria.

“Como muchos inmigrantes y migrantes, se sacrificaron por sus hijos”, dijo Roberto. “No les fue fácil, pero pensaban ‘Será mejor para nuestros hijos [en América]’”.

Hernández empezó básquet cuando en la Escuela Sagrado Corazón en Trenton. Un día jugaba con unos amigos atrás de la escuela cuando pasó muy ruidosamente un auto Thunderbird 1962. El conductor no les hizo caso, pero los niños se portaron mal.

“Fuertemente decíamos cosas como ‘Miren a ese presumido” y el hombre los oyó. “Nosotros nos creímos chéveres porque éramos niños de la ciudad”.

Unas semanas después en la primera práctica de básquet en la liga de CYO, el conductor del auto entró al gimnasio y anunció, “Soy yo, el presumido”.

En fin, era el monseñor James McManimon, el entrenador del equipo que sería una influencia enorme para Hernández, además que el sacerdote de la Parroquia Sagrado Corazón, el monseñor Leonard Toomey.

Hernández jugó básquet para Cathedral High School, Trenton, y Notre Dame High School, Lawrenceville, además que Trenton State College (ahora The College of New Jersey), Ewing, y el equipo nacional de Puerto Rico. Al graduarse de la universidad, ingresó a las reservas militares durante ocho años antes de empezar su carrera con Caridades Católicas.

En el 1999, con el apoyo del monseñor Toomey, voluntario de Caridades Católicas Dan Lundy y el director ejecutivo de aquel tiempo Fran Dolan, Hernández estableció El Centro con la misión de corregir las muchas injusticias que personas como su familia tenían que aguantar. La organización provee servicios extensivos para la comunidad hispana del condado de Mercer, servicios como entrenamiento para trabajar, apoyo alimentario, clases para aprender inglés como otro idioma, ciudadanía, campamentos de verano y programas extraescolares.

“Nunca hubiera imaginado lo que hemos logrado aquí”, dijo Roberto. También reconoce la colaboración y apoyo increíble entre El Centro, la Parroquia Sagrado Corazón y su párroco, el padre Dennis Apoldite. “Junto con llevar a cabo nuestros programas, hemos salvado vidas y fortalecer a familias. Hemos ayudado a familias a través de ferias de salud en Sagrado Corazón en que cientos de familias llegaron con todo tipo de asuntos médicos: hipertensión, diabetes, etc. Nosotros las conectamos a proveedores de salud para que ayudaran.

“Nuestro programa de Fortalecer a Familias, junto con la Diócesis, enfocaba en ayudar a fortalecer a matrimonios y parejas y ha tenido mucho éxito”, siguió. “Cuando yo veo [a familias] que se han beneficiado, es todo el pago que nos hace falta”.

Impacto del COVID

Desafortunadamente, el COVID-19 ha causado un golpe financanciero mientras El Centro perdió dos contratos estatales de valor de unos $70,000. Uno iba a ser para una posición de alguien para acompañar a familias de alto riesgo para ayudarlas encontrar servicios en la comunidad y romper el aislamiento que muchos han vivido. El segundo contrato hubiera hecho posible un campamento de descanso o respiro para niños de 10 a 15 años de familias de recursos bajos para que gozaran de visitas a granjas, viajes educativos y mentoría.

“Perdimos los contratos porque hubo ajustes por todos lados a causa del COVID”, dijo Hernández. “Siempre alcanzábamos o sobrepasamos nuestros niveles de servicio”.

El COVID-19 también hizo necesario dejar ir una trabajadora con 15 años de compromiso y amor, disminuyendo al personal a siete personas para servir a la comunidad latina. Han mantenido los programas centrales, pero El Centro necesita de apoyo financiero. Hernández anima a quienes quisieran donar a escribirle al [email protected] o llamar al 609-394-2056.

Otra casualidad de la vida de Roberto causada por el COVID ha sido los Olímpicos Especiales, que se han postergado. Empezó a servir como entrenador de básquet hace 25 años, y luego, hace 12 años, junto con Lucille Fenimore, crearon el programa de natación de los Mercer Sailfish.

“Es inspirador. Me encanta hacerlo”, dijo. “Hacen que mis días sean mejores. Son tan auténticos, tan cariñosos. Se preocupan por los demás; les importan todos”.

Roberto y su esposa Aida tienen tres hijos. El mayor, Carlos, es abogado y entrenador asistente del programa de natación. El hijo más joven, Roberto Jr., nada por el equipo y ha ganado oro en los Olímpicos Especiales.

Alejandro es el hijo del medio. Él tiene el rol del enfermero Casey en el programa famoso, “New Asterdam”. Recién, Alejandro presentó un taller sobre la importancia de la inclusión en el Centro Comunitario de Hamilton.

El éxito de los tres hombres es orgullo a sus padres, dijo Hernández. También lo es la fe que todos comparten. Roberto y Aida han instilado la importancia de ser católicos y las responsabilidades que vienen con vivir como católicos.

 


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Junto a su fe católica profunda, dos historias de su juventud han marcado su vida y llamado.

La primera ocurrió cuando sus padres, Catalino y Juanita, le llevaron a Hightstown donde su hermano, Catalino Jr., quien murió a los 2 años por neumonía antes de que Roberto naciera, estaba enterrado. Le desesperó lo que encontró en el cementerio.

“No hubo ninguna lápida ahí porque cuando murió, mi familia no tenía suficiente para comprar una”, dijo Hernández. “Cuando fuimos a preguntar donde estaba enterrado. Investigaron el año, pero no tenían su nombre porque no sabían como escribir el nombre y pusieron en inglés ‘bebé varón puertorriqueño’ para identificar el número del terreno.

“Les dije a los hombres que trabajaban en el cementerio, ‘Pues tiene nombre. Esta persona nació Catalino Hernández Jr.’ Les di el nombre y toda la familia contribuimos para comprar una piedra sepulcro. Mi mamá estuvo tan agradecida.

“No creo que fuera nada malicioso”, añadió Hernández. “Así eran las cosas. Todos desarrollamos y aprendemos”.

El joven Roberto aprendió otra lección desalentadora de lo difícil que la vida era para inmigrantes latinos en los principios de los 1970.

Después de recibir $20 de su padre para pagar la cuenta del servicio público, Hernández perdió el dinero en camino a la oficina de utilidades. El niño joven intentó explicar la situación al empleado, pero negó escucharlo. Volvió luego con su padre, pero esta vez el empleado usó groserías y un insulto étnico mientras les botó de la oficina.[[In-content Ad]]“Nos dijo, ‘Vuelvan cuando ya aprenden hablar en inglés’”, dijo Hernández. “De un lado está mi padre, veterano combativo de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Coreana y él se disculpó por despreciar el tiempo de este tipo. Yo sabía que no era necesario tratar a personas de esa forma”.

Los dos incidentes ardían fuertemente en la mente de Hernández – pero él equilibraba el enojo y desilusión con la fe.

“Criarme católico era todo para mí”, dijo. “Básicamente influyó mi vida entera. Desde el momento cuando me di cuenta de que yo era católico y lo que significaba eso a mí y mi familia, entendí cómo teníamos que comportarnos. Teníamos la responsabilidad de servir y apoyar a los demás, y todos somos hermanos y hermanas en Cristo. Eso realmente resonaba conmigo”.

Área de oportunidad

Los padres de Roberto se mudaron a Hightstown de Puerto Rico, pero volvieron a la isla después de la muerte de su infante. Orando a la Santa Madre para que todo saliera bien en una segunda vuelta a América, volvieron en el 1968 cuando Roberto tenía 10 años. La familia vivía en Hightstown y Newark antes de hacer su hogar en Trenton cuando su hijo estaba en la secundaria.

“Como muchos inmigrantes y migrantes, se sacrificaron por sus hijos”, dijo Roberto. “No les fue fácil, pero pensaban ‘Será mejor para nuestros hijos [en América]’”.

Hernández empezó básquet cuando en la Escuela Sagrado Corazón en Trenton. Un día jugaba con unos amigos atrás de la escuela cuando pasó muy ruidosamente un auto Thunderbird 1962. El conductor no les hizo caso, pero los niños se portaron mal.

“Fuertemente decíamos cosas como ‘Miren a ese presumido” y el hombre los oyó. “Nosotros nos creímos chéveres porque éramos niños de la ciudad”.

Unas semanas después en la primera práctica de básquet en la liga de CYO, el conductor del auto entró al gimnasio y anunció, “Soy yo, el presumido”.

En fin, era el monseñor James McManimon, el entrenador del equipo que sería una influencia enorme para Hernández, además que el sacerdote de la Parroquia Sagrado Corazón, el monseñor Leonard Toomey.

Hernández jugó básquet para Cathedral High School, Trenton, y Notre Dame High School, Lawrenceville, además que Trenton State College (ahora The College of New Jersey), Ewing, y el equipo nacional de Puerto Rico. Al graduarse de la universidad, ingresó a las reservas militares durante ocho años antes de empezar su carrera con Caridades Católicas.

En el 1999, con el apoyo del monseñor Toomey, voluntario de Caridades Católicas Dan Lundy y el director ejecutivo de aquel tiempo Fran Dolan, Hernández estableció El Centro con la misión de corregir las muchas injusticias que personas como su familia tenían que aguantar. La organización provee servicios extensivos para la comunidad hispana del condado de Mercer, servicios como entrenamiento para trabajar, apoyo alimentario, clases para aprender inglés como otro idioma, ciudadanía, campamentos de verano y programas extraescolares.

“Nunca hubiera imaginado lo que hemos logrado aquí”, dijo Roberto. También reconoce la colaboración y apoyo increíble entre El Centro, la Parroquia Sagrado Corazón y su párroco, el padre Dennis Apoldite. “Junto con llevar a cabo nuestros programas, hemos salvado vidas y fortalecer a familias. Hemos ayudado a familias a través de ferias de salud en Sagrado Corazón en que cientos de familias llegaron con todo tipo de asuntos médicos: hipertensión, diabetes, etc. Nosotros las conectamos a proveedores de salud para que ayudaran.

“Nuestro programa de Fortalecer a Familias, junto con la Diócesis, enfocaba en ayudar a fortalecer a matrimonios y parejas y ha tenido mucho éxito”, siguió. “Cuando yo veo [a familias] que se han beneficiado, es todo el pago que nos hace falta”.

Impacto del COVID

Desafortunadamente, el COVID-19 ha causado un golpe financanciero mientras El Centro perdió dos contratos estatales de valor de unos $70,000. Uno iba a ser para una posición de alguien para acompañar a familias de alto riesgo para ayudarlas encontrar servicios en la comunidad y romper el aislamiento que muchos han vivido. El segundo contrato hubiera hecho posible un campamento de descanso o respiro para niños de 10 a 15 años de familias de recursos bajos para que gozaran de visitas a granjas, viajes educativos y mentoría.

“Perdimos los contratos porque hubo ajustes por todos lados a causa del COVID”, dijo Hernández. “Siempre alcanzábamos o sobrepasamos nuestros niveles de servicio”.

El COVID-19 también hizo necesario dejar ir una trabajadora con 15 años de compromiso y amor, disminuyendo al personal a siete personas para servir a la comunidad latina. Han mantenido los programas centrales, pero El Centro necesita de apoyo financiero. Hernández anima a quienes quisieran donar a escribirle al [email protected] o llamar al 609-394-2056.

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“Es inspirador. Me encanta hacerlo”, dijo. “Hacen que mis días sean mejores. Son tan auténticos, tan cariñosos. Se preocupan por los demás; les importan todos”.

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Alejandro es el hijo del medio. Él tiene el rol del enfermero Casey en el programa famoso, “New Asterdam”. Recién, Alejandro presentó un taller sobre la importancia de la inclusión en el Centro Comunitario de Hamilton.

El éxito de los tres hombres es orgullo a sus padres, dijo Hernández. También lo es la fe que todos comparten. Roberto y Aida han instilado la importancia de ser católicos y las responsabilidades que vienen con vivir como católicos.

 

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