El Domingo de la Divina Misericordia

Homilía de la Misa celebrada por el obispo David M. O'Connell, C.M.
April 19, 2020 at 2:44 p.m.
El Domingo de la Divina Misericordia
El Domingo de la Divina Misericordia

Por Obispo David M. O'Connell, C.M.

En el Evangelio del día de hoy que escuchamos, “se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’”. Aunque esta frase era un saludo común en hebreo o árabe en los tiempos de Jesús, tiene más peso porque Jesús la dice cuatro veces después de su Resurrección. Los académicos nos dicen que la expresión de Jesús no era simplemente un saludo cordial de buenos deseos a sus Apóstoles escondidos, sino era un mandato para dejar ir su duda y confiar en él, ¡resucitado de la Muerte! Jesús se enfoca en Tomás en el Evangelio dominical y lo deja “tocar” por si mismo para verificar que estaba vivo y entre ellos.

Al celebrar el Domingo de la Divina Misericordia, les invito a Ustedes acompañarme en la oración de que el Señor Jesús seguirá manifestándose a nosotros durante estos tiempos turbulentos.

Yo conozco muy bien el peso tremendo que todos nos sentimos al no poder abrir la puerta de nuestra iglesia; no poder reunirnos en la oración; no poder compartir la Eucaristía, especialmente en este tiempo de la Pascua; no poder bautizar a nuestros niños ni casar ni enterrar a los muertos con la participación de la Iglesia; no poder extender las manos y decir “La paz esté contigo” a nuestro vecino. Este peso desafía nuestra paciencia increíblemente mientras esperamos, y esperamos, y esperamos por una resolución a esta pandemia para poder volver a alguna forma de la normalidad de nuestras vidas cotidianas. Quiero que sepan que yo cargo este peso con Ustedes como su obispo… lo cargamos juntos.

En este Domingo de la Divina Misericordia, me alivia leer el “Diario” de Santa Faustina:

Cuando veo que una dificultad sobrepasa mis fuerzas, no pienso en ella ni la analizo ni la penetro, sino que, como una niña, recurro al Corazón de Jesús y le digo una sola palabra: Tú lo puedes todo. Y me callo, porque sé que Jesús Mismo interviene en el asunto y yo, en vez de atormentarme, dedico ese tiempo a amarlo (1033).

Y en otro lugar ella escribe lo que el Señor Jesús se le reveló:

Yo soy el amor y la Misericordia Misma; no existe miseria que pueda medirse con Mi misericordia, ni la miseria la agota, ya que desde el momento en que se da [mi misericordia] aumenta. El alma que confía en Mi misericordia es la más feliz porque Yo Mismo tengo cuidado de ella (1273).

Mis hermanas y hermanos, yo creo profundamente que el mundo y sus preocupaciones y desafíos, incluyendo esta pandemia, no pueden alejarnos de la misericordia de Dios ni de la presencia de Cristo. Lo que estamos viviendo estos días es un llamado al sacrificio. La Pasión y la Muerte del Hijo de Dios eran el camino a su Resurrección. Es el camino que nosotros ahora caminamos, juntos.

Nuestra segunda lectura de la Primera Carta de San Pedro nos recuerda, “aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo”. 

“Adversidades de todas clases.” Sí, nuestras iglesias de la Diócesis de Trenton están cerradas y seguirán así “por un poco más”. Es cierto que no podemos extender la mano mientras decimos “La Paz de Cristo esté contigo” y que seguirá así “por un poco más”. Nadie, ninguna de nosotros, incluyendo a las personas que tomamos las decisiones, incluso yo como el obispo, queremos estas cosas ni queremos que sigan así.

Pero estas situaciones y circunstancias no pueden cambiar el hecho y la gracia de que Cristo se resucitara de la muerte y que “la misericordia del Señor es eterna”. En el Evangelio según San Juan, el Señor Jesús nos da “la Buena Nueva” de que “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo”.

Luego en ese mismo Evangelio, nos encontramos con el apóstol Tomás en su lucha con la duda. A lo mejor, estos días nos ponen en la misma situación que él. Mis hermanas y hermanos, que escuchemos al Señor Jesús resucitado y misericordioso y, espiritualmente ponernos en la escena, “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Juntos con Tomás, que asumamos nuestra fe y, con la gracia y la misericordia de Dios, digamos: “¡Señor mío y Dios mío!” 

Manténganse seguros y sanos.

Que Dios me los bendiga.


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Al celebrar el Domingo de la Divina Misericordia, les invito a Ustedes acompañarme en la oración de que el Señor Jesús seguirá manifestándose a nosotros durante estos tiempos turbulentos.

Yo conozco muy bien el peso tremendo que todos nos sentimos al no poder abrir la puerta de nuestra iglesia; no poder reunirnos en la oración; no poder compartir la Eucaristía, especialmente en este tiempo de la Pascua; no poder bautizar a nuestros niños ni casar ni enterrar a los muertos con la participación de la Iglesia; no poder extender las manos y decir “La paz esté contigo” a nuestro vecino. Este peso desafía nuestra paciencia increíblemente mientras esperamos, y esperamos, y esperamos por una resolución a esta pandemia para poder volver a alguna forma de la normalidad de nuestras vidas cotidianas. Quiero que sepan que yo cargo este peso con Ustedes como su obispo… lo cargamos juntos.

En este Domingo de la Divina Misericordia, me alivia leer el “Diario” de Santa Faustina:

Cuando veo que una dificultad sobrepasa mis fuerzas, no pienso en ella ni la analizo ni la penetro, sino que, como una niña, recurro al Corazón de Jesús y le digo una sola palabra: Tú lo puedes todo. Y me callo, porque sé que Jesús Mismo interviene en el asunto y yo, en vez de atormentarme, dedico ese tiempo a amarlo (1033).

Y en otro lugar ella escribe lo que el Señor Jesús se le reveló:

Yo soy el amor y la Misericordia Misma; no existe miseria que pueda medirse con Mi misericordia, ni la miseria la agota, ya que desde el momento en que se da [mi misericordia] aumenta. El alma que confía en Mi misericordia es la más feliz porque Yo Mismo tengo cuidado de ella (1273).

Mis hermanas y hermanos, yo creo profundamente que el mundo y sus preocupaciones y desafíos, incluyendo esta pandemia, no pueden alejarnos de la misericordia de Dios ni de la presencia de Cristo. Lo que estamos viviendo estos días es un llamado al sacrificio. La Pasión y la Muerte del Hijo de Dios eran el camino a su Resurrección. Es el camino que nosotros ahora caminamos, juntos.

Nuestra segunda lectura de la Primera Carta de San Pedro nos recuerda, “aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo”. 

“Adversidades de todas clases.” Sí, nuestras iglesias de la Diócesis de Trenton están cerradas y seguirán así “por un poco más”. Es cierto que no podemos extender la mano mientras decimos “La Paz de Cristo esté contigo” y que seguirá así “por un poco más”. Nadie, ninguna de nosotros, incluyendo a las personas que tomamos las decisiones, incluso yo como el obispo, queremos estas cosas ni queremos que sigan así.

Pero estas situaciones y circunstancias no pueden cambiar el hecho y la gracia de que Cristo se resucitara de la muerte y que “la misericordia del Señor es eterna”. En el Evangelio según San Juan, el Señor Jesús nos da “la Buena Nueva” de que “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo”.

Luego en ese mismo Evangelio, nos encontramos con el apóstol Tomás en su lucha con la duda. A lo mejor, estos días nos ponen en la misma situación que él. Mis hermanas y hermanos, que escuchemos al Señor Jesús resucitado y misericordioso y, espiritualmente ponernos en la escena, “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Juntos con Tomás, que asumamos nuestra fe y, con la gracia y la misericordia de Dios, digamos: “¡Señor mío y Dios mío!” 

Manténganse seguros y sanos.

Que Dios me los bendiga.

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