“Llamados por nombre: Les daré a pastores”

October 29, 2019 at 7:42 p.m.
“Llamados por nombre: Les daré a pastores”
“Llamados por nombre: Les daré a pastores”

El reverendísimo David M. O'Connell, C.M.

En su mensaje para el Día Mundial de Oración por las Vocaciones del 2019, nuestro Santo Padre el papa Francisco escribió:
La llamada del Señor, por tanto, no es una intromisión de Dios en nuestra libertad; no es una “jaula” o un peso que se nos carga encima. Por el contrario, es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos, mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante. … Se nos pide esa audacia que nos impulse con fuerza a descubrir el proyecto que Dios tiene para nuestra vida. En definitiva, cuando estamos ante el vasto mar de la vocación, no podemos quedarnos a reparar nuestras redes, en la barca que nos da seguridad, sino que debemos fiarnos de la promesa del Señor.

¡Palabras profundas perspicaces! La Iglesia Católica en los Estados Unidos “tira nuestras redes” de nuevo al celebrar la Semana Nacional de las Vocaciones del 3 al 9 de noviembre, 2019.

La palabra ‘vocación’ significa ‘un llamado’ y presume que alguien llama y alguien es el llamado. Como católicos, sin duda, nosotros nos identificamos a la persona que llama como Dios mismo. En nuestra fe, creemos que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y que Dios nos llama, nos invita, a considerar ese plan y, con esperanza, aceptarlo. Diferente que un trabajo, una ‘vocación’ es algo universal que requiere de una respuesta libre y dispuesta y un compromiso total al Uno que llama y a lo que nos pide en el llamado.

La vida matrimonial y el amor de esposos es ese tipo de vocación. La vida consagrada/religiosa en sus muchas formas es ese tipo de vocación. El estado del laico soltero es ese tipo de vocación. Y el ministerio ordenado como diáconos y sacerdotes es ese tipo de vocación.

La Diócesis de Trenton y todas sus parroquias deben fomentar, promover y orar por todos estos tipos de vocaciones – o sea “estados de la vida” como antes las llamábamos – en cada manera posible para que los fieles puedan ver sus vidas como respuestas generosas y amorosas a un Dios generoso y amoroso.

Como el obispo de la Diócesis de Trenton, tengo una responsabilidad especial de animar a los jóvenes hombres considerar una vocación al sacerdocio aunque ciertamente animo una respuesta con la oración y la generosidad a todas las vocaciones mencionadas arribita. Los sacerdotes son, como dice claramente en el Rito de Ordenación a los Ordenes Sagrados, los colaboradores principales del obispo en el servicio ministerial al Pueblo de Dios.

No es ningún secreto actualmente que la cantidad de jóvenes entrando a los seminarios además de la cantidad de sacerdotes disponibles para las parroquias u otras obras está disminuyendo desde hace décadas. Aparte de un periodo de aumento entre 2016 y 2018, el reclutamiento de seminaristas ha sido un desafío para órdenes diocesanos y religiosos. La Diócesis de Trenton no es ninguna excepción. Este septiembre pasado, por ejemplo, solamente un seminarista se unió a los otros 13 que ya empezaron sus estudios en el Seminario San Carlos Borromeo en Philadelphia y en el Seminario Monte Santa María en Emmitsburg, Maryland. No ordenamos a ningún sacerdote ni diacono en 2019.

Las vocaciones sacerdotales son una prioridad urgente para nuestra Diócesis. Eso no disminuye el compromiso ministerial de tantos hombres y mujeres laicos de ninguna manera. Nuestras parroquias no sobrevivirían sin ellos. Sin embargo, recuerdo a menudo el sentimiento expresado por el papa san Juan Pablo II: sin sacerdotes, no habría la Eucaristía; sin la Eucaristía, no habría Iglesia.

En su carta a los sacerdotes en el 2004, el papa santificado reflexionó:

Sí, las vocaciones son un don de Dios que se ha de suplicar continuamente. Siguiendo la invitación de Jesús, hay que rogar ante todo al Dueño de la mies para que envíe obreros a su cosecha (cf. Mt 9,37-38). … Quedémonos en el Cenáculo contemplando al Redentor que, en la Última Cena, instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. En aquella noche santa Él ha llamado por su nombre, a los sacerdotes de todos los tiempos. Su mirada se ha dirigido a cada uno, una mirada afectuosa y premonitoria, como la que se detuvo sobre Simón y Andrés, Santiago y Juan, sobre Natanael cuando estaba bajo la higuera o sobre Mateo, sentado en el despacho de los impuestos. Jesús nos ha llamado y, por los medios más diversos, sigue llamando a otros muchos para que sean sus ministros.

El Señor Jesús “ha llamado por su nombre, a los sacerdotes de todos los tiempos”. En otras palabras, todavía está llamando y llamando “por su nombre”. Ese llamado viene en una variedad de maneras, que a veces puede ser simplemente la pregunta de un sacerdote, religioso u otro católico comprometido o hermano feligrés a un buen hombre joven, “¿Alguna vez TÚ has pensado en ser sacerdote”?

Lo interesante para mí, como el obispo, es que yo pregunto esto a hombres jóvenes en cada parroquia y escuela católica a que visito en nuestra Diócesis – y lo he hecho desde el primer día que llegué. ¿Y sabe qué? No hay ni una parroquia ni escuela católica – ni una – donde no he conocido a un hombre joven que me respondió con “Sí, lo he pensado”. ¡Asombroso! Tenemos que identificar y animar a los hombres jóvenes a considerar el sacerdocio… y a la vez a mujeres jóvenes a considerar la vida religiosa (y lo he hecho y seguiré haciendo en esas misma parroquias y escuelas).

Para las personas de mi edad y yo, vimos que el mayor desafío para que hombres escogieran el sacerdocio era el tema de la castidad, no tenía tanto que ver con no casarnos ni tener una familia. Al trabajar con niños como un sacerdote joven, yo vi que ese mayor desafío se convirtió en “¿cuánto dinero se gana”? Más reciente, sin embargo, los hombres jóvenes me dicen que ellos no reciben ninguna motivación para el sacerdocio de sus padres y familias, especialmente si sean el único hijo o por lo menos el único hombre en la familia. Claro, eso se entiende. Pero responder al llamado de Dios, lo que sea, siempre ha requerido un sacrificio, no solamente para la persona llamada sino también para las personas que la rodean.

Nadie puede negar las “ópticas” acerca el sacerdocio (y episcopado) que estos días están oscurecidos por numerosos escándalos que han envuelto la Iglesia. Hablando con nuestros propios seminaristas y algunos de otras diócesis, sin embargo, me impresiona su convicción en “mantener el curso” a pesar de “los escándalos” y su compromiso a la santidad personal y fidelidad a la vocación. Y, francamente, los hombres jóvenes discerniendo vocaciones ni mencionan estos escándalos en sus conversaciones y discernimiento aunque estén al tanto de ellos. Nuestra Diócesis hace cada esfuerzo para responder a los escándalos y asegurar que los seminaristas y quienes están discerniendo sepan las fronteras y las obligaciones de la vida sacerdotal.

Con más de 64 años ahora y después de casi 38 años del sacerdocio (incluyendo más de nueve años como el obispo aquí), he visto bastante desafío y cambio en la Iglesia Católica. Pero una cosa ha sido constante: la necesidad como católicos de centrar nuestras vidas en la Eucaristía como la fuente y cima de la vida cristiana. Y otro constante, muy relacionado a la Eucaristía: la necesidad de tener sacerdotes buenos, santos, fieles. Yo creo que el Señor Jesús, con toda intención, fundó ambos sacramentos en el mismo momento en la noche antes de morir por nosotros.

Una vocación al sacerdocio – como otros estados vocacionales en la vida – requiere mucho de la persona llamada. El sacrificio está escrito por todas partes de la “descripción del trabajo” del sacerdote, sin duda. Pero, también lo es la oración y el estudio y predicar la Palabra de Dios y compartir la enseñanza de la Iglesia y administrar los sacramentos y ofrecer el consejo pastoral y hacerse dispuesto a servir el Pueblo de Dios respondiendo a sus necesidades más básicas 24/7. Sin duda alguna, se rinde mucho para seguir esta vocación al altar. El camino, sin embargo, y el destino al final brindan alegría incomparable y un sentido de cumplimiento que ni se puede explicar adecuadamente.

A los hombres que ya son sacerdotes, ¡demos gracias a Dios! A los hombres considerando el sacerdocio, tomen el próximo paso. A los hombres que aún no lo hayan considerado, piénsenlo. A todos los demás, “rogar ante todo al Dueño de la mies para que envíe obreros a su cosecha”.


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En su mensaje para el Día Mundial de Oración por las Vocaciones del 2019, nuestro Santo Padre el papa Francisco escribió:
La llamada del Señor, por tanto, no es una intromisión de Dios en nuestra libertad; no es una “jaula” o un peso que se nos carga encima. Por el contrario, es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos, mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante. … Se nos pide esa audacia que nos impulse con fuerza a descubrir el proyecto que Dios tiene para nuestra vida. En definitiva, cuando estamos ante el vasto mar de la vocación, no podemos quedarnos a reparar nuestras redes, en la barca que nos da seguridad, sino que debemos fiarnos de la promesa del Señor.

¡Palabras profundas perspicaces! La Iglesia Católica en los Estados Unidos “tira nuestras redes” de nuevo al celebrar la Semana Nacional de las Vocaciones del 3 al 9 de noviembre, 2019.

La palabra ‘vocación’ significa ‘un llamado’ y presume que alguien llama y alguien es el llamado. Como católicos, sin duda, nosotros nos identificamos a la persona que llama como Dios mismo. En nuestra fe, creemos que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y que Dios nos llama, nos invita, a considerar ese plan y, con esperanza, aceptarlo. Diferente que un trabajo, una ‘vocación’ es algo universal que requiere de una respuesta libre y dispuesta y un compromiso total al Uno que llama y a lo que nos pide en el llamado.

La vida matrimonial y el amor de esposos es ese tipo de vocación. La vida consagrada/religiosa en sus muchas formas es ese tipo de vocación. El estado del laico soltero es ese tipo de vocación. Y el ministerio ordenado como diáconos y sacerdotes es ese tipo de vocación.

La Diócesis de Trenton y todas sus parroquias deben fomentar, promover y orar por todos estos tipos de vocaciones – o sea “estados de la vida” como antes las llamábamos – en cada manera posible para que los fieles puedan ver sus vidas como respuestas generosas y amorosas a un Dios generoso y amoroso.

Como el obispo de la Diócesis de Trenton, tengo una responsabilidad especial de animar a los jóvenes hombres considerar una vocación al sacerdocio aunque ciertamente animo una respuesta con la oración y la generosidad a todas las vocaciones mencionadas arribita. Los sacerdotes son, como dice claramente en el Rito de Ordenación a los Ordenes Sagrados, los colaboradores principales del obispo en el servicio ministerial al Pueblo de Dios.

No es ningún secreto actualmente que la cantidad de jóvenes entrando a los seminarios además de la cantidad de sacerdotes disponibles para las parroquias u otras obras está disminuyendo desde hace décadas. Aparte de un periodo de aumento entre 2016 y 2018, el reclutamiento de seminaristas ha sido un desafío para órdenes diocesanos y religiosos. La Diócesis de Trenton no es ninguna excepción. Este septiembre pasado, por ejemplo, solamente un seminarista se unió a los otros 13 que ya empezaron sus estudios en el Seminario San Carlos Borromeo en Philadelphia y en el Seminario Monte Santa María en Emmitsburg, Maryland. No ordenamos a ningún sacerdote ni diacono en 2019.

Las vocaciones sacerdotales son una prioridad urgente para nuestra Diócesis. Eso no disminuye el compromiso ministerial de tantos hombres y mujeres laicos de ninguna manera. Nuestras parroquias no sobrevivirían sin ellos. Sin embargo, recuerdo a menudo el sentimiento expresado por el papa san Juan Pablo II: sin sacerdotes, no habría la Eucaristía; sin la Eucaristía, no habría Iglesia.

En su carta a los sacerdotes en el 2004, el papa santificado reflexionó:

Sí, las vocaciones son un don de Dios que se ha de suplicar continuamente. Siguiendo la invitación de Jesús, hay que rogar ante todo al Dueño de la mies para que envíe obreros a su cosecha (cf. Mt 9,37-38). … Quedémonos en el Cenáculo contemplando al Redentor que, en la Última Cena, instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. En aquella noche santa Él ha llamado por su nombre, a los sacerdotes de todos los tiempos. Su mirada se ha dirigido a cada uno, una mirada afectuosa y premonitoria, como la que se detuvo sobre Simón y Andrés, Santiago y Juan, sobre Natanael cuando estaba bajo la higuera o sobre Mateo, sentado en el despacho de los impuestos. Jesús nos ha llamado y, por los medios más diversos, sigue llamando a otros muchos para que sean sus ministros.

El Señor Jesús “ha llamado por su nombre, a los sacerdotes de todos los tiempos”. En otras palabras, todavía está llamando y llamando “por su nombre”. Ese llamado viene en una variedad de maneras, que a veces puede ser simplemente la pregunta de un sacerdote, religioso u otro católico comprometido o hermano feligrés a un buen hombre joven, “¿Alguna vez TÚ has pensado en ser sacerdote”?

Lo interesante para mí, como el obispo, es que yo pregunto esto a hombres jóvenes en cada parroquia y escuela católica a que visito en nuestra Diócesis – y lo he hecho desde el primer día que llegué. ¿Y sabe qué? No hay ni una parroquia ni escuela católica – ni una – donde no he conocido a un hombre joven que me respondió con “Sí, lo he pensado”. ¡Asombroso! Tenemos que identificar y animar a los hombres jóvenes a considerar el sacerdocio… y a la vez a mujeres jóvenes a considerar la vida religiosa (y lo he hecho y seguiré haciendo en esas misma parroquias y escuelas).

Para las personas de mi edad y yo, vimos que el mayor desafío para que hombres escogieran el sacerdocio era el tema de la castidad, no tenía tanto que ver con no casarnos ni tener una familia. Al trabajar con niños como un sacerdote joven, yo vi que ese mayor desafío se convirtió en “¿cuánto dinero se gana”? Más reciente, sin embargo, los hombres jóvenes me dicen que ellos no reciben ninguna motivación para el sacerdocio de sus padres y familias, especialmente si sean el único hijo o por lo menos el único hombre en la familia. Claro, eso se entiende. Pero responder al llamado de Dios, lo que sea, siempre ha requerido un sacrificio, no solamente para la persona llamada sino también para las personas que la rodean.

Nadie puede negar las “ópticas” acerca el sacerdocio (y episcopado) que estos días están oscurecidos por numerosos escándalos que han envuelto la Iglesia. Hablando con nuestros propios seminaristas y algunos de otras diócesis, sin embargo, me impresiona su convicción en “mantener el curso” a pesar de “los escándalos” y su compromiso a la santidad personal y fidelidad a la vocación. Y, francamente, los hombres jóvenes discerniendo vocaciones ni mencionan estos escándalos en sus conversaciones y discernimiento aunque estén al tanto de ellos. Nuestra Diócesis hace cada esfuerzo para responder a los escándalos y asegurar que los seminaristas y quienes están discerniendo sepan las fronteras y las obligaciones de la vida sacerdotal.

Con más de 64 años ahora y después de casi 38 años del sacerdocio (incluyendo más de nueve años como el obispo aquí), he visto bastante desafío y cambio en la Iglesia Católica. Pero una cosa ha sido constante: la necesidad como católicos de centrar nuestras vidas en la Eucaristía como la fuente y cima de la vida cristiana. Y otro constante, muy relacionado a la Eucaristía: la necesidad de tener sacerdotes buenos, santos, fieles. Yo creo que el Señor Jesús, con toda intención, fundó ambos sacramentos en el mismo momento en la noche antes de morir por nosotros.

Una vocación al sacerdocio – como otros estados vocacionales en la vida – requiere mucho de la persona llamada. El sacrificio está escrito por todas partes de la “descripción del trabajo” del sacerdote, sin duda. Pero, también lo es la oración y el estudio y predicar la Palabra de Dios y compartir la enseñanza de la Iglesia y administrar los sacramentos y ofrecer el consejo pastoral y hacerse dispuesto a servir el Pueblo de Dios respondiendo a sus necesidades más básicas 24/7. Sin duda alguna, se rinde mucho para seguir esta vocación al altar. El camino, sin embargo, y el destino al final brindan alegría incomparable y un sentido de cumplimiento que ni se puede explicar adecuadamente.

A los hombres que ya son sacerdotes, ¡demos gracias a Dios! A los hombres considerando el sacerdocio, tomen el próximo paso. A los hombres que aún no lo hayan considerado, piénsenlo. A todos los demás, “rogar ante todo al Dueño de la mies para que envíe obreros a su cosecha”.

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