¿Cómo aprendieron todas estas cosas?
October 11, 2019 at 6:23 p.m.
¿Jesús habrá ido a escuela? La Biblia no nos dice así que no podemos estar seguros. ¿Ustedes han pensado en eso alguna vez? El Nuevo Testamento sí nos dice que Jesús podía leer, algo que habrá aprendido en algún lugar. El Nuevo Testamento también sugiere que Jesús podía escribir, otra vez algo que habrá aprendido en algún lugar. Jesús también sabía mucho de las Escrituras hebreas, el Antiguo Testamento, porque las citaba a menudo. ¿Dónde habrá aprendido la religión judía y todas sus normas y prácticas?
Personas que conocen la historia del mundo antiguo nos dicen que la educación, en aquel tiempo de Jesús, empezaba en el hogar y que era la responsabilidad de la madre y el padre. Realmente no hubo ningún sistema escolar tal cómo tenemos hoy, pero usualmente había alguna escuela junta a la sinagoga donde los niños podían aprender las escrituras y leyes de la fe judía. Se enfocaban más en memorizar cosas porque no había muchos libros disponibles, especialmente en un pueblito como Nazaret. En cuanto las otras materias académicas, niños aprendían de adultos quienes servían como mentores. Los varones solían aprender algún oficio de sus padres y seguían sus negocios mientras las mujeres aprendían muchas otras cosas de sus madres. Los Evangelios del Nuevo Testamento describen a Jesús como “el hijo de un carpintero”.
Así que no podemos decir con certeza que Jesús “iba a escuela” tal cómo lo hacemos nosotros, pero no tenemos por qué dudar que su vida de joven fuera muy diferente de los niños del día de hoy. Cuando leemos sobre Jesús en la Biblia, sin embargo, él parece estar muy bien educado, probablemente por una combinación de cosas que aprendió de sus padres, de la sinagoga, y de las personas de aquel tiempo. San Lucas nos dice que “El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2:40).
Hay una historia genial en el Evangelio según San Lucas que después de uno de los viajes familiares anuales al templo en Jerusalén, la ciudad santa, la Madre de Jesús, María, y su esposo, José, le perdieron a Jesús cuando tenía unos 12 años durante tres días porque los dos pensaban que estaba con el otro. Imagínense como hubiera sido eso.
Yo recuerdo una vez haberme separado de mis padres en el boardwalk de la playa. Pasé dos horas sin poder ubicarlos y tenía un miedo tremendo.
Pues San Lucas nos cuenta que cuando los padres de Jesús le encontraron, no sólo estaba calmado cómo solía estar, sino estaba “sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2:46-47). Muy interesante por un niño que no tenía tanta escuela formal como nosotros. Y San Lucas termina su historia con que cuando Jesús iba de regreso a su casa en Nazaret con sus padres, que “siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente” (Lucas 2:52).
En las escuelas de las sinagogas, el rabino no solamente enseñaba a sus alumnos sobre las escrituras hebreas y las leyes y normas de su fe. También tenía la responsabilidad de enseñarlos sobre los valores y el comportamiento, el cómo vivir en este mundo. Las escuelas en el mundo judío antiguo no eran bien organizadas pero lograban algo importante en las vidas de los jóvenes.
Aquí nos encontramos hoy, dos mil años después, celebrando nuestras escuelas católicas que sí están bien organizadas y que nos enseñan tanto y nos preparan tan bien. Nuestras escuelas no son grupos pequeños de niños reunidos en la sinagoga como en el tiempo de Jesús: son escuelas bien establecidas, partes de nuestras Iglesias parroquiales o Diócesis con cientos de alumnos jóvenes. Tienen materias de matemáticas y ciencias, inglés e historia, lenguas y música, tecnología de computadoras o tantas otras cosas para nuestra propia buena educación. Pero, como las escuelas pequeñas al lado de las sinagogas del tiempo de Jesús, nuestras escuelas católicas ofrecen una de las materias más importantes que las hace distintas a las escuelas públicas: nuestras escuelas católicas nos enseñan sobre nuestra fe católica – nos presentan a Jesucristo y a la Iglesia que él fundó. Nos enseñan los valores y comportamiento católicos para que estemos preparados para dar testimonio a nuestra fe, vivir nuestra fe, hacer una diferencia en el mundo.
Mis jóvenes hermanas y hermanos, nuestras escuelas son diferentes y nosotros también a través de nuestra fe y todo que aprendemos sobre ella gracias a los profesores que nos enseñan tan bien. Creer en Dios, conocer a Jesús, rezar, ir a Misa y prepararnos para los Sacramentos de Reconciliación, Santa Comunión y Confirmación, aprender lo que la Iglesia enseña y vivir y amar a los demás por nuestra fe. Eso es lo que hace a nosotros diferentes y lo que nos ayuda a ver el mundo diferentemente, a través de los ojos de Jesús. Por eso tratamos al prójimo de otra manera como Jesús nos pide hacer. Y por eso estamos aquí hoy de tantas escuelas y parroquias diferentes en nuestra Co-Catedral, una Iglesia muy importante en nuestra Diócesis. Somos la una, santa, católica y apostólica Iglesia unidos desde pre-inicial hasta 12 grado. Y los sacrificios de nuestros padres maravillosos nos dan esta oportunidad tremenda para aprender nuestra fe, crecer en la sabiduría, y crecer y fortalecernos acompañados por la gracia de Dios como el niño Jesús.
Más tarde en su vida, cuando Jesús enseñaba ya como adulto en la sinagoga de su pueblo natal de Nazaret, el Evangelio según San Mateo nos cuenta que gente preguntaba, “¿De dónde sacó este tal sabiduría y tales poderes milagrosos?” Decían maravillados. “¿No es acaso el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María; y no son sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas?” (Mateo 13:54-55). Sí, es cierto que creemos que Jesús era Dios y que su sabiduría vino de Dios pero también era hombre y aprendía tanto a través de la vida humana que vivía, empezando sentado en la pierna de su madre, María, y con la dirección tierna de su padrastro, José, y hasta la sinagoga donde aprendía su fe judía.
Como su Obispo, yo creo que algún día las personas estarán maravilladas de ustedes también. Ellas verán sus vidas y preguntarán, ¿de dónde aprendieron todas estas cosas? Y, si se esfuerzan para desarrollarse en sabiduría y fe ahora, podrán decir luego con orgullo y alegría, “He aprendido todas estas cosas en una escuela católica porque “las escuelas católicas lo tienen todo”.
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¿Jesús habrá ido a escuela? La Biblia no nos dice así que no podemos estar seguros. ¿Ustedes han pensado en eso alguna vez? El Nuevo Testamento sí nos dice que Jesús podía leer, algo que habrá aprendido en algún lugar. El Nuevo Testamento también sugiere que Jesús podía escribir, otra vez algo que habrá aprendido en algún lugar. Jesús también sabía mucho de las Escrituras hebreas, el Antiguo Testamento, porque las citaba a menudo. ¿Dónde habrá aprendido la religión judía y todas sus normas y prácticas?
Personas que conocen la historia del mundo antiguo nos dicen que la educación, en aquel tiempo de Jesús, empezaba en el hogar y que era la responsabilidad de la madre y el padre. Realmente no hubo ningún sistema escolar tal cómo tenemos hoy, pero usualmente había alguna escuela junta a la sinagoga donde los niños podían aprender las escrituras y leyes de la fe judía. Se enfocaban más en memorizar cosas porque no había muchos libros disponibles, especialmente en un pueblito como Nazaret. En cuanto las otras materias académicas, niños aprendían de adultos quienes servían como mentores. Los varones solían aprender algún oficio de sus padres y seguían sus negocios mientras las mujeres aprendían muchas otras cosas de sus madres. Los Evangelios del Nuevo Testamento describen a Jesús como “el hijo de un carpintero”.
Así que no podemos decir con certeza que Jesús “iba a escuela” tal cómo lo hacemos nosotros, pero no tenemos por qué dudar que su vida de joven fuera muy diferente de los niños del día de hoy. Cuando leemos sobre Jesús en la Biblia, sin embargo, él parece estar muy bien educado, probablemente por una combinación de cosas que aprendió de sus padres, de la sinagoga, y de las personas de aquel tiempo. San Lucas nos dice que “El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba” (Lucas 2:40).
Hay una historia genial en el Evangelio según San Lucas que después de uno de los viajes familiares anuales al templo en Jerusalén, la ciudad santa, la Madre de Jesús, María, y su esposo, José, le perdieron a Jesús cuando tenía unos 12 años durante tres días porque los dos pensaban que estaba con el otro. Imagínense como hubiera sido eso.
Yo recuerdo una vez haberme separado de mis padres en el boardwalk de la playa. Pasé dos horas sin poder ubicarlos y tenía un miedo tremendo.
Pues San Lucas nos cuenta que cuando los padres de Jesús le encontraron, no sólo estaba calmado cómo solía estar, sino estaba “sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían se asombraban de su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2:46-47). Muy interesante por un niño que no tenía tanta escuela formal como nosotros. Y San Lucas termina su historia con que cuando Jesús iba de regreso a su casa en Nazaret con sus padres, que “siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente” (Lucas 2:52).
En las escuelas de las sinagogas, el rabino no solamente enseñaba a sus alumnos sobre las escrituras hebreas y las leyes y normas de su fe. También tenía la responsabilidad de enseñarlos sobre los valores y el comportamiento, el cómo vivir en este mundo. Las escuelas en el mundo judío antiguo no eran bien organizadas pero lograban algo importante en las vidas de los jóvenes.
Aquí nos encontramos hoy, dos mil años después, celebrando nuestras escuelas católicas que sí están bien organizadas y que nos enseñan tanto y nos preparan tan bien. Nuestras escuelas no son grupos pequeños de niños reunidos en la sinagoga como en el tiempo de Jesús: son escuelas bien establecidas, partes de nuestras Iglesias parroquiales o Diócesis con cientos de alumnos jóvenes. Tienen materias de matemáticas y ciencias, inglés e historia, lenguas y música, tecnología de computadoras o tantas otras cosas para nuestra propia buena educación. Pero, como las escuelas pequeñas al lado de las sinagogas del tiempo de Jesús, nuestras escuelas católicas ofrecen una de las materias más importantes que las hace distintas a las escuelas públicas: nuestras escuelas católicas nos enseñan sobre nuestra fe católica – nos presentan a Jesucristo y a la Iglesia que él fundó. Nos enseñan los valores y comportamiento católicos para que estemos preparados para dar testimonio a nuestra fe, vivir nuestra fe, hacer una diferencia en el mundo.
Mis jóvenes hermanas y hermanos, nuestras escuelas son diferentes y nosotros también a través de nuestra fe y todo que aprendemos sobre ella gracias a los profesores que nos enseñan tan bien. Creer en Dios, conocer a Jesús, rezar, ir a Misa y prepararnos para los Sacramentos de Reconciliación, Santa Comunión y Confirmación, aprender lo que la Iglesia enseña y vivir y amar a los demás por nuestra fe. Eso es lo que hace a nosotros diferentes y lo que nos ayuda a ver el mundo diferentemente, a través de los ojos de Jesús. Por eso tratamos al prójimo de otra manera como Jesús nos pide hacer. Y por eso estamos aquí hoy de tantas escuelas y parroquias diferentes en nuestra Co-Catedral, una Iglesia muy importante en nuestra Diócesis. Somos la una, santa, católica y apostólica Iglesia unidos desde pre-inicial hasta 12 grado. Y los sacrificios de nuestros padres maravillosos nos dan esta oportunidad tremenda para aprender nuestra fe, crecer en la sabiduría, y crecer y fortalecernos acompañados por la gracia de Dios como el niño Jesús.
Más tarde en su vida, cuando Jesús enseñaba ya como adulto en la sinagoga de su pueblo natal de Nazaret, el Evangelio según San Mateo nos cuenta que gente preguntaba, “¿De dónde sacó este tal sabiduría y tales poderes milagrosos?” Decían maravillados. “¿No es acaso el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María; y no son sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas?” (Mateo 13:54-55). Sí, es cierto que creemos que Jesús era Dios y que su sabiduría vino de Dios pero también era hombre y aprendía tanto a través de la vida humana que vivía, empezando sentado en la pierna de su madre, María, y con la dirección tierna de su padrastro, José, y hasta la sinagoga donde aprendía su fe judía.
Como su Obispo, yo creo que algún día las personas estarán maravilladas de ustedes también. Ellas verán sus vidas y preguntarán, ¿de dónde aprendieron todas estas cosas? Y, si se esfuerzan para desarrollarse en sabiduría y fe ahora, podrán decir luego con orgullo y alegría, “He aprendido todas estas cosas en una escuela católica porque “las escuelas católicas lo tienen todo”.