Hace un año hoy, la Diócesis de Trenton junto con la costa entera del medio-Atlántico enfrentó la devastación de la “Supertormenta” Sandy. Este fue un desastre natural cuya ira nadie pudo haber anticipado. Miles de nuestros feligreses – juntos con sus compañeros ciudadanos aquí en Nueva Jersey y Nueva York – tuvieron que afrontar una pérdida catastrófica que ni siquiera existen palabras para describir la realidad que tuvieron que encarar.

El día después de que la tormenta se paró, yo visité la costa de Nueva Jersey con policías estatales, visitando muchas de nuestras parroquias. Decir que me fue doloroso y desalentador seria poco.
El domingo siguiente, tuve el privilegio de celebrar la Misa en Belmar, un pueblo que fue severamente golpeado, en la Parroquia de Santa Rosa; donde no había luz, calefacción, y electricidad, pero con la iglesia completamente llena. Al abrazar a tantos feligreses aquella mañana y ver sus ojos lagrimosos, pude sentir el dolor moverse de su corazón al mío. Nunca olvidaré aquel día y desde entonces he rezado cada día por aquellos feligreses y todos los hermanos y hermanas desplazados y devastados.

La Diócesis y sus increíbles parroquias movilizaron sus recursos, amor y protecciones para alcanzar a muchos de los afectados que necesitaban comida, agua, alojamiento, ropa y todas las necesidades básicas de la vida que muchos no apreciamos cotidianamente. Ningún obispo podría sentirse más orgulloso de ver al Evangelio vivo en su Diócesis.

Un año después, personas aún sufren. Es mi esperanza y oración que el pasar del tiempo no disminuya nuestro espíritu ni nos haga dejar de extender nuestras manos y corazones – las manos y corazón de Cristo – a todos que aún necesitan mucho.