Mientras más cambian las cosas, lo más que se quedan iguales

July 29, 2019 at 12:37 p.m.
Mientras más cambian las cosas, lo más que se quedan iguales
Mientras más cambian las cosas, lo más que se quedan iguales

Bishop David M. O'Connell, C.M.

Una de mis actividades favoritas es ir a desayunar a un restaurante, especialmente si está cerca de la playa. ¿Quién no preferiría sentarse y pedir “lo de siempre” en lugar de tener que cocinar?

Por alguna razón, me siempre me despierto temprano, lo cual parece ser un fenómeno nuevo de esta etapa de mi vida. Normalmente me despierto alrededor de las 5 de la mañana y me rindo a la salida del sol. Y al levantarme, el cuerpo me dice, “Café… panqueques… ¡restaurante!” Inmediatamente me pongo en camino.

Mi restaurante favorito para desayunar se encuentra en la playa donde pasé mucho tiempo este verano.  Visitar este restaurante se siente como un viaje al pasado.  Las mayólicas del piso y del mostrador son de los años 50, con los cubiertos y las servilletas  esperando al próximo cliente.

Normalmente el lugar está semivacío, con solo algunos hombres de la tercera edad que se sientan solos o con un compañero. Todos parecen conocerse, ya que sus saludos son amables y personales. Me causa mucha alegría verlos competir por la atención de las meseras universitarias que trabajan ahí durante el verano.

Es imposible no escuchar las conversaciones que toman lugar. Joe, Mikey, John y Bernie a menudo pontifican en voz alta ya sea sobre el partido de la noche anterior, el tráfico local, las multitudes visitando la playa  o la crisis más reciente en algún lugar del mundo y lo que debe hacer nuestro país sobre eso. ¡Parecería que estos hombres son expertos en todo! Me entero de sus nietos y cuánto ganan sus yernos. Y tengo la impresión que ellos ni siquiera se prestan atención los unos a los otros mientras buscan con piropos la atención de las meseras. Y las meseras no parecen tener ningún problema con las frases como “corazón” o “cariño” con las que las llaman.

Sí, es un lugar del cual el tiempo se olvidó.

Es divertido observarles ya que parecen estar siguiendo un guión de un programa de televisión. Me siento ahí sin que nadie me reconozca como “el obispo,” gozando de los panqueques y pensando en el día por venir.

Estos ancianos en sus short viejos y camisetas de algún bar en la Florida o de la universidad de uno de sus nietos, dan la bienvenida al grupo a todos los que llegan tarde (¡después de las 6:45am!) como si hubiese pasado tanto tiempo sin verse, aunque no ha sido más de 24 horas desde que se vieron. Esta escena me hace pensar sobre la cultura de la playa y la vida americana. Este ambiente en el restaurante es tan especial para mí.

La mesera se me acerca, me da la cuenta diciendo alegremente “que tenga un buen día” y vuelve a otro de sus clientes “regulares” con la jarra de café en la mano. Saco mi billetera de mis shorts anticuados y me paro con mi playera promoviendo una de nuestras escuelas católicas y arreglo las agujetas de mis tenis.

De repente se me ocurre que ¡soy uno de estos viejos! ¿Cuándo pasó eso? Yo recuerdo los años 50.

La escena nostálgica entonces desaparece inmediatamente mientras miro mi Iphone para leer los primeros correos electrónicos del día.

¡Vaya, que vida más linda!

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Una de mis actividades favoritas es ir a desayunar a un restaurante, especialmente si está cerca de la playa. ¿Quién no preferiría sentarse y pedir “lo de siempre” en lugar de tener que cocinar?

Por alguna razón, me siempre me despierto temprano, lo cual parece ser un fenómeno nuevo de esta etapa de mi vida. Normalmente me despierto alrededor de las 5 de la mañana y me rindo a la salida del sol. Y al levantarme, el cuerpo me dice, “Café… panqueques… ¡restaurante!” Inmediatamente me pongo en camino.

Mi restaurante favorito para desayunar se encuentra en la playa donde pasé mucho tiempo este verano.  Visitar este restaurante se siente como un viaje al pasado.  Las mayólicas del piso y del mostrador son de los años 50, con los cubiertos y las servilletas  esperando al próximo cliente.

Normalmente el lugar está semivacío, con solo algunos hombres de la tercera edad que se sientan solos o con un compañero. Todos parecen conocerse, ya que sus saludos son amables y personales. Me causa mucha alegría verlos competir por la atención de las meseras universitarias que trabajan ahí durante el verano.

Es imposible no escuchar las conversaciones que toman lugar. Joe, Mikey, John y Bernie a menudo pontifican en voz alta ya sea sobre el partido de la noche anterior, el tráfico local, las multitudes visitando la playa  o la crisis más reciente en algún lugar del mundo y lo que debe hacer nuestro país sobre eso. ¡Parecería que estos hombres son expertos en todo! Me entero de sus nietos y cuánto ganan sus yernos. Y tengo la impresión que ellos ni siquiera se prestan atención los unos a los otros mientras buscan con piropos la atención de las meseras. Y las meseras no parecen tener ningún problema con las frases como “corazón” o “cariño” con las que las llaman.

Sí, es un lugar del cual el tiempo se olvidó.

Es divertido observarles ya que parecen estar siguiendo un guión de un programa de televisión. Me siento ahí sin que nadie me reconozca como “el obispo,” gozando de los panqueques y pensando en el día por venir.

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La mesera se me acerca, me da la cuenta diciendo alegremente “que tenga un buen día” y vuelve a otro de sus clientes “regulares” con la jarra de café en la mano. Saco mi billetera de mis shorts anticuados y me paro con mi playera promoviendo una de nuestras escuelas católicas y arreglo las agujetas de mis tenis.

De repente se me ocurre que ¡soy uno de estos viejos! ¿Cuándo pasó eso? Yo recuerdo los años 50.

La escena nostálgica entonces desaparece inmediatamente mientras miro mi Iphone para leer los primeros correos electrónicos del día.

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