La fe pascual en la misericordia derrotará al pecado
July 29, 2019 at 12:37 p.m.
El bien y el malo están profundamente raizadas en la humanidad; coexisten. Sin embargo cuando Dios creó al mundo, las Escrituras nos dicen que “Dios vio todo lo que había hecho; y era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). ¿Cómo entonces originó la maldad? El Libro de Génesis luego nos describe el “Jardín de Edén” y un árbol que ahí “en medio del jardín” con fruta que contenía el conocimiento del “bien y mal” para las personas que la comieran. Era, según el autor, una serpiente astuto en el jardín que presentó este conocimiento al hombre y la mujer creados por Dios, a pesar de su dirección clara de no comer la fruta de aquel árbol. Ellos cayeron a la tentación de la serpiente y Dios les expulsó del jardín. La maldad entró al mundo.
Esa es la historia de la creación en el Libro de Génesis. Ha habido debates de parte de académicos y teólogos hace miles de años.
En los términos más simples, la maldad se originó con la decisión humana de hacer el contrario que lo que quería Dios, pensar y escoger y actuar de una manera contraria a la razón que Dios tiene por nosotros. Tal forma de decisión era posible por la naturaleza del ser humano, creado por Dios con el intelecto y libre albedrio. Estos aspectos distinguen a los humanos de cada otra criatura creada por Dios. El intelecto permite al ser humano conocer el bien intencional inherente en la creación de Dios y el libre albedrio permite al ser humano poder actuar según ese bien, para hacer lo que un ser humano debe hacer.
Dios es totalmente bueno y la fuente de todo bien. Cuando los seres humanos intentaron conocer más que la bondad que Dios quería en la creación y libremente escogieron “el otro”, la maldad entró a la experiencia humana. Contradijeron al deseo de Dios. La tradición cristiana llama “pecado” a aquella contradicción. Como resultado, la humanidad ha luchado con el bien y el mal/el pecado en el mundo desde “el origen” de aquella contradicción.
Esta es una explicación simple pero a pesar de cómo entendemos o explicamos el origen y la existencia del mal/el pecado, Dios no se rindió ni abandonó a su creación ni a los seres humanos dentro de ella. Dios no dejó de amar a su creación ni a los seres humanos dentro de ella. Dios tuvo misericordia. Leemos en el Evangelio, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. El que cree en Él no es condenado…” (Juan 3:16-18).
Los cristianos por todo el mundo acaban de celebrar la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Hijo de Dios, la última prueba del amor y la misericordia de Dios para nosotros a través del Señor Jesucristo Resucitado, a pesar de nuestros pecados. Esa es nuestra fe Pascual. Y sobre la roca de esta fe Pascual, el Señor Jesús construyó su Iglesia para que fuera un recuerdo constante de su amor, misericordia y gracia por nosotros, porque somos pecadores.
San Pablo nos recuerda que “allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). Es por eso que nunca podemos perder nuestra fe y esperanza en el Señor Jesús cuando nosotros afrontamos el mal/el pecado, hasta cuando pasa por nuestra propia acción o falta de acción. Y nosotros no podemos rendirnos de nosotros en la Iglesia.
El Señor Jesús nos ha prometido que “las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra” su Iglesia (Mateo 16:18). Tenemos que creer en esa promesa de todo corazón.
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El bien y el malo están profundamente raizadas en la humanidad; coexisten. Sin embargo cuando Dios creó al mundo, las Escrituras nos dicen que “Dios vio todo lo que había hecho; y era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). ¿Cómo entonces originó la maldad? El Libro de Génesis luego nos describe el “Jardín de Edén” y un árbol que ahí “en medio del jardín” con fruta que contenía el conocimiento del “bien y mal” para las personas que la comieran. Era, según el autor, una serpiente astuto en el jardín que presentó este conocimiento al hombre y la mujer creados por Dios, a pesar de su dirección clara de no comer la fruta de aquel árbol. Ellos cayeron a la tentación de la serpiente y Dios les expulsó del jardín. La maldad entró al mundo.
Esa es la historia de la creación en el Libro de Génesis. Ha habido debates de parte de académicos y teólogos hace miles de años.
En los términos más simples, la maldad se originó con la decisión humana de hacer el contrario que lo que quería Dios, pensar y escoger y actuar de una manera contraria a la razón que Dios tiene por nosotros. Tal forma de decisión era posible por la naturaleza del ser humano, creado por Dios con el intelecto y libre albedrio. Estos aspectos distinguen a los humanos de cada otra criatura creada por Dios. El intelecto permite al ser humano conocer el bien intencional inherente en la creación de Dios y el libre albedrio permite al ser humano poder actuar según ese bien, para hacer lo que un ser humano debe hacer.
Dios es totalmente bueno y la fuente de todo bien. Cuando los seres humanos intentaron conocer más que la bondad que Dios quería en la creación y libremente escogieron “el otro”, la maldad entró a la experiencia humana. Contradijeron al deseo de Dios. La tradición cristiana llama “pecado” a aquella contradicción. Como resultado, la humanidad ha luchado con el bien y el mal/el pecado en el mundo desde “el origen” de aquella contradicción.
Esta es una explicación simple pero a pesar de cómo entendemos o explicamos el origen y la existencia del mal/el pecado, Dios no se rindió ni abandonó a su creación ni a los seres humanos dentro de ella. Dios no dejó de amar a su creación ni a los seres humanos dentro de ella. Dios tuvo misericordia. Leemos en el Evangelio, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. El que cree en Él no es condenado…” (Juan 3:16-18).
Los cristianos por todo el mundo acaban de celebrar la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Hijo de Dios, la última prueba del amor y la misericordia de Dios para nosotros a través del Señor Jesucristo Resucitado, a pesar de nuestros pecados. Esa es nuestra fe Pascual. Y sobre la roca de esta fe Pascual, el Señor Jesús construyó su Iglesia para que fuera un recuerdo constante de su amor, misericordia y gracia por nosotros, porque somos pecadores.
San Pablo nos recuerda que “allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). Es por eso que nunca podemos perder nuestra fe y esperanza en el Señor Jesús cuando nosotros afrontamos el mal/el pecado, hasta cuando pasa por nuestra propia acción o falta de acción. Y nosotros no podemos rendirnos de nosotros en la Iglesia.
El Señor Jesús nos ha prometido que “las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra” su Iglesia (Mateo 16:18). Tenemos que creer en esa promesa de todo corazón.
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