“Vió y creyó”
April 17, 2025 at 12:00 a.m.

Cuando María de Magdala llegó a la tumba de Jesús temprano en la mañana tres días después de su crucifixión, nos dice el Evangelio de Juan, ella “vio quitada la piedra del sepulcro”.
Solo puedo imaginar los pensamientos que le pasaron por la cabeza mientras corría a decirles a “Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba” que “se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto” (Juan 20:2). Al llegar al sepulcro, los seguidores del Señor entraron corriendo, solo para encontrar las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Dónde estaba Jesús? El Evangelio de Juan dice entonces de Pedro: “Vió y creyó” (Juan 20:8).
Sabemos lo que Pedro vio: ¡una tumba vacía! Pero también sabemos lo que creyó: Jesús había resucitado, tal como predijo la Escritura. En ese instante, en ese momento de fe, todo el significado y propósito de la vida y la muerte de Jesús se hizo evidente: ¡la vida eterna! Cada profecía, cada palabra, cada acción, cada enseñanza, cada milagro, cada gesto, cada oración, cada susurro contra él, cada pedazo de pan, cada copa de vino, cada beso de traición, cada negación, cada sufrimiento, cada lágrima, cada espina, cada paso hacia el Calvario, cada clavo, cada gota de sangre, cada miembro sin vida, cobró sentido, ¡quizás por primera vez! “Vió y creyó”.
¡Jesucristo había resucitado de entre los muertos! Les dijo que lo haría. Lo oyeron durante la conversación de Jesús con Pedro en Cesarea de Filipo y su confesión de fe. Mateo escribió: “Desde entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día (Mateo 16:21)”. Pero Marcos relató que no sabían qué significaba “resucitar de entre los muertos” (Marcos 9:10). ¡Ahora lo sabían! ¡Ahora creían! No fueron sus propios argumentos ni discusiones sobre las palabras de Jesús lo que los convenció. Fue, más bien, una tumba vacía.
En otro relato de esta experiencia, el de Lucas, los primeros testigos de la tumba vacía fueron confrontados por dos individuos con vestiduras resplandecientes, quienes les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando aún estaba en Galilea. Y ellos recordaron sus palabras” (Lucas 24:5-8).
En esos primeros momentos de prisa, la visión de una tumba vacía llenó a María de una profunda preocupación. Pero su angustia pronto dio paso a la paz y la alegría al encontrarse con la fe de Pedro, quien “vio y creyó”, al “recordar las palabras de Jesús.”
La Pascua convirtió la tragedia en triunfo, la desesperación en esperanza ante la tumba vacía. Y sigue haciéndolo para nosotros. El arzobispo Fulton Sheen nos recordó una vez que no estamos sin esperanza en la hora de la calamidad: “porque solo quienes caminan en la oscuridad ven las estrellas… La imagen de un hombre muriendo en una cruz puede ser una imagen de esperanza. Ningún escenario estuvo mejor preparado para el drama de la esperanza que el Calvario… La virtud de la esperanza no reside en el futuro del tiempo, sino más allá de la tumba, en la eternidad; su objetivo no es la vida abundante de la tierra, sino el amor eterno de Dios”. Ningún momento en la historia lo dejó más claro que la Pascua.
Las cosas de la vida que nos llevan al Calvario a menudo no se detienen ahí. No, nos llevan, con fe, a una tumba vacía, a la Pascua. Todos nosotros, como cristianos, necesitamos remover la piedra. Necesitamos asomarnos y ver. Necesitamos creer. Necesitamos recordar sus palabras. Fueron dichas por primera vez a Marta y María en la muerte y resurrección de su hermano Lázaro, y todavía se nos dicen a nosotros: “Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente (Juan 11:25)”
¡Felices Pascuas!
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Monday, May 12, 2025
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Cuando María de Magdala llegó a la tumba de Jesús temprano en la mañana tres días después de su crucifixión, nos dice el Evangelio de Juan, ella “vio quitada la piedra del sepulcro”.
Solo puedo imaginar los pensamientos que le pasaron por la cabeza mientras corría a decirles a “Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba” que “se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto” (Juan 20:2). Al llegar al sepulcro, los seguidores del Señor entraron corriendo, solo para encontrar las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Dónde estaba Jesús? El Evangelio de Juan dice entonces de Pedro: “Vió y creyó” (Juan 20:8).
Sabemos lo que Pedro vio: ¡una tumba vacía! Pero también sabemos lo que creyó: Jesús había resucitado, tal como predijo la Escritura. En ese instante, en ese momento de fe, todo el significado y propósito de la vida y la muerte de Jesús se hizo evidente: ¡la vida eterna! Cada profecía, cada palabra, cada acción, cada enseñanza, cada milagro, cada gesto, cada oración, cada susurro contra él, cada pedazo de pan, cada copa de vino, cada beso de traición, cada negación, cada sufrimiento, cada lágrima, cada espina, cada paso hacia el Calvario, cada clavo, cada gota de sangre, cada miembro sin vida, cobró sentido, ¡quizás por primera vez! “Vió y creyó”.
¡Jesucristo había resucitado de entre los muertos! Les dijo que lo haría. Lo oyeron durante la conversación de Jesús con Pedro en Cesarea de Filipo y su confesión de fe. Mateo escribió: “Desde entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día (Mateo 16:21)”. Pero Marcos relató que no sabían qué significaba “resucitar de entre los muertos” (Marcos 9:10). ¡Ahora lo sabían! ¡Ahora creían! No fueron sus propios argumentos ni discusiones sobre las palabras de Jesús lo que los convenció. Fue, más bien, una tumba vacía.
En otro relato de esta experiencia, el de Lucas, los primeros testigos de la tumba vacía fueron confrontados por dos individuos con vestiduras resplandecientes, quienes les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando aún estaba en Galilea. Y ellos recordaron sus palabras” (Lucas 24:5-8).
En esos primeros momentos de prisa, la visión de una tumba vacía llenó a María de una profunda preocupación. Pero su angustia pronto dio paso a la paz y la alegría al encontrarse con la fe de Pedro, quien “vio y creyó”, al “recordar las palabras de Jesús.”
La Pascua convirtió la tragedia en triunfo, la desesperación en esperanza ante la tumba vacía. Y sigue haciéndolo para nosotros. El arzobispo Fulton Sheen nos recordó una vez que no estamos sin esperanza en la hora de la calamidad: “porque solo quienes caminan en la oscuridad ven las estrellas… La imagen de un hombre muriendo en una cruz puede ser una imagen de esperanza. Ningún escenario estuvo mejor preparado para el drama de la esperanza que el Calvario… La virtud de la esperanza no reside en el futuro del tiempo, sino más allá de la tumba, en la eternidad; su objetivo no es la vida abundante de la tierra, sino el amor eterno de Dios”. Ningún momento en la historia lo dejó más claro que la Pascua.
Las cosas de la vida que nos llevan al Calvario a menudo no se detienen ahí. No, nos llevan, con fe, a una tumba vacía, a la Pascua. Todos nosotros, como cristianos, necesitamos remover la piedra. Necesitamos asomarnos y ver. Necesitamos creer. Necesitamos recordar sus palabras. Fueron dichas por primera vez a Marta y María en la muerte y resurrección de su hermano Lázaro, y todavía se nos dicen a nosotros: “Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente (Juan 11:25)”
¡Felices Pascuas!