Una reflexión del obispo David M. O'Connell, C.M., sobre Gaudete et Exsultate, (Alégrense y Regocíjense)
July 29, 2019 at 12:37 p.m.

Cuando uno entra a la Iglesia Mayor de la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C., como hace el clero y muchos fieles de la Diócesis durante la peregrinación diocesana cada tres años, lo que llama la atención de inmediato es el mosaico “Cristo en Majestad” que adorna el ábside atrás y arriba del altar mayor. Y si uno se voltea para mirar el fondo del nártex, se ve el bajorrelieve blanco que alcanza de un lado al otro del fondo del santuario. El artista nombró esta obra “El Llamado Universal a la Santidad”. La escena retrata al Espíritu Santo descendiéndose con rayos de sus gracias divinas sobre la Iglesia, representada por la Santa Madre y personajes de todas partes de la vida.
Este retrato de un “llamado universal a la santidad” está arraizado en la Constitución Dogmático de la Iglesia del Segundo Concilio Vaticano, Lumen Gentium (21 de noviembre del 1964), que dice que
… todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo (Lumen Gentium, V, art. 40).
Pero ¿cuál será el significado de este “llamado universal a la santidad”? ¿Qué significa? El Papa Francisco ha escrito una exhortación apostólica sobre este tema hoy, el 9 de abril del 2018, llamado “Alégrense y Regocíjense (Gaudete et Exsultate)”. Una exhortación apostólica que no tiene el peso de ninguna encíclica doctrinal sino expresa un apoyo del Papa para la comunidad eclesial. El Papa avisa a los leyentes que este documento no se debe interpretar como ningún tratado ni ningún texto académico ni doctrinal. Él lo propone como una invitación personal, pastoral y práctica a cada uno de nosotros en la Iglesia para ayudarnos acercarnos más al Señor Jesucristo en nuestra vida cotidiana. Muchos católicos no suelen querer leer documentos del papado detalladamente, sea clero, religiosa o fiel laico. Sin embargo, esta exhortación habla en un lenguaje simple y accesible para intentar alcanzar a reorientar nuestra atención a la “santidad” cotidiana a qué estamos llamados vivir: “a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo”, personas que él nombra “santos de la puerta de al lado (n. 7).” Sin duda, la santidad es la meta autentica del clero y la religiosa pero a la vez, no es solo ningún requisito para ellos. “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra (n. 14)”, “cada una a su modo (n. 11)”.
Nos pregunta: “¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales (n. 14)”.
El Papa Francisco escribe que “En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos, y una múltiple belleza que procede del amor del Señor (n. 15)”.
“A veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia ‘para que participemos de su santidad (Hebreos 12:10)’ (n. 17)”. El Papa Francisco sigue que, “En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida (n. 20)”.
Su Santidad nos invita a reconocer que “cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina (n. 24)”. Esto es el camino a la santidad.
“No tengas miedo de la santidad”, nos advierte el Papa (n.32). “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia (n.34)”. ¡Que percepción más fuerte!
No hace falta tanta imaginación reconocer que la vida del mundo actual presenta muchos obstáculos y “enemigos” a la santidad descrita por el Papa: obstáculos y distracciones nos arrodean por fuera; obstáculos y distracciones dentro de nosotros también. El Santo Padre ilumina dos de las cuales nos encontramos adentro de nosotros, herejías antiguas que parecen reavivarse en estos tiempos actuales. La primera es el “gnosticismo”, una ideología engañosa en qué la persona se mira internamente prefiriendo “un Dios sin Cristo, un Cristo sin la Iglesia, una Iglesia sin su pueblo (n. 37)”. No se puede lograr la santidad de esta manera: el ser humano no puede lograr la santidad a través de solamente la razón. La segunda es parecida, “el pelagianismo”, que reemplaza la voluntad humana con la razón. Esto quiere decir que la persona puede lograr la santidad a través de su propio esfuerzo solamente (n. 48). Ninguno de estos dos conceptos -- sea la razón humana o la voluntad humana – es suficiente solo. Es solamente a través de la gracia y el poder de Dios que alguien se arranque en el camino a la santidad y nuestra disponibilidad y transformación personal a través de la oración gracias a esa gracia que hace posible llegar a la santidad (n. 56).
En el tercer capítulo del documento, el Papa Francisco se enfoca en el Sermón del Monte según San Mateo (5:1-11) e identifica cada una de las “8 Bienaventuranzas” ahí con santidad verdadera para la vida, especialmente el alcance de la misericordia, un tema preferido que se lee en las escrituras del Santo Padre y se oye en sus homilías. El llamado famoso del Evangelio de encontrarlo a Cristo en el pobre y sufrido en el capítulo 25:31-46 no solo es “una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo (n. 96), un misterio y una luz que “encarnan” la santidad a través de acciones concretas de servicio.
Este tipo de servicio, además de “los medios de santificación que ya conocemos: los distintos métodos de oración, los preciosos sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, la ofrenda de sacrificios, las diversas formas de devoción, la dirección espiritual (n. 110)”, iluminan profundamente al llamado a la santidad de la Iglesia que se extiende a todos quienes buscan seguirlo a Cristo.
El próximo capítulo del Papa Francisco identifica y describe los “signos de la santidad en el mundo actual: la perseverancia, la paciencia y la humildad; la alegría y un sentido de humor; la fortaleza y la pasión; el trabajo en comunidad; y la oración constante”. Se debe leer estas descripciones y reflexiones como parte de la oración, como si fuera un examen de conciencia, para discernir si presencia en nuestro movimiento hacia la santidad personal.
Finalmente, el Papa, en el quinto capítulo de la exhortación, explora las cuestiones de la tentación, la maldad y el diablo, los oponentes en un “combate espiritual” que demanda “la vigilancia y el discernimiento”. “El camino de la santidad”, aconseja el Papa Francisco, “es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos ‘con las lámparas encendidas’ (Lucas 12:35) y permanezcamos atentos (n. 164)”. El discernimiento espiritual se hace un elemento integral y constante del camino a la santidad, “no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos (n. 175)”.
Las cifras y reflexiones anteriores nunca podrían pretender reemplazar al beneficio verdadero espiritual que se puede lograr al leer el texto mismo de la exhortación apostólica del Santo Padre, "Alégrense y Regocíjense”. Al final, como en el principio y en cada momento de en medio, Dios Mismo es la fuente y la meta de nuestra respuesta del “llamado universal a la santidad”. Invocando el apoyo de María, nuestra Santa Madre, el Papa Francisco nos invita a todos nosotros rezar “que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar (n. 177)”.
Pulse aquí para leer Alégrense y Regocíjense, la exhortación apostólica del Papa Francisco.
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Cuando uno entra a la Iglesia Mayor de la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C., como hace el clero y muchos fieles de la Diócesis durante la peregrinación diocesana cada tres años, lo que llama la atención de inmediato es el mosaico “Cristo en Majestad” que adorna el ábside atrás y arriba del altar mayor. Y si uno se voltea para mirar el fondo del nártex, se ve el bajorrelieve blanco que alcanza de un lado al otro del fondo del santuario. El artista nombró esta obra “El Llamado Universal a la Santidad”. La escena retrata al Espíritu Santo descendiéndose con rayos de sus gracias divinas sobre la Iglesia, representada por la Santa Madre y personajes de todas partes de la vida.
Este retrato de un “llamado universal a la santidad” está arraizado en la Constitución Dogmático de la Iglesia del Segundo Concilio Vaticano, Lumen Gentium (21 de noviembre del 1964), que dice que
… todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo (Lumen Gentium, V, art. 40).
Pero ¿cuál será el significado de este “llamado universal a la santidad”? ¿Qué significa? El Papa Francisco ha escrito una exhortación apostólica sobre este tema hoy, el 9 de abril del 2018, llamado “Alégrense y Regocíjense (Gaudete et Exsultate)”. Una exhortación apostólica que no tiene el peso de ninguna encíclica doctrinal sino expresa un apoyo del Papa para la comunidad eclesial. El Papa avisa a los leyentes que este documento no se debe interpretar como ningún tratado ni ningún texto académico ni doctrinal. Él lo propone como una invitación personal, pastoral y práctica a cada uno de nosotros en la Iglesia para ayudarnos acercarnos más al Señor Jesucristo en nuestra vida cotidiana. Muchos católicos no suelen querer leer documentos del papado detalladamente, sea clero, religiosa o fiel laico. Sin embargo, esta exhortación habla en un lenguaje simple y accesible para intentar alcanzar a reorientar nuestra atención a la “santidad” cotidiana a qué estamos llamados vivir: “a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo”, personas que él nombra “santos de la puerta de al lado (n. 7).” Sin duda, la santidad es la meta autentica del clero y la religiosa pero a la vez, no es solo ningún requisito para ellos. “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra (n. 14)”, “cada una a su modo (n. 11)”.
Nos pregunta: “¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales (n. 14)”.
El Papa Francisco escribe que “En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos, y una múltiple belleza que procede del amor del Señor (n. 15)”.
“A veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia ‘para que participemos de su santidad (Hebreos 12:10)’ (n. 17)”. El Papa Francisco sigue que, “En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida (n. 20)”.
Su Santidad nos invita a reconocer que “cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no se malogrará. El Señor la cumplirá también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción sobrenatural que purifica e ilumina (n. 24)”. Esto es el camino a la santidad.
“No tengas miedo de la santidad”, nos advierte el Papa (n.32). “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia (n.34)”. ¡Que percepción más fuerte!
No hace falta tanta imaginación reconocer que la vida del mundo actual presenta muchos obstáculos y “enemigos” a la santidad descrita por el Papa: obstáculos y distracciones nos arrodean por fuera; obstáculos y distracciones dentro de nosotros también. El Santo Padre ilumina dos de las cuales nos encontramos adentro de nosotros, herejías antiguas que parecen reavivarse en estos tiempos actuales. La primera es el “gnosticismo”, una ideología engañosa en qué la persona se mira internamente prefiriendo “un Dios sin Cristo, un Cristo sin la Iglesia, una Iglesia sin su pueblo (n. 37)”. No se puede lograr la santidad de esta manera: el ser humano no puede lograr la santidad a través de solamente la razón. La segunda es parecida, “el pelagianismo”, que reemplaza la voluntad humana con la razón. Esto quiere decir que la persona puede lograr la santidad a través de su propio esfuerzo solamente (n. 48). Ninguno de estos dos conceptos -- sea la razón humana o la voluntad humana – es suficiente solo. Es solamente a través de la gracia y el poder de Dios que alguien se arranque en el camino a la santidad y nuestra disponibilidad y transformación personal a través de la oración gracias a esa gracia que hace posible llegar a la santidad (n. 56).
En el tercer capítulo del documento, el Papa Francisco se enfoca en el Sermón del Monte según San Mateo (5:1-11) e identifica cada una de las “8 Bienaventuranzas” ahí con santidad verdadera para la vida, especialmente el alcance de la misericordia, un tema preferido que se lee en las escrituras del Santo Padre y se oye en sus homilías. El llamado famoso del Evangelio de encontrarlo a Cristo en el pobre y sufrido en el capítulo 25:31-46 no solo es “una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo (n. 96), un misterio y una luz que “encarnan” la santidad a través de acciones concretas de servicio.
Este tipo de servicio, además de “los medios de santificación que ya conocemos: los distintos métodos de oración, los preciosos sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, la ofrenda de sacrificios, las diversas formas de devoción, la dirección espiritual (n. 110)”, iluminan profundamente al llamado a la santidad de la Iglesia que se extiende a todos quienes buscan seguirlo a Cristo.
El próximo capítulo del Papa Francisco identifica y describe los “signos de la santidad en el mundo actual: la perseverancia, la paciencia y la humildad; la alegría y un sentido de humor; la fortaleza y la pasión; el trabajo en comunidad; y la oración constante”. Se debe leer estas descripciones y reflexiones como parte de la oración, como si fuera un examen de conciencia, para discernir si presencia en nuestro movimiento hacia la santidad personal.
Finalmente, el Papa, en el quinto capítulo de la exhortación, explora las cuestiones de la tentación, la maldad y el diablo, los oponentes en un “combate espiritual” que demanda “la vigilancia y el discernimiento”. “El camino de la santidad”, aconseja el Papa Francisco, “es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos ‘con las lámparas encendidas’ (Lucas 12:35) y permanezcamos atentos (n. 164)”. El discernimiento espiritual se hace un elemento integral y constante del camino a la santidad, “no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos (n. 175)”.
Las cifras y reflexiones anteriores nunca podrían pretender reemplazar al beneficio verdadero espiritual que se puede lograr al leer el texto mismo de la exhortación apostólica del Santo Padre, "Alégrense y Regocíjense”. Al final, como en el principio y en cada momento de en medio, Dios Mismo es la fuente y la meta de nuestra respuesta del “llamado universal a la santidad”. Invocando el apoyo de María, nuestra Santa Madre, el Papa Francisco nos invita a todos nosotros rezar “que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar (n. 177)”.
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