La muerte no dirá la última palabra

Catholic News Service
July 29, 2019 at 12:37 p.m.
La muerte no dirá la última palabra
La muerte no dirá la última palabra

Por Arzobispo Thomas G. Wenski

Una vez más, hemos sido testigos de un tiroteo trágico y sin sentido, esta vez en el Sur de La Florida: en la Escuela Secundaria Marjory Stoneman Douglas de Parkland. Todos nos sentimos comprensiblemente indignados cuando niños inocentes son víctimas de la violencia sin sentido. Y, a medida que las espantosas dimensiones de esta tragedia continúan revelándose, y conocemos las señales que -- de habérseles prestado atención -- podrían haber evitado esta reciente angustia nacional, nos revolvemos con exasperada indignación. Y buscamos respuestas que puedan prevenir futuras masacres.

Estudiantes de Stoneman Douglas y otros han viajado a Washington y Tallahassee en busca de acción, instando a los legisladores a abordar la violencia armada y la proliferación de armas de fuego en nuestra nación. Éstas son preocupaciones legítimas y deben abordarse junto con el fracaso de nuestro país para enfrentar la escasez de servicios de salud mental. Las familias que tienen miembros que padecen problemas graves de salud mental pueden hablar de su frustración en obtener ayuda rápida, eficaz e integral para sus seres queridos que sufren de diversas enfermedades mentales, de modo que no representen un riesgo para sí mismos ni para los demás. La complacencia y la inacción ya no pueden ser toleradas.

Sin embargo, cualesquiera que sean los posibles remedios propuestos, serán de poca ayuda para aquellos que perdieron hijos e hijas, hermanos, cónyuges y amigos, o para los sobrevivientes que resultaron traumatizados. Del mismo modo, frente al mal que experimentaron el Miércoles de Ceniza de este año, no hay respuesta que pueda explicar adecuadamente por qué se abatió este horror sobre ellos. Nuestras palabras son tan insuficientes como las de los supuestos amigos de Job que buscaban "explicarle" las razones de su destino. Frente a esta tragedia, y frente a tantas otras que experimentamos en este "valle de lágrimas", nos preguntamos: "¿Por qué le ocurren cosas malas a la gente buena?" Y "¿dónde está Dios en todo esto?" Hacer estas preguntas no implica necesariamente una falta de fe o su pérdida. Incluso el mismo Hijo del Hombre clamó desde la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

Sin embargo, la fe, la confianza en lo que esperamos (ver Hebreos 11: 1), incluso frente a la dura realidad de la muerte, es una luz en la oscuridad del dolor. Nos volvemos hacia María, quien al pie de la cruz sostuvo en sus brazos el cuerpo quebrantado de Jesús, y le pedimos su ayuda para que, en medio del dolor, podamos seguir confiando en Dios y su misericordia para con todos nosotros. Creemos en Dios, y creemos que Dios no nos creó sólo para morir un día. Nuestra fe en Jesucristo, crucificado y resucitado de entre los muertos, nos da luz, y nuestra esperanza en el que conquistó la muerte nos consuela y nos fortalece incluso en nuestro dolor. Pero el dolor sigue siendo una cruz muy pesada de soportar; y es una cruz que nadie debería llevar solo.

Aquellos que sufren, especialmente cuando su dolor es aún muy vivo, no necesitan respuestas tanto como necesitan que los acompañemos en compasión y amor. Como les recordé a los dolientes en dos de las Misas funerales por las víctimas de Stoneman Douglas, el duelo de estas familias no terminará cuando regresen del cementerio después de que sus seres queridos hayan sido enterrados. La comunidad de fe debe continuar acompañándolos en las próximas semanas y meses.

Pero Jesús sí nos da una idea de cómo Dios lidia con las tragedias que nos afligen. Dios no permanece alejado o indiferente ante la dura situación de su creación caída. En Cristo, el Verbo se hizo carne. Dios se hizo hombre. En lugar de distanciarse de las personas y sus tragedias, se acerca a ellas. Desde la cruz, se solidariza con todo el dolor experimentado por nosotros en nuestra caída naturaleza humana. La desesperación, la destrucción, la muerte no dirán la última palabra: más bien, el poder transformador de su resurrección nos afirma en la esperanza.

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Una vez más, hemos sido testigos de un tiroteo trágico y sin sentido, esta vez en el Sur de La Florida: en la Escuela Secundaria Marjory Stoneman Douglas de Parkland. Todos nos sentimos comprensiblemente indignados cuando niños inocentes son víctimas de la violencia sin sentido. Y, a medida que las espantosas dimensiones de esta tragedia continúan revelándose, y conocemos las señales que -- de habérseles prestado atención -- podrían haber evitado esta reciente angustia nacional, nos revolvemos con exasperada indignación. Y buscamos respuestas que puedan prevenir futuras masacres.

Estudiantes de Stoneman Douglas y otros han viajado a Washington y Tallahassee en busca de acción, instando a los legisladores a abordar la violencia armada y la proliferación de armas de fuego en nuestra nación. Éstas son preocupaciones legítimas y deben abordarse junto con el fracaso de nuestro país para enfrentar la escasez de servicios de salud mental. Las familias que tienen miembros que padecen problemas graves de salud mental pueden hablar de su frustración en obtener ayuda rápida, eficaz e integral para sus seres queridos que sufren de diversas enfermedades mentales, de modo que no representen un riesgo para sí mismos ni para los demás. La complacencia y la inacción ya no pueden ser toleradas.

Sin embargo, cualesquiera que sean los posibles remedios propuestos, serán de poca ayuda para aquellos que perdieron hijos e hijas, hermanos, cónyuges y amigos, o para los sobrevivientes que resultaron traumatizados. Del mismo modo, frente al mal que experimentaron el Miércoles de Ceniza de este año, no hay respuesta que pueda explicar adecuadamente por qué se abatió este horror sobre ellos. Nuestras palabras son tan insuficientes como las de los supuestos amigos de Job que buscaban "explicarle" las razones de su destino. Frente a esta tragedia, y frente a tantas otras que experimentamos en este "valle de lágrimas", nos preguntamos: "¿Por qué le ocurren cosas malas a la gente buena?" Y "¿dónde está Dios en todo esto?" Hacer estas preguntas no implica necesariamente una falta de fe o su pérdida. Incluso el mismo Hijo del Hombre clamó desde la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

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Aquellos que sufren, especialmente cuando su dolor es aún muy vivo, no necesitan respuestas tanto como necesitan que los acompañemos en compasión y amor. Como les recordé a los dolientes en dos de las Misas funerales por las víctimas de Stoneman Douglas, el duelo de estas familias no terminará cuando regresen del cementerio después de que sus seres queridos hayan sido enterrados. La comunidad de fe debe continuar acompañándolos en las próximas semanas y meses.

Pero Jesús sí nos da una idea de cómo Dios lidia con las tragedias que nos afligen. Dios no permanece alejado o indiferente ante la dura situación de su creación caída. En Cristo, el Verbo se hizo carne. Dios se hizo hombre. En lugar de distanciarse de las personas y sus tragedias, se acerca a ellas. Desde la cruz, se solidariza con todo el dolor experimentado por nosotros en nuestra caída naturaleza humana. La desesperación, la destrucción, la muerte no dirán la última palabra: más bien, el poder transformador de su resurrección nos afirma en la esperanza.

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