"Hagan lo que El les diga"
July 29, 2019 at 12:37 p.m.

“Hagan lo que Él les diga”. Estas palabras de nuestra Santa Madre María a los sirvientes trabajando la boda de Caná en el Evangelio según San Juan resultan como directiva maternal para todos nosotros.
Debemos escuchar estas palabras muchas veces en el curso de nuestras vidas. La primera vez que las escucharon fueron para ayudar a una nueva pareja y sus familias evitar un momento de vergüenza porque se acababa el vino. Hay que recordar que en los antiguos tiempos, las bodas solían durar hasta una semana. Para la mayoría de nosotros, unas horas de una recepción matrimonial nos basta… pero ¡una semana! ¡Imagínenlo!
María le busca a Jesús y le dice “no tienen vino”. Ella le convence a Jesús ayudarlos y hacer el primer milagro de su ministerio público. Él le hace caso a su Madre.
La historia del Evangelio según San Juan sobre la boda de Caná nos ofrece algo maravillosamente importante de que debemos reflexionar y rezar. Nos presenta una necesidad muy específica y concreta: “no tienen vino”.
No era problema de Jesús – “aún no ha venido mi hora”. Tampoco era problema de María realmente. Era un problema, una necesidad, para las personas que habían invitado a María y Jesús y sus discípulos a participar en aquel gran momento de sus vidas. Porque María y Jesús se hicieron partes de su vida en un momento especial y clave, y porque María le pasó la voz a Jesús sobre su momento de necesidad, Jesús respondió. En las jarras que los sirvientes llenaron con agua siguiendo su orden, Jesús hizo vino, buen vino – el mejor vino, porque María había actuado, ellos le hicieron caso a Él.
La boda de Caná es un símbolo de nuestras vidas. Hay veces cuando se acaba el vino – nos enfrentamos a nosotros mismos, nuestras necesidades, nuestro dolor; enfrentamos la soledad, la muerte de queridos, el desempleo; enfrentamos el abuso, la duda en nuestra Iglesia y su liderazgo, la pérdida de la fe de nuestros hijos o la de nosotros; la adicción en nuestras familias, matrimonios rotos, hogares quebrados; la enfermedad, las discapacidades, el envejecer y sus consecuencias; el racismo, el crimen, la atracción del pecado. Encontramos nuestras cruces. Llegamos a la boda y descubrimos que no hay vino para atraernos la alegría y la paz. ¿Qué hacemos?
Nos dirigimos a María y ella nos ofrece a su Hijo a través de la Medalla Milagrosa y nos susurra: “Acérquense al altar”… “Hagan lo que Él les diga”. Él, y solo Él, puede transformar el agua de nuestras lágrimas en el vino del confort y del consuelo y de la paciencia y de la paz de Cristo.
Voy a hablar de manera muy personal un poco ahora. Cada mañana antes de levantarme de la cama hago dos cosas: me pongo mi pierna plástica donde antes estaba una real para poder pararme y caminar otro día; y me pongo un collar con una Medalla Milagrosa para ayudarme enfrentar otro día, consciente de las palabras de nuestra Madre, “hagan lo que Él les diga”. Y rezo esas palabras conocidas de las oraciones de la Novena:
“Que esta Medalla sea para cada uno de nosotros un signo seguro de tu afecto para nosotros y un recuerdo constante de nuestros deberes para ti”.
Mientras llevamos la Medalla Milagrosa, mientras seguimos pidiendo la gracia de su Hijo y la intercesión y protección tierna de María, siempre recordemos y sigamos sus palabras: “Hagan lo que Él les diga” y ¡que el Señor Jesucristo transforme el agua de nosotros a Su vino!
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Debemos escuchar estas palabras muchas veces en el curso de nuestras vidas. La primera vez que las escucharon fueron para ayudar a una nueva pareja y sus familias evitar un momento de vergüenza porque se acababa el vino. Hay que recordar que en los antiguos tiempos, las bodas solían durar hasta una semana. Para la mayoría de nosotros, unas horas de una recepción matrimonial nos basta… pero ¡una semana! ¡Imagínenlo!
María le busca a Jesús y le dice “no tienen vino”. Ella le convence a Jesús ayudarlos y hacer el primer milagro de su ministerio público. Él le hace caso a su Madre.
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No era problema de Jesús – “aún no ha venido mi hora”. Tampoco era problema de María realmente. Era un problema, una necesidad, para las personas que habían invitado a María y Jesús y sus discípulos a participar en aquel gran momento de sus vidas. Porque María y Jesús se hicieron partes de su vida en un momento especial y clave, y porque María le pasó la voz a Jesús sobre su momento de necesidad, Jesús respondió. En las jarras que los sirvientes llenaron con agua siguiendo su orden, Jesús hizo vino, buen vino – el mejor vino, porque María había actuado, ellos le hicieron caso a Él.
La boda de Caná es un símbolo de nuestras vidas. Hay veces cuando se acaba el vino – nos enfrentamos a nosotros mismos, nuestras necesidades, nuestro dolor; enfrentamos la soledad, la muerte de queridos, el desempleo; enfrentamos el abuso, la duda en nuestra Iglesia y su liderazgo, la pérdida de la fe de nuestros hijos o la de nosotros; la adicción en nuestras familias, matrimonios rotos, hogares quebrados; la enfermedad, las discapacidades, el envejecer y sus consecuencias; el racismo, el crimen, la atracción del pecado. Encontramos nuestras cruces. Llegamos a la boda y descubrimos que no hay vino para atraernos la alegría y la paz. ¿Qué hacemos?
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“Que esta Medalla sea para cada uno de nosotros un signo seguro de tu afecto para nosotros y un recuerdo constante de nuestros deberes para ti”.
Mientras llevamos la Medalla Milagrosa, mientras seguimos pidiendo la gracia de su Hijo y la intercesión y protección tierna de María, siempre recordemos y sigamos sus palabras: “Hagan lo que Él les diga” y ¡que el Señor Jesucristo transforme el agua de nosotros a Su vino!
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