Es el niño, el hijo que rompe las tinieblas de este mundo y trae su luz.
July 29, 2019 at 12:37 p.m.

En mi mensaje para Navidad este año escribí “El mundo entero cambia en el tiempo de Navidad”. Son mis palabras, sí, pero no fueron mi idea. El profeta Isaías – unos 800 años antes del nacimiento de Cristo – expresó la idea de esta manera, como escuchamos en la Primera Lectura esta noche, “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. La luz hace que el mundo oscuro sea “diferente”. Hace posible que el pueblo vea. Y ¿qué es lo que vemos en Navidad? “Porque un niño nos ha nacido”, nos explica Isaías, “un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio…” Esto es lo que vemos; es a quién vemos en Navidad. Un niño. Un hijo. “…y su nombre será: "Consejero admirable", "Dios poderoso", "Padre sempiterno", "Príncipe de la paz". Es el niño, el hijo que rompe las tinieblas de este mundo y trae su luz.
En su Carta a Tito, nuestra Segunda Lectura, San Pablo escribió sobre aquella luz divina: “La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos… para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien”. Es por esto que que cambia el mundo en el tiempo de Navidad, porque la Navidad lo hace. Dios ha aparecido en la gracias de un niño, un hijo. Él nos ha aparecido a nosotros, para nosotros… a ustedes, para ustedes.
San Lucas nos contó la historia de este niño, de esta luz, de esta gracia en su Evangelio de esta noche, una historia tan conocida que pasamos las últimas cuatro semanas de Adviento, de hecho los últimos 2,000 años, preparándonos para oírla otra vez, para vivirla otra vez con la esperanza gozosa como si la hubiésemos oído, conocido por primera vez. Con el salmista proclamamos “Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor”.
El mundo entero cambia en el tiempo de Navidad pero solamente cambia profundamente, verdaderamente y honestamente si permitimos que la Navidad nos alcance y conmueva nuestros corazones. Hoy es Navidad. Pero ¿qué pasa mañana y el día tras eso y el día tras eso? Navidad tiene que cambiar esos días también, tiene que seguir de cambiarnos a nosotros también o no hace ninguna diferencia. La fe tiene que ser más fuerte. La esperanza tiene que ser más fuerte. El amor tiene que ser más fácil con Navidad. La fe, la esperanza y el amor son la luz brillante en medio de las tinieblas de este mundo. Esas cosas con la gracia que ha aparecido. Esas cosas son “la buena noticia de alegría para que tiene que ser para todas personas”. El papa Francisco nos ha recordado que “como nos comportamos convence mucho más que como hablamos… hablar poco, escuchar mucho, decir solo lo que hace falta y mirar a todos a los ojos” (Papa Francisco, Un hombre de su palabra). Entonces, y solo entonces, el mundo cambiará de verdad; entonces y solo entonces, podremos cantar con los ángeles de aquella primera Navidad de hace 2,000 años y en esta noche navideña que “¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”! ¡Feliz Navidad!
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En mi mensaje para Navidad este año escribí “El mundo entero cambia en el tiempo de Navidad”. Son mis palabras, sí, pero no fueron mi idea. El profeta Isaías – unos 800 años antes del nacimiento de Cristo – expresó la idea de esta manera, como escuchamos en la Primera Lectura esta noche, “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. La luz hace que el mundo oscuro sea “diferente”. Hace posible que el pueblo vea. Y ¿qué es lo que vemos en Navidad? “Porque un niño nos ha nacido”, nos explica Isaías, “un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio…” Esto es lo que vemos; es a quién vemos en Navidad. Un niño. Un hijo. “…y su nombre será: "Consejero admirable", "Dios poderoso", "Padre sempiterno", "Príncipe de la paz". Es el niño, el hijo que rompe las tinieblas de este mundo y trae su luz.
En su Carta a Tito, nuestra Segunda Lectura, San Pablo escribió sobre aquella luz divina: “La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos… para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien”. Es por esto que que cambia el mundo en el tiempo de Navidad, porque la Navidad lo hace. Dios ha aparecido en la gracias de un niño, un hijo. Él nos ha aparecido a nosotros, para nosotros… a ustedes, para ustedes.
San Lucas nos contó la historia de este niño, de esta luz, de esta gracia en su Evangelio de esta noche, una historia tan conocida que pasamos las últimas cuatro semanas de Adviento, de hecho los últimos 2,000 años, preparándonos para oírla otra vez, para vivirla otra vez con la esperanza gozosa como si la hubiésemos oído, conocido por primera vez. Con el salmista proclamamos “Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor”.
El mundo entero cambia en el tiempo de Navidad pero solamente cambia profundamente, verdaderamente y honestamente si permitimos que la Navidad nos alcance y conmueva nuestros corazones. Hoy es Navidad. Pero ¿qué pasa mañana y el día tras eso y el día tras eso? Navidad tiene que cambiar esos días también, tiene que seguir de cambiarnos a nosotros también o no hace ninguna diferencia. La fe tiene que ser más fuerte. La esperanza tiene que ser más fuerte. El amor tiene que ser más fácil con Navidad. La fe, la esperanza y el amor son la luz brillante en medio de las tinieblas de este mundo. Esas cosas con la gracia que ha aparecido. Esas cosas son “la buena noticia de alegría para que tiene que ser para todas personas”. El papa Francisco nos ha recordado que “como nos comportamos convence mucho más que como hablamos… hablar poco, escuchar mucho, decir solo lo que hace falta y mirar a todos a los ojos” (Papa Francisco, Un hombre de su palabra). Entonces, y solo entonces, el mundo cambiará de verdad; entonces y solo entonces, podremos cantar con los ángeles de aquella primera Navidad de hace 2,000 años y en esta noche navideña que “¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”! ¡Feliz Navidad!
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