Amar sin esperar nada a cambio
July 29, 2019 at 12:37 p.m.

En su reciente Exhortación Apostólica, Amoris Laetitia, el Papa Francisco nos lleva a una reflexión profunda sobre el “himno de la caridad” escrito por San Pablo en su carta a los Corintios. En los párrafos 101 y 102, el papa habla sobre el desprendimiento, y como el amor no busca su propio interés.
“El amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, ‘sin esperar nada a cambio’, hasta llegar al amor más grande, que es ‘dar la vida’ por los demás,” dice el papa. Para muchos, este tipo de amor es muy evidente en nuestras madres, y padres, que lo dan todo por nosotros. Y para algunos afortunados, este amor, que proviene directamente de Dios, se realiza en un ser inesperado.
Cuando yo aún era un bebe, mi familia decidió llevarme a la pila bautismal. En esa celebración mi papá le invitó al señor Román Revollar a ser mi padrino. Este hombre que ya de cierta manera había adoptado a mi papá y a sus hermanas, ayudándoles a tener una vivienda, trabajo y educación, aceptaba la responsabilidad de adoptarme en la fe. Durante mi infancia, mi cariño por mi “papá Román” crecía gracias a que yo era el recipiente de su atención y consentimiento. A fines de los 80, cuando yo aún era un niño, mi padrino emigró a los Estados Unidos y unos años después me dió la oportunidad de venir a vivir con él.
Y así fue como en 1994 mi padrino vino a convertirse en mi padre. Desde aquel entonces, el veló por mi bienestar y se sacrificó mucho para sacarme adelante. Había días donde no lo veía porque tenía dos trabajos de tiempo completo. Era muy estricto conmigo, pero fue la mejor manera de mantenerme fuera de problemas y enfocarme en mis objetivos académicos. Cuando ingresé a la universidad, hizo varios sacrificios para ayudarme a pagar mi educación. Noche y día velaba por mí, y cuando comencé mi propia familia el continuó velando por nosotros desde el otro lado del país. Nunca me pidió nada a cambio, sino que siempre estaba dispuesto a dar. Y muchas otras personas fueron recipientes de ese mismo amor desprendido que imitaba el amor de Cristo.
Y fue ese amor que él me dio que eventualmente me permitió encontrar a Dios. Me permitió encontrar el rumbo en mi vida, perseguir mis ideales y tener la convicción de que mis hijos experimenten un amor que no espera nada cambio.
En noviembre del año pasado, mi padrino hizo ese viaje a el cual todos estamos destinados. Con su fallecimiento se fue un pedazo de mí… un trozo de mi historia. Y ahora me encuentro aquí recordando sus palabras sabias, sus bromas inocentes, y sobre todo su amor desprendido.
Ese amor que da la vida por los demás, es el amor que imita sin miedo la entrega de Jesús por todos nosotros. Ese amor es al que todos estamos llamados a vivir. Y el Papa Francisco nos recuerda que ese amor tiene un rol principal en la vida familiar.
La familia está llamada a ser el primer lugar donde una persona encuentra a Cristo. Los sacrificios y el amor de una madre son para mucho este primer encuentro, ya que es en ella que encontramos el amor desprendido de Dios. Pero las madres no son las únicas que dan ese amor, el papá, el hermano, la tía, la prima, la nieta, y abuelo… en sí todos en la familia están llamados a amar sin esperar nada a cambio. Porque si todos entregamos ese amor desinteresado dentro de la familia, podremos modelar el amor de Dios y así asegurarnos que la familia sea realmente el primer lugar donde las personas conocen a Cristo.
Y como cristianos estamos llamados a mucho más. Nuestra fe nos llama a amar a los demás de una manera desinteresada, como lo hizo mi padrino. Y es porque ese amor desinteresado es el que puede cambiar el rumbo de la vida de una persona, o más de una.
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En su reciente Exhortación Apostólica, Amoris Laetitia, el Papa Francisco nos lleva a una reflexión profunda sobre el “himno de la caridad” escrito por San Pablo en su carta a los Corintios. En los párrafos 101 y 102, el papa habla sobre el desprendimiento, y como el amor no busca su propio interés.
“El amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, ‘sin esperar nada a cambio’, hasta llegar al amor más grande, que es ‘dar la vida’ por los demás,” dice el papa. Para muchos, este tipo de amor es muy evidente en nuestras madres, y padres, que lo dan todo por nosotros. Y para algunos afortunados, este amor, que proviene directamente de Dios, se realiza en un ser inesperado.
Cuando yo aún era un bebe, mi familia decidió llevarme a la pila bautismal. En esa celebración mi papá le invitó al señor Román Revollar a ser mi padrino. Este hombre que ya de cierta manera había adoptado a mi papá y a sus hermanas, ayudándoles a tener una vivienda, trabajo y educación, aceptaba la responsabilidad de adoptarme en la fe. Durante mi infancia, mi cariño por mi “papá Román” crecía gracias a que yo era el recipiente de su atención y consentimiento. A fines de los 80, cuando yo aún era un niño, mi padrino emigró a los Estados Unidos y unos años después me dió la oportunidad de venir a vivir con él.
Y así fue como en 1994 mi padrino vino a convertirse en mi padre. Desde aquel entonces, el veló por mi bienestar y se sacrificó mucho para sacarme adelante. Había días donde no lo veía porque tenía dos trabajos de tiempo completo. Era muy estricto conmigo, pero fue la mejor manera de mantenerme fuera de problemas y enfocarme en mis objetivos académicos. Cuando ingresé a la universidad, hizo varios sacrificios para ayudarme a pagar mi educación. Noche y día velaba por mí, y cuando comencé mi propia familia el continuó velando por nosotros desde el otro lado del país. Nunca me pidió nada a cambio, sino que siempre estaba dispuesto a dar. Y muchas otras personas fueron recipientes de ese mismo amor desprendido que imitaba el amor de Cristo.
Y fue ese amor que él me dio que eventualmente me permitió encontrar a Dios. Me permitió encontrar el rumbo en mi vida, perseguir mis ideales y tener la convicción de que mis hijos experimenten un amor que no espera nada cambio.
En noviembre del año pasado, mi padrino hizo ese viaje a el cual todos estamos destinados. Con su fallecimiento se fue un pedazo de mí… un trozo de mi historia. Y ahora me encuentro aquí recordando sus palabras sabias, sus bromas inocentes, y sobre todo su amor desprendido.
Ese amor que da la vida por los demás, es el amor que imita sin miedo la entrega de Jesús por todos nosotros. Ese amor es al que todos estamos llamados a vivir. Y el Papa Francisco nos recuerda que ese amor tiene un rol principal en la vida familiar.
La familia está llamada a ser el primer lugar donde una persona encuentra a Cristo. Los sacrificios y el amor de una madre son para mucho este primer encuentro, ya que es en ella que encontramos el amor desprendido de Dios. Pero las madres no son las únicas que dan ese amor, el papá, el hermano, la tía, la prima, la nieta, y abuelo… en sí todos en la familia están llamados a amar sin esperar nada a cambio. Porque si todos entregamos ese amor desinteresado dentro de la familia, podremos modelar el amor de Dios y así asegurarnos que la familia sea realmente el primer lugar donde las personas conocen a Cristo.
Y como cristianos estamos llamados a mucho más. Nuestra fe nos llama a amar a los demás de una manera desinteresada, como lo hizo mi padrino. Y es porque ese amor desinteresado es el que puede cambiar el rumbo de la vida de una persona, o más de una.
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