Después de
la Navidad este año, pude tomar unos días de retiro para orar, leer textos
espirituales y reflexionar. Una de mis tradiciones cuando estoy de retiro es
releer los Evangelios. Cada uno de los cuatro textos sagrados tiene una
personalidad y un tono distinto, algunos pasajes son complementarios y otros
relatan historias semejantes de maneras diferentes.
No me
considero ningún “académico escritural” pero he leído y estudiado los
Evangelios y los comentarios de ellos muchísimas meces de por mis cuarenta años
como sacerdote. La “historia” que cuentan nunca me aburre. De hecho, cada vez
que los leo, algo nuevo se me sale de lo cual no me había dado cuenta o
reconocido antes.
Este año,
me resaltó en los cuatro Evangelios, el “llamado de los apóstoles”. Aunque cada
uno tenga detalles diferentes, el mensaje fundamental es lo mismo: personas
cotidianas cumplían sus quehaceres cuando se encontraron con el Señor
Jesucristo y respondieron a su invitación de seguirlo.
Pienso en
esos diferentes pasajes y su mensaje fundamental este fin de semana (5-6 de
febrero) mientras la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por la Vida
Consagrada, la cual fue establecida por el papa san Juan Pablo II el 2 de
febrero del 1997, la Fiesta de la Presentación. Usando las palabras de la
autobiografía de Santa Teresa, lanzó la pregunta: “‘¿Qué tal diferente sería el
mundo sin las personas consagradas?’” (Mensaje del Santo Padre, 6 de enero,
1997). Semejante a los apóstoles, miles de mujeres y hombres, “personas
cotidianas cumpliendo sus quehaceres” pero impulsadas por el Espíritu Santo,
han respondido al llamado personal del Señor Jesucristo a seguirlo de por la
historia larga de la Iglesia. Algunos de ellos se convirtieron en grandes
santos con nombres que se reconoce hasta hoy en día. Sin embargo, la mayoría
son conocidos – con pasar el tiempo – solo a Dios. Aun así, su santidad, logros
y testimonio al Señor han sido los bloques de la fundación de su Iglesia.Al crecer
en la Arquidiócesis de Philadelphia, yo tuve el privilegio de asistir a la
escuela primaria católica de mi parroquia, servida tan generosamente por un
grupo increíble de hermanas consagradas conocidas como “Hermanas, Sirvientes
del Corazón Inmaculado de María (IHM)”. Eso fue hace más de 60 años y todavía
puedo recordar sus rostros – de cada una – y puedo escuchar sus voces en mi
mente. Recuerdo sus nombres después de estas seis décadas (¡y sus apodos
también!): Hermana Ronald Marí, Hermana Guillermina María, Hermana Santa Juana,
Hermana Inés Marí, Hermana Tadeo Marí, Hermana María Regina Pacis (¡mi
preferida!) y Madre María Inés. Vestidas en hábitos largos azules con cinturas
de rosarios al lado y cabezas cubiertas de velas negras, estas mujeres
consagradas fueron una presencia duradera para mí y, estoy seguro, en mis
compañeros también. Nos enseñaron tan bien: geografía e historia, arte y
música, matemáticas (mi peor materia) y ciencias, inglés, poesía y letras y,
más importantemente de todas en cualquier escuela católica, religión (mi
materia preferida). Estas hermanas crearon una fundación sólida no solo para mi
futura educación, sino para el resto de mi vida. Las debo mucho. Bajo sus ojos alertos,
buen ejemplo constante y cuidado devoto, junto al testimonio de buenos
sacerdotes parroquiales, yo escuché el llamado del Señor de seguirlo en la
vocación que me llevó al sacerdocio.
La mayoría
de estas mujeres han fallecido creo, pero las lecciones que me enseñaron sobre
el Señor Jesús, la Iglesia, la fe, la oración, la Misa y los Sacramentos nunca
me han dejado. En aquel tiempo, yo sabía de “carismas religiosos” diferentes de
que se habla hoy en día ni de sus votos de pobreza, castidad y obediencia, pero
su testimonio a la vida consagrada se me hizo toda la diferencia.
Para
celebrar una Jornada Mundial de Oración por la Vida Consagrada, no hace falta
mucho según la experiencia de la vida consagrada que he descrito. Yo nunca
esperaba ser obispo, pero me pregunto lo que sería si no fuera por la presencia
de esas hermanas en mi vida temprana.
Hoy en
día, se ha convertido en algo más raro ver a hábitos religiosos, pero el
proverbio, en todas sus formas literarias, “la vestimenta no hace al hombre
(mujer)” no aplica a la vida consagrada, y nunca realmente se aplicó. Lo que
cuenta es lo que está adentro de la persona: el corazón y el alma brillan más
fuerte que lo que una persona puede llevar por fuera. Eso ha sido el caso en
cuanto todas las hermanas consagradas que yo he conocido, y lo sigue siendo.
Debo añadir que lo mismo es verdad de los hombres que han seguido la vida consagrada
como hermanos religiosos. Semejante a los primeros apóstoles, ellos, también,
se encontraron con el Señor Jesús en sus vidas y lo siguieron en el camino a la
santidad.
En la
versión nuevamente propuesta de la “Orden de la Profesión Religiosa”, la Iglesia
observa
Muchos de los fieles, llamados por Dios, se consagran al servicio del
Señor y el bien de la humanidad por los votos santos de la religión. Anhelan
seguir a Jesucristo más cercanamente por observar los consejos evangélicos
(votos de pobreza, castidad, y obediencia): así, la gracia del Bautismo brinda
frutos más abundantes en ellos. La Santa Madre Iglesia siempre ha asumido
muchas formas de por los siglos. … Por su oración pública, la Iglesia ruega a
Dios brindarlos ayuda y gracia; ella los encomienda a Dios y se los obtiene la
bendición espiritual uniendo su entrega al sacrificio Eucarístico.
Es cierto
que debemos orar en gratitud por ellos y por aquellos que tal vez buscan “algo
más” en la vida mientras “cumplen sus quehaceres”. Los primeros apóstoles no
esperaban encontrarse con el Señor Jesucristo aquel día en la orilla del Mar
Galileo. Él todavía camina entre nosotros, llamando a mujeres y hombres con una
invitación de seguirlo.
En esta
Jornada Mundial de Oración por la Vida Consagrada, reconociendo que la cantidad
de mujeres y hombres consagrados además que sacerdotes – especialmente en los
Estados Unidos y nuestra Diócesis de manera particular – es cada vez menos,
cuando pensamos en todos las mujeres y los hombres consagrados que han formado
una parte maravillosa de nuestras vidas, recordemos las palabras del Señor
Jesús en el Evangelio según Mateo: “Jesús sintió compasión, porque estaban
decaídos y desanimados, como ovejas sin pastor. Y dijo a sus discípulos: ‘La
cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen, pues, al dueño
de la cosecha que envíe trabajadores a recoger su cosecha’” (Mateo 9:36-38). Y
gracias, hermanas y hermanos, por haber respondido a su llamado.