En el
pasaje que leemos del Evangelio según San Lucas para este Domingo (3:1-6), San
Juan el Bautista juega un papel prominente, proclamando un “bautismo de
arrepentimiento para el perdón de pecados”. El autor santo nos recuerda de las
palabras del profeta Isaías para identificarle a Juan como “Una voz proclama: “Preparen
en el desierto un camino para el Señor” (Isaías 40:30).
Juan el
Bautista es una figura enigmática en el Evangelio. Él es el cruce de encuentro
entre el Antiguo y Nuevo Testamento, preparando el camino del Señor tal como su
sucesor para luego presentar el mundo a Él. Es un profeta ascético judío –
Jesús se le refirió a Juan diciendo que “entre los mortales no se ha levantado
nadie más grande que Juan el Bautista” (Mateo 11:11), de hecho, el último de
los profetas del Antiguo Testamento. Su grandeza se derive más importantemente
porque Dios le escogió para una razón singular en las Escrituras.
Jesús y
Juan “se conocen” por primera vez en los vientres de María y su familiar
Elizabet cuando Juan “saltó en su vientre” (Lucas 1:41) en el encuentro. Aunque
sean familia, no sabemos si se vieron de nuevo antes del Bautismo en el Jordán
unos 30 años luego. Tampoco queda claro si Juan “le conocía o le reconocía, por lo menos hasta que
el Espíritu Santo descendiera sobre Él en la orilla del río y se oyó la voz del
Padre. Juan era el mensajero de quien habló Isaías unos 800 años antes, un
papel que el mismo describió en el Evangelio de Juan (1:23). Jesús era el
“mensaje”, la Buena Nueva, el Mesías en quien Dios se complació (Mateo 3:17;
Marcos 1:11; Lucas 3:22) mientras Juan le bautizaba. Y no estamos seguros si
Juan y Jesús se ven de nuevo después de aquel evento.
Estas
palabras del Evangelio resuenan fuerte ahora que seguimos nuestro camino por Adviento”
“voz” y “preparar”. Se supone que las voces deben ser oídas. Para nosotros como
cristianos, la palabra de Dios es una “voz” que se debe oír. Las profecías del
Antiguo Testamento son la Palabra de Dios, su voz, oída hace casi 3,000 años,
“preparando” al mundo a conocer y acoger al Mesías. Es totalmente llena de
anticipación, expectativa y esperanza. ÉL, el prometido de hace tanto tiempo es
ÉL que vendría. “Preparen su camino”.
El nuevo
Testamento revela la Palabra de Dios, su voz hablada hace 2,000 años
“preparando” al mundo a conocer y seguir a Él que ha venido, a Él quien “desde
el primer día hasta ahora”, como la segunda lectura de la Carta a los
Filipenses recuerda al mundo, “de que aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre
hasta el día de la venida de Cristo Jesús”.
Sí, una
“voz”, la voz de Dios se debe oír “en el desierto” además que en las calles de
las ciudades; en los hogares y dentro de la familia; en los lugares del
trabajo, las escuelas y en los vecindarios; en los sitios litúrgicos y en las
comunidades a su alrededor. Si reconozcamos y conozcamos una “voz”, la voz de
Dios, sea para que se la oiga, entonces debemos estar “preparados” para
escucharla, hacerla caso y actuar. Cuando María oyó la voz de Dios a través del
Ángel Gabriel, ella la escuchó y respondió sí, “hágase en mí según tu palabra”.
Eso es algo de que debemos contemplar este Adviento.