El mundo
nunca ha oído mejores noticias de las que el Ángel Gabriel contó a una niña
judía inocente, con solo 12 o 13 añitos, en el Evangelio según San Lucas hoy.
Siglos de anhelo del Pueblo Escogido de Dios terminaron en el momento que el
Ángel anunció a María, “Dios te salve, María. El Señor es contigo”.
Aquel
saludo reconoció que la Virgen María, “bendita entre todas las mujeres”, era
verdadera y únicamente “llena de gracia”, que ningún pecado podría existir en
ella --- nunca --- desde el momento de su propia concepción, la cual llamamos
su “Inmaculada Concepción”. Y entonces, ella solamente era digna de recibir las
palabras del Ángel, “El Señor es contigo”.
Así es tal
cómo la Iglesia entiende la Encarnación, la “Palabra se hizo carne y moró entre
nosotros”. Ella quien siempre estaba sin la marca del pecado original,
presentado a nosotros en la primera lectura del Libro de Genesis, la historia
de la caída del hombre en el Jardín de Edén, ella quien siempre era libre de la
falla de Adán y Eva estaba destinada a ser la Inmaculada Madre de Dios. “Quedarás
encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será un
gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo”.Visitando a
su prima Elizabet quien, ahora de edad mayor, también milagrosamente estaba
encinta saltando en su vientre, mientras el Ángel habló la joven María se
preguntaba lo que ocurría: “’¿Cómo podrá suceder esto’, le preguntó María al
ángel, ‘puesto que soy virgen?’”. Y el Ángel le explicó a ella el poder de Dios
y la acción del Espíritu Santo dentro de ella. “Nada es imposible con Dios”.
Esa es la
frase, las palabras que tenemos que aceptar en la fe, tal como las aceptó
María. “Que él haga conmigo como me has dicho”.
La
Inmaculada Concepción de María en el vientre de su propia madre fue el camino
que le llevó a la concepción sin pecado de su propio Hijo, Jesús. Primeramente
“bendecida” por Dios antes de su nacimiento, ella daría a luz a la fuente y
cumplimiento de toda “gracia”, el Señor Jesucristo, Hijo del Altísimo, el
Mesías Prometido y Salvador del Mundo, la “Palabra que se hizo Carne para hacer
su morada entre nosotros”. No existen mejores noticias que estas. Y, todavía,
la historia del Evangelio del día de hoy solo es el comienzo, la primera y
mejor evidencia de que “nada es imposible con Dios”.
En tantos
niveles, la historia de gracia que nos define como cristianos es inconcebible,
imposible de comprender solo con la mente. Y, aun así, Él quien fue concebido
inconcebiblemente en el vientre inmaculada de la Virgen María hace que todas
las cosas sean posibles, hasta las cosas que consideramos imposibles. La gracia
sola no logra esto; la gracia solo hace que la fe en lo imposible sea posible y
la fe, solo la fe, toma nuestra humanidad fallada y ve en nuestra carne la
redención y misericordia de Dios en Cristo.
“Él”, la
Carta a los Efesios nos recuerda, “nos eligió en Cristo, antes de crear el
mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos”. Eso es lo que la
gracia logra en nosotros. Eso es lo que la fe nos empodera a creer. Eso es cómo
y por qué María dijo “Sí” a las buenas noticias del Ángel Gabriel de la
misericordia encarnada de Dios al mundo. Por eso, podemos decir que María es,
tal como lo oramos tan a menudo, la Madre de la Misericordia.
Hoy, en
este tiempo santo de Adviento, en esta fiesta solemne de la Inmaculada
Concepción de la Santa Virgen María, los católicos de por el mundo viven, en
las palabras del Santo Padre hace unos años, la oportunidad para “un auténtico
momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes … [una
oportunidad que] sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se
quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada
creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz” (Carta del papa
Francisco, 1 de septiembre, 2015).
En esta
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santa Virgen María, miremos
profundamente en nuestros corazones y almas y recordemos lo que la gracia y la
fe y la misericordia de Dios nos dicen, “nada es imposible con Dios”: ni
perdonar el pecado más oscuro, ni sanar la herida más profunda, ni la
separación de los más lejanos o quienes deben ser los más cercanos a nosotros,
ni las luchas que ahogan nuestro mundo, nuestras comunidades, nuestras familias
o nosotros mismos. “Nada es imposible con Dios”.
Con la fe
como la de la Inmaculada Virgen, oremos a Dios, nuestro Padre tierno, por la
gracia y el regalo de lo que Él, solo Él, puede hacer que sea posible para
nosotros, y pedirlo “Que él haga conmigo como me has dicho”.