La enfermedad nunca tiene la bienvenida en la
“casa” de nuestros cuerpos. Que su visita sea breve o larga, anticipada o no, reconocida
o a escondidas, nadie quiere contestar la puerta cuando la enfermedad toca.
Intentemos evitarlo con todo lo que tenemos, pero la enfermedad eventualmente
encuentra una entrada y – como huésped molestoso – termina ocupando cada
habitación, dejando a sus anfitriones con la pregunta de que si no saldrá
nunca. Aunque no muy poética, esta analogía deja clara la idea.
Los dos últimos años han presentado al mundo
entero la “enfermedad” de forma de la pandemia del coronavirus, algo que parece
no tener nada de prisa de irse mientras se transforma y cambia en variedades
fácilmente transmisibles con nuevos nombres y síntomas peligrosas. Se han
reportado cientos de millones de casos de por el mundo con entre 5 y 6 millones
de muertos hasta ahora, estadísticas que han golpeado al poblado mundial
profundamente, totalmente cambiando la vida que conocíamos. ¿Se irá esta visita
no bienvenida? ¿Se volverá a alguna especie de normalidad nuestra vida?
Los ancianos o quienes padecen de otras
enfermedades, sistemas inmunológicos arriesgadas o comorbilidades son
especialmente vulnerables a la pandemia, haciendo más difícil cómo tratamos y
controlamos la situación. Se han desarrollado vacunas y otras terapéuticas que
están disponibles para ayudar a crear algo de resistencia al coronavirus,
protegiendo a muchos bastante para que no tengan que ir a emergencias,
hospitales y clínicas médicas. Mientras,
contamos con medidas como usar las pruebas del COVID ampliamente, llevar
mascarilla, practicar el distanciamiento social y buen higiene, asegurar la
ventilación apropiada y sanitación de espacios adentro. Estas medidas nos han
ayudado a controlar la enfermedad lo tanto posible, una “normalidad” nueva, por
lo menos por ahora.
Estas circunstancias han agregado un sentido
renovado a la Jornada Mundial del Enfermo anual y una urgencia en este, el trigésimo
aniversario de su reconocimiento.
La
presencia de las enfermedades de mente y cuerpo, sin embargo, no solo tiene que
ver con la pandemia actual del coronavirus.
La
humanidad se ha enfrentado a las enfermedades como parte de la condición
humana. En su mensaje del 1993 en el primer Día Mundial del Enfermo, el papa
san Juan Pablo II, quien sufría de Parkinsons, escribió:
La comunidad cristiana ha dirigido siempre una atención particular a los
enfermos y al mundo del sufrimiento en sus múltiples manifestaciones. En el
surco de tan larga tradición, la Iglesia universal se prepara para celebrar,
con espíritu de servicio renovado, la primera Jornada Mundial del Enfermo,
en cuanto ocasión peculiar para crecer en la actitud de escucha,
de reflexión y de compromiso real ante el gran misterio del
dolor y de la enfermedad.
Esta Jornada, que desde el próximo mes de febrero se celebrará todos los
años en la conmemoración de Santa María, Virgen de Lourdes, quiere ser para
todos los creyentes "un momento fuerte de oración, participación y
ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación
a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de
Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la
humanidad" (Carta por la que se instituye la Jornada mundial del enfermo,
13 mayo 1992, n. 3).
La Jornada, además, pretende implicar a todos los hombres de buena
voluntad, pues las preguntas de fondo que se plantean ante la realidad del
sufrimiento y la llamada a aportar alivio, tanto desde el punto de vista físico
como espiritual, a quien está enfermo, no afectan solamente a los creyentes,
sino que interpelan a toda la humanidad, marcada con los límites de la
condición mortal.
Cada papa
desde ese tiempo ha publicado un mensaje sobre la realidad de la enfermedad
humana y la importancia de demostrar el amor y la compasión a los afligidos
enfermos.
En su mensaje anual por la Jornada Mundial del Enfermo este año, el papa
Francisco escribió:
Hace treinta años, san Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del
Enfermo para sensibilizar al Pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias
católicas y a la sociedad civil sobre la necesidad de asistir a los enfermos y
a quienes los cuidan.
Estamos agradecidos al Señor por el
camino realizado en las Iglesias locales de todo el mundo durante estos años.
Se ha avanzado bastante, pero todavía queda mucho camino por recorrer para
garantizar a todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en
las situaciones de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que
necesitan, así como el acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo
de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado. Que la XXX Jornada
Mundial del Enfermo – cuya celebración conclusiva no tendrá lugar en Arequipa,
Perú, debido a la pandemia, sino en la Basílica de San Pedro en el Vaticano –
pueda ayudarnos a crecer en el servicio y en la cercanía a las personas enfermas
y a sus familias.
A lo largo de estos treinta años el servicio indispensable que realiza
la pastoral de la salud se ha reconocido cada vez más. Si la peor
discriminación que padecen los pobres – y los enfermos son pobres en salud— es
la falta de atención espiritual, no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de
Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la
propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe. A este propósito,
quisiera recordar que la cercanía a los enfermos y su cuidado pastoral no sólo
es tarea de algunos ministros específicamente dedicados a ello; visitar a los
enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos. ¡Cuántos
enfermos y cuántas personas ancianas viven en sus casas y esperan una visita!
El ministerio de la consolación es responsabilidad de todo bautizado,
consciente de la palabra de Jesús: “Estuve enfermo y me visitaron”
(Mt 25,36).
Queridos hermanos y hermanas,
encomiendo todos los enfermos y sus familias a la intercesión de María, Salud
de los enfermos. Que, unidos a Cristo, que lleva sobre sí el dolor del mundo,
puedan encontrar sentido, consuelo y confianza. Rezo por todos los agentes
sanitarios para que, llenos de misericordia, ofrezcan a los pacientes, además
de los cuidados adecuados, su cercanía fraterna.
Yo conozco personalmente lo que significa
afrontar la enfermedad y el impacto que puede tener en la vida de uno. Que
todos nosotros aquí en la Diócesis de Trenton aprovechemos de la Jornada Mundial del
Enfermo para mantener conscientemente a los enfermos y sufridos entre nosotros:
aquellos en los hospitales y hogares de ancianos, especialmente aquellos que
reciben el cuidado paliativo o hospicio; quienes no pueden salir de sus casas,
solos o con familias; quienes llevan la carga de enfermedad mientras siguen sus
vidas cotidianas cada día; los discapacitados físicamente; quienes padecen de
enfermedad mental o emocional; y este año, de manera particular, aquellos que
padecen efectos de la pandemia del coronavirus. La Jornada Mundial del Enfermo es
“su día” y nos otorga la oportunidad de orar por ellos mientras, en las
palabras del papa Francisco, ellos “toquen el cuerpo herido de Cristo”. Ellos
necesitan de nuestras oraciones, animo y apoyo, de nuestra compasión y confort
y amor misericordioso. Al mismo momento, recordemos también a todos que los
cuidan a través de las muchas maneras que ministran a los enfermos y sufridos.
Esto también es “su día” y merecen nuestro apoyo y agradecimiento sincero.
Como el obispo de la Diócesis de Trenton, les
invito a ustedes acompañarme a orar esta oración publicada por la Asociación
Católica de Salud:
Escucha nuestra oración, oh Dios, y
sana a las muchas enfermedades que nos afligen de cuerpo, mente y alma. Lleva
el confort a quienes sufren. Lleva el consuelo a los desconsolados. Lleva la
fuerza a quienes acompañan a los enfermos. Lleva la esperanza a todos con un
caminar largo o interminable hacia la sanación. Nunca olvidemos tu cuidado
especial por los enfermos, que sepan también que son preciosos y amados. Amén.
Oh María, Madre de la Misericordia y la Salud,
¡ora por nosotros!