Jornada Mundial del Enfermo: No estás solo

February 10, 2024 at 12:05 a.m.

Por Obispo David M. O'Connell, C.M.

La enfermedad es siempre un huésped no bienvenido en el “hogar” de nuestros cuerpos. Ya sea que su visita sea breve o larga, esperada o imprevista, reconocida o sutil, el llamado de la enfermedad a la puerta es algo que nadie quiere responder. Por más que uno intente mantenerla afuera, la enfermedad finalmente encuentra su camino y, como un huésped desagradable, se apodera de todas las habitaciones, dejando a sus anfitriones preguntándose si alguna vez se irá. La analogía aquí, aunque no muy poética, deja claro el objetivo al que se refiere.


La experiencia universal del COVID familiarizó al mundo entero con la “enfermedad” en forma de pandemia que simplemente no parece tener prisa por dejarnos mientras se transforma y cambia en variantes altamente transmisibles con nuevos nombres y síntomas potencialmente peligrosos. Se han reportado cientos de millones de casos en todo el mundo, que hasta ahora se han cobrado millones de vidas: estadísticas que han sacudido a la población mundial hasta lo más profundo, poniendo patas arriba la vida tal como la conocemos. ¿Se irá algún día este “invitado no deseado”? ¿Volverá la vida algún día a “algún tipo de normalidad”?


Sin embargo, la conciencia sobre las enfermedades de la mente y el cuerpo no se debe únicamente a la pandemia de coronavirus que hemos enfrentado en los últimos años. La humanidad ha enfrentado la realidad de las enfermedades y dolencias desde el principio de los tiempos como parte de la condición humana. En su mensaje de 1993 al presentar la primera “Jornada Mundial del Enfermo”, el Papa San Juan Pablo II, él mismo afectado por la enfermedad de Parkinson, escribió:

La comunidad Cristiana siempre ha prestado especial atención a los enfermos y al mundo del sufrimiento en sus múltiples manifestaciones. Tras tan larga tradición, la Iglesia universal, con el renovado espíritu de servicio, se prepara para celebrar la primera Jornada Mundial del Enfermo como una ocasión especial de crecimiento, con una actitud de escuchando, reflexión y compromiso en el rostro del gran misterio del dolor y de la enfermedad. Este día, que a partir de Febrero de 1993 se celebrará cada año en conmemoración de Nuestra Señora de Lourdes, pretende ser para todos los creyentes "un tiempo especial de oración y de compartir, de ofrecer el propio sufrimiento por el bien de la Iglesia y de recordar a todos que vean en su hermano enfermo el rostro de Cristo, que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad" (Carta por la que se instituye la Jornada Mundial del Enfermo, 13 de Mayo de 1992, n. 3).

La jornada busca, además, involucrar a todas las personas de buena voluntad. En efecto, las cuestiones fundamentales que plantea la realidad del sufrimiento y la llamada a llevar alivio físico y espiritual a los enfermos no conciernen sólo a los creyentes, sino que interpelan a toda la humanidad, marcada por las limitaciones de la condición mortal.

Cada Papa desde entonces ha publicado un mensaje abordando la realidad de la enfermedad humana y la importancia de mostrar amor y compasión a aquellos afligidos por enfermedades y dolencias.


En su mensaje anual para la “Jornada Mundial del Enfermo” de este año, el Papa Francisco escribió:


Hermanos y hermanas, la primera forma de cuidado necesaria en cualquier enfermedad es la cercanía compasiva y amorosa. Cuidar a los enfermos significa, por tanto, sobre todo cuidar sus relaciones, todas ellas: con Dios, con los demás –familiares, amigos, agentes sanitarios–, con la creación y consigo mismos. Se puede hacer esto? Sí, se puede hacer y todos estamos llamados a garantizar que así sea. Miremos al icono del buen samaritano (Lc 10, 25-37), a su capacidad de frenar y acercarse al otro, al tierno amor con el que cura las heridas de un hermano que sufre.

Recordemos esta verdad central en la vida: vinimos al mundo porque alguien nos amo; fuimos hechos para el amor; y estamos llamados a la comunión y a la fraternidad. Este aspecto de nuestra vida es lo que nos sostiene, sobre todo en momentos de enfermedad y vulnerabilidad. También es la primera terapia que todos debemos adoptar para curar las enfermedades de la sociedad en la que vivimos.

A aquellos de ustedes que tiene una enfermedad, ya sea temporal o crónica, le digo esto: ¡No se avergüence de vuestro anhelo de cercanía y de ternura! No lo ocultes y nunca pienses que eres una carga para los demás. La condición de los enfermos nos impulsa a todos a alejarnos del ritmo agitado de nuestra vida para redescubrirnos a nosotros mismos.

Los enfermos, los vulnerables y los pobres están en el corazón de la Iglesia; también deben estar en el centro de nuestra preocupación humana y atención pastoral. ¡Que nunca olvidemos esto! Y encomendémonos a María Santísima, Salud de los Enfermos, para que interceda por nosotros y nos ayude a ser artesanos de cercanía y de relaciones fraternas.

Muchos de nosotros sabemos personalmente lo que significa afrontar la enfermedad y el impacto que puede tener en la vida. Todos nosotros en la Diócesis de Trenton, aprovechemos el “Día Mundial del Enfermo” este año para ser conscientes de los enfermos y los que sufren entre nosotros: aquellos en hospitales y hogares de ancianos, especialmente aquellos que reciben cuidados paliativos; los que están en casa, ya sea solos o con familias; aquellos que soportan la carga de la enfermedad en su vida diaria; los discapacitados y físicamente impedidos; aquellos que luchan contra enfermedades mentales o emocionales. La “Jornada Mundial del Enfermo” es “su día” y nos da la oportunidad de orar por ellos ya que, en palabras del Papa Francisco, “tocan la carne sufriente de Cristo”. Necesitan nuestras oraciones, nuestro aliento y apoyo, nuestra compasión, consuelo y amor misericordioso. Necesitan nuestra “presencia sanadora”. Al mismo tiempo, recordemos también a todos aquellos que cuidan en las muchas formas en que ministran a los enfermos y a los que sufren. Este también es “su día” y merecen nuestro apoyo y nuestro más sincero agradecimiento.


Como Obispo de la Diócesis de Trenton, los invito a unirse a mí en esta oración publicada por la Asociación Católica de Salud:


Escucha nuestra oración, oh Dios, y sana las muchas enfermedades que nos afligen en el cuerpo, la mente y el alma. Lleva consuelo a los que sufren. Lleva consuelo a los que desesperan. Da fuerza a quienes caminamos con los enfermos. Lleva esperanza a todos aquellos para quienes el camino hacia la curación es largo o puede no terminar. No olvidemos nunca vuestro especial cuidado por los enfermos, para que también ellos sepan que son preciosos y amados. Amén.


¡Oh María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, ruega por nosotros!





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La experiencia universal del COVID familiarizó al mundo entero con la “enfermedad” en forma de pandemia que simplemente no parece tener prisa por dejarnos mientras se transforma y cambia en variantes altamente transmisibles con nuevos nombres y síntomas potencialmente peligrosos. Se han reportado cientos de millones de casos en todo el mundo, que hasta ahora se han cobrado millones de vidas: estadísticas que han sacudido a la población mundial hasta lo más profundo, poniendo patas arriba la vida tal como la conocemos. ¿Se irá algún día este “invitado no deseado”? ¿Volverá la vida algún día a “algún tipo de normalidad”?


Sin embargo, la conciencia sobre las enfermedades de la mente y el cuerpo no se debe únicamente a la pandemia de coronavirus que hemos enfrentado en los últimos años. La humanidad ha enfrentado la realidad de las enfermedades y dolencias desde el principio de los tiempos como parte de la condición humana. En su mensaje de 1993 al presentar la primera “Jornada Mundial del Enfermo”, el Papa San Juan Pablo II, él mismo afectado por la enfermedad de Parkinson, escribió:

La comunidad Cristiana siempre ha prestado especial atención a los enfermos y al mundo del sufrimiento en sus múltiples manifestaciones. Tras tan larga tradición, la Iglesia universal, con el renovado espíritu de servicio, se prepara para celebrar la primera Jornada Mundial del Enfermo como una ocasión especial de crecimiento, con una actitud de escuchando, reflexión y compromiso en el rostro del gran misterio del dolor y de la enfermedad. Este día, que a partir de Febrero de 1993 se celebrará cada año en conmemoración de Nuestra Señora de Lourdes, pretende ser para todos los creyentes "un tiempo especial de oración y de compartir, de ofrecer el propio sufrimiento por el bien de la Iglesia y de recordar a todos que vean en su hermano enfermo el rostro de Cristo, que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad" (Carta por la que se instituye la Jornada Mundial del Enfermo, 13 de Mayo de 1992, n. 3).

La jornada busca, además, involucrar a todas las personas de buena voluntad. En efecto, las cuestiones fundamentales que plantea la realidad del sufrimiento y la llamada a llevar alivio físico y espiritual a los enfermos no conciernen sólo a los creyentes, sino que interpelan a toda la humanidad, marcada por las limitaciones de la condición mortal.

Cada Papa desde entonces ha publicado un mensaje abordando la realidad de la enfermedad humana y la importancia de mostrar amor y compasión a aquellos afligidos por enfermedades y dolencias.


En su mensaje anual para la “Jornada Mundial del Enfermo” de este año, el Papa Francisco escribió:


Hermanos y hermanas, la primera forma de cuidado necesaria en cualquier enfermedad es la cercanía compasiva y amorosa. Cuidar a los enfermos significa, por tanto, sobre todo cuidar sus relaciones, todas ellas: con Dios, con los demás –familiares, amigos, agentes sanitarios–, con la creación y consigo mismos. Se puede hacer esto? Sí, se puede hacer y todos estamos llamados a garantizar que así sea. Miremos al icono del buen samaritano (Lc 10, 25-37), a su capacidad de frenar y acercarse al otro, al tierno amor con el que cura las heridas de un hermano que sufre.

Recordemos esta verdad central en la vida: vinimos al mundo porque alguien nos amo; fuimos hechos para el amor; y estamos llamados a la comunión y a la fraternidad. Este aspecto de nuestra vida es lo que nos sostiene, sobre todo en momentos de enfermedad y vulnerabilidad. También es la primera terapia que todos debemos adoptar para curar las enfermedades de la sociedad en la que vivimos.

A aquellos de ustedes que tiene una enfermedad, ya sea temporal o crónica, le digo esto: ¡No se avergüence de vuestro anhelo de cercanía y de ternura! No lo ocultes y nunca pienses que eres una carga para los demás. La condición de los enfermos nos impulsa a todos a alejarnos del ritmo agitado de nuestra vida para redescubrirnos a nosotros mismos.

Los enfermos, los vulnerables y los pobres están en el corazón de la Iglesia; también deben estar en el centro de nuestra preocupación humana y atención pastoral. ¡Que nunca olvidemos esto! Y encomendémonos a María Santísima, Salud de los Enfermos, para que interceda por nosotros y nos ayude a ser artesanos de cercanía y de relaciones fraternas.

Muchos de nosotros sabemos personalmente lo que significa afrontar la enfermedad y el impacto que puede tener en la vida. Todos nosotros en la Diócesis de Trenton, aprovechemos el “Día Mundial del Enfermo” este año para ser conscientes de los enfermos y los que sufren entre nosotros: aquellos en hospitales y hogares de ancianos, especialmente aquellos que reciben cuidados paliativos; los que están en casa, ya sea solos o con familias; aquellos que soportan la carga de la enfermedad en su vida diaria; los discapacitados y físicamente impedidos; aquellos que luchan contra enfermedades mentales o emocionales. La “Jornada Mundial del Enfermo” es “su día” y nos da la oportunidad de orar por ellos ya que, en palabras del Papa Francisco, “tocan la carne sufriente de Cristo”. Necesitan nuestras oraciones, nuestro aliento y apoyo, nuestra compasión, consuelo y amor misericordioso. Necesitan nuestra “presencia sanadora”. Al mismo tiempo, recordemos también a todos aquellos que cuidan en las muchas formas en que ministran a los enfermos y a los que sufren. Este también es “su día” y merecen nuestro apoyo y nuestro más sincero agradecimiento.


Como Obispo de la Diócesis de Trenton, los invito a unirse a mí en esta oración publicada por la Asociación Católica de Salud:


Escucha nuestra oración, oh Dios, y sana las muchas enfermedades que nos afligen en el cuerpo, la mente y el alma. Lleva consuelo a los que sufren. Lleva consuelo a los que desesperan. Da fuerza a quienes caminamos con los enfermos. Lleva esperanza a todos aquellos para quienes el camino hacia la curación es largo o puede no terminar. No olvidemos nunca vuestro especial cuidado por los enfermos, para que también ellos sepan que son preciosos y amados. Amén.


¡Oh María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, ruega por nosotros!




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